Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

lunes, 19 de julio de 2010

Yo era católico, ahora soy…

La vieja catedral de Santa Elena es de piedras de la zona (Fotografía de Morelia Morillo).
De lunes a viernes, a las 6:30 de la tarde, hay misa en la Iglesia San Francisco de Santa Elena de Uairén. Pero casi nadie asiste.

El padre Eleazar insiste en predicar desde el púlpito aunque podría hacerlo sentado sobre el primer banco, de cara a las tres mujeres que lo escuchan sin falta: la señora Noemí y dos de sus amigas de toda la vida.

Eleazar es uno de los dos sacerdotes encargados de los oficios religiosos católicos en Santa Elena. Es español, pero está por acá desde los noventa.

La señora Noemí es una catequista. Nació en Guiria, estado Sucre; pero, hace 40 años, se casó y se vino a la Gran Sabana. No sabía hacía dónde venía, pero, al llegar, compartió amores entre su marido, dos hijos, el sitio y se quedó.

El templo se encuentra sobre una esquina de la Perimetral, la vía que atraviesa Santa Elena bordeando el río Uairén, la misma que lleva de Venezuela a Brasil.

Adentro, apenas se oye la homilía. Afuera, hay tráfico rápido y cornetazos; en la medida en que el pueblo crece, la esquina de la San Francisco despunta cada vez más sobre el pavimento. Recuerdo aquel cuento infantil La estatua y el jardincito, ambos fueron removidos para cederle espacio a la autopista.

Los domingos, en la nueva catedral, en la de Brisas del Uairén, la concurrencia apenas es mayor: Sergio, el arquitecto que diseñó la obra y su mamá, la señora Esther. El constructor y su mamá. Ugueto, el creador de los murales que dejan colar la luz a través del techo de la basílica. Santini, la odontóloga que hace la colecta. Rosa, la traductora oficial, catequista y sus dos hijas. Un matrimonio de ancianos. El muchacho pemón que entona los cánticos. Una docena de niños indígenas, ansiosos por recibir su primera comunión y, por supuesto, monseñor Guerrero, el quinto vicario apostólico del Caroní.

En cambio, en la vieja catedral, en la de Manak Krü, la comunidad indígena contigua a Santa Elena, apenas si cabe un alma más. Son las ocho de la mañana del domingo. El pueblo crece pero la feligresía católica no o, tal vez, muy poco; los fieles prefieran ir a misa en donde siempre. Muchos son hijos, nietos y bisnietos de aquellos que en 1950 inauguraron la capilla de piedras.

El padre Eleazar dice que “el primer cambio que hace una persona cuando abandona su lugar de origen es la religión y aquí casi todo el mundo viene de otros lugares del país (y del mundo)”. De Maracay, Caracas, Alemania, Francia, el Líbano, Taiwán, Brasil, Guayana, Colombia, Perú.

Así que al llegar –y al saberse tan lejos de la familia y sus costumbres- muchos optan por hacerse adventistas, testigos de Jehová, devotos de Sathya Sai Baba, por iniciarse en la Masonería, practicar el Mahikari, seguir las enseñanzas de Triguirinho o incorporarse a grupos cristianos como Luz del Mundo o Hechos de la Biblia Abierta.

El Grupo Sai tiene un templo acreditado internacionalmente. Hay un espacio cristiano en cada barriada. Y, obedientes, muchos han llegado acá por órdenes de los hermanos mayores.

En la Gran Sabana, según las cuentas del padre Eleazar, hay cerca de 30 grupos religiosos, buen número para un municipio cuya población ronda los 35 mil habitantes. Los indígenas pemón, alrededor de 30 mil, siguen siendo católicos o adventistas; muchos de los criollos fueron católicos, ¿Ahora? No se sabe.

viernes, 9 de julio de 2010

Tihany vino y se fue

Durante días, los camiones del Tihany se hospedaron en el patio de la Aduana Ecológica (Fotogafía de Yirla Bolívar).
En cinco años, dos circos se han aventurado a probar suerte en la Sabana.

El primero se montó en Villa Pacaraima, recostado sobre los hitos, de cara al Brasil. Motos, caballos, trapecistas, un viejo elefante; lo suficiente para recordarnos -o mostrarnos- cómo es el circo y llenar cada función.

El segundo, “el circo de los pela bolas”, apenas si pudo levantar lonas, a un costado de la laguna de Carará en el mero corazón de Santa Elena, cuando ya la Alcaldía le ordenaba desalojar. “Eran una parranda de hippies”, argumentaban algunos. “Tenían muy mal aspecto”, despachaban los otros.

.Luego, vino el Tihany.

Llegó a mediados de junio pasado. Eran las seis de la mañana y, como casi siempre sucede por estos días, una vez más llovía. De entrada, pocos se percataron de su arribo. El pueblo duerme hasta tarde.

Una centena de camiones y casas rodantes atravesó el pueblo por la vía perimetral que une a la Troncal 10 con la carretera Internacional que lleva a la frontera con Brasil. Como cualquier lugareño, sus choferes debieron reducir la velocidad en cada uno de los siete “policías acostados” (reductores) y, finalmente, embalarse rumbo a la Aduana Ecológica de Santa Elena de Uairén.

Pero la enorme carpa del Tihany Spectacular -27 metros de alto de acuerdo con las cifras de la compañía encargada de su show en Venezuela- jamás se montará en Santa Elena de Uairén, la capital del municipio Gran Sabana.

Sería un espectáculo visual: la enorme carpa posada sobre la inmensidad de la Sabana, con el Roraima como telón de fondo; de día, una caravana en el medio de la nada; de noche, un sinfín de lucecitas de colores titilando en la oscuridad infinita; pero los números no dan: el toldo puede albergar a más de 2.000 personas y Santa Elena tiene alrededor de 20.000 habitantes.
Los vehículos pararon en el patio de la Aduana Ecológica durante dos semanas; mientras algún representante del circo se movía en la tramitación de de su permanencia en territorio venezolano.

Por algún motivo, en uno ¿o dos? de esos tantos camiones dormitaban dos tigres y todos los niños del pueblo soñaban con verlos.

“¿Los viste?”, se preguntaban unos a otros. “No, no pude. A esa hora estaban paseando por la pradera”, le respondió una de sus amigas a mi dulce Vio.

.Sin show de despedida, una noche de sábado, la tropa del Tihany se fue rumbo a Puerto Ordaz, a 800 kilómetros de Santa Elena.

Los del Tihany obtuvieron sus permisos y nosotros nos quedamos con las ganas de presenciar su “New Experience” (el espectáculo de la gira) o, al menos, ver a los dos tigres.
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