Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Fuego cruzado: campaña de lado y lado

En plena Perimetral, la vía que lleva a la frontera, estos avisos invitan a consumir pasapalos y candidatos brasileros (Fotografía Morelia Morillo).
Los pobladores de esta frontera, la del sureste extremo de Venezuela, somos blanco de dos campañas electorales al mismo tiempo. Desde hace semanas, nos disparan tanto desde el flanco venezolano como del brasilero.

Los venezolanos elegiremos a nuestros parlamentarios el 26 de septiembre y los brasileros asistirán a sus centros de votación para escoger presidente (¿o presidenta?), senadores, diputados y gobernadores el día 3 de octubre.

Los aspirantes venezolanos hicieron lo de rutina: vinieron, se apoderaron de las radios comerciales, visitaron los barrios más poblados, arengaron a sus seguidores, se comprometieron, abrazaron, cargaron bebés, dejaron algunos afiches, calcomanías y se fueron a los pueblos más poblados del circuito.

La Gran Sabana apenas concentra 6% de los votos correspondientes a la inmensa Circunscripción Electoral 3 del Estado Bolívar. Con alrededor de 37% de los electores, Piar, Angostura y Sifontes son, sin duda, más apetecibles.

Los brasileros, por su parte, no se conformaron con tapizar Villa Pacaraima (VB8, La Línea). Repartieron calcomanías entre los cientos de taxistas venezolanos y rotularon tantos carros venezolanos como el dinero o sus relaciones de amistad se lo permitieron.

En Santa Elena hay quienes celebran el haber recibido 200 reales por llevar en sus parabrisas traseros la cara y número de algún candidato brasilero. Otros juran que marcaron sus carros por pura y simple amistad con el aspirante.

En Brasil, el voto es un derecho y un deber y quienes renuncian a ejercerlo son multados. Para los candidatos y sus seguidores vale la pena pasar la frontera y conquistar a los paisanos que viven en Santa Elena. Aunque lleven años fuera su país, ellos votarán.


De un lado a otro de la línea fronteriza, transitan carros de placas venezolanas con propaganda brasilera, carros brasileros con propaganda brasilera, algunos carros venezolanos con propaganda venezolana y pocos carros brasileros con propaganda roja o unitaria.

A muchos, los rostros de Romero Jucá, María Helena, Anchieta, Quartiero, Marluce Pinto, Naldo y Bebé nos resultan más familiares que los de Ornella Arbelaez y Américo de Grazia, los candidatos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y de la Mesa de la Unidad (MUD).

Tereza (1510) mantiene un programa bilingüe al aire en una de las emisoras de radio venezolanas.

En estas ciudades gemelas, como las llaman algunos, siempre hay un plan B: para unos es Brasil, para otros es Venezuela. Por momentos, la campaña nos hace pensar que podemos votar de un lado o del otro.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El fruto prohibido se compra en Brasil

El ocumo,el ñame y la yuca se compran aquí;la zanahoria allá (Fotografía de Eduardo Vera)

Los diarios nacionales anunciaron –casi celebraron- a mediados de la semana pasada el retorno de las manzanas y las peras.

Durante días, ambas se extraviaron en los laberintos cambiarios y, desaparecidas, se tornaron más provocativas, costosas, pecaminosas.

En Santa Elena de Uairén, la capital de la Gran Sabana, comerse una manzana grande, verde o roja, o bien una pera es todo un pecado.

Corran tiempos de escasez o de abundancia, tal desliz se paga en al menos 10 bolívares por una unidad grande o en al menos el mismo monto por tres manzanitas de las pequeñas.
 
Por eso, cuando alguien de esta frontera se siente tentado a probar del fruto prohibido antes debe rodar 12 kilómetros, cruzar el límite con Brasil y pagarlo en reales o su equivalente en bolívares.

En las calles -disimuladamente, eso sí- el real se consigue en Bs.4.200 y en ese monto reciben la moneda brasilera los comerciantes vernáculos o bien la moneda venezolana los negociantes japais.

En general, así compramos quienes vivimos en esta frontera: lo que se puede aquí y un poquito allá. Antes, cuando nuestra moneda era realmente fuerte, todo o casi todo lo comprábamos allá.  

Ahora, son nuestros vecinos quienes compran todo o casi todo acá. Y el poder de sus reales dispara los precios de todo cuanto tocan hasta el infinito.

Pasado mañana será viernes y las calles de la tranquila Santa Elena colapsarán, se inundarán de vehículos de placas grises y en las aceras será más efectivo decir “com licença” que pedir “un permisito, por favor”.

Mas por las lechugas, el jamón, los pepinos, las zanahorias y las chayotas o chucho –me gusta esta palabra- seguimos viajando al país de al lado, pues allá siguen siendo más económicos ¡Ah! Y, por supuesto, las manzanas, pequeñas y dulcitas.

¿La razón? Muy simple: allá cultivan, cosechan y venden estos productos y, como son orgánicos e incluso cuentan con sello verde, comerlos apenas si es un acto de extrema cordura, jamás un pecado.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

“Taxiar”: el resuelve legal

De cada 10 carros, ocho, o bien los diez, llevan sobre el parabrisas el quita y pon fosforescente que los identifica como TAXI (Fotografía de Tewarhi Scott).

M. es contadora, T. es artista plástico, M. es profesora jubilada, J. también es educador jubilado, M. es técnico en electrónica, A. es sólo uno de los cientos de hombres expulsados de las minas de oro y diamante por el Plan Caura.

Sin proponérselo, todos coinciden en su sitio de trabajo: el asfalto, el ruedo, “a rua”, la calle.

Todos, unos de buena gana y otros a regañadientes, han tenido que destinar su único capital –su tiempo y su vehículo- a “taxiar”, un verbo que por acá se conjuga en todas las personas y tiempos. Alguien debe llevar el pan a la casa y la mayoría lo logra “taxiando”.

Seguramente, más de uno de ellos había jurado por su madre que jamás “taxiaría”, pero ya se sabe que la lengua es castigo del cuerpo y que la necesidad tiene cara de perro.

Si en el resto del país no hay empleo, en Santa Elena, en lo más profundo del sureste venezolano, la posibilidad de dar con uno no existe.

Las minas fueron cerradas por el Plan Caura, si bien muchos siguen trabajando de noche. “Después que pasa el pájaro”, explica una vecina, refiriéndose al helicóptero que “vuela bajitico para ver si las aguas de los ríos están turbias (…) Al día siguiente, les mandan una comisión para que los saque, aunque algunos pagan para que los dejen seguir”.

El puerto libre es controlado por los comerciantes de origen chino y libanés que llegan con dinero para invertir y familia para emplear.

Y el turismo sube o baja de acuerdo al acontecer nacional.

¿Y entonces de qué vive este pueblo?

Unos del “talibaneo”, es decir del contrabando de combustible que entre los brasileros se “quema” a cualquier precio, y otros del “taxeo”.
De cada 10 carros, ocho, o bien los diez, llevan sobre el parabrisas el quita y pon fosforescente que los identifica como TAXI. Algunos como el carro de T. llevan tres pues la competencia es feroz.

En Santa Elena no hay transporte colectivo. Se han dado un par de intentos. Uno impulsado por la Alcaldía y otro por la Gobernación de Bolívar. Pero ambos han fracasado. El primero porque aparentemente los autobuses se compraron ilegalmente. Del segundo, algunas busetas terminaron siendo chatarra y otras migraron a municipios más poblados pues el flujo de pasajeros de la Gran Sabana supuestamente no dio para pagar los créditos.

Pareciera que inconciente o concientemente, los de acá se boicotean esa posibilidad, que sin duda afectaría a sus muy precarias economías familiares.

El banderazo -la arrancada, el traslado por distancia mínima- está fijado en Bs. 7 por la Alcaldía, así como el resto de los precios dependiendo del destino, pero lo cierto es que el precio de una carrera suele ser el resultado de una puja entre la necesidad del pasajero y la del conductor.

Un taxista novato hace al menos Bs.100 diarios. El promedio se mantiene sobre los Bs.200. Los veteranos remontan los Bs.300. “Los amigos míos, los colombianos, hacen 500 pero esos bichos no paran”, asegura H. que está punto de graduarse de administrador, pero ejerce como taxista.

“Qué más da. Al menos aquí no hay inseguridad y uno puede salir a taxiar tranquilo”, diría cualquiera de los identificados por sus iniciales. Sólo les daré un nombre: Manuel de Jesús Vallés. Fue taxista y ahora es alcalde.
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