miércoles, 13 de abril de 2011

Trocadores: casas de cambio que caminan

Esta es la vía que comunica a Venezuela y Brasil. (Morelia Morillo).

Por estos días, el real brasilero ronda los 4,8 bolívares y los trocadores, los que cambian reales por bolívares, se disputan –como nunca- a los tripulantes de los vehículos de placas grises, los brasileros, que visitan Santa Elena de Uairen, la última ciudad venezolana de cara al Brasil.

Usan koalas, bolsos a la bandolera, lentes, gorra e indefectiblemente zapatos deportivos. Celular en mano, se lanzan sobre el tránsito, agitan sus pacas de dinero, corren de un lado a otro del pavimento. Gritan, chiflan. Pareciera que, en cualquier momento, el real coronará los cinco bolívares y ellos deben estar ahí, en la cima, prestos para recibirlo.

En el extremo sureste de Venezuela, no hay casas de cambio, pero sí una docena y media de trocadores apostados en las Cuatro Esquinas, el cruce de calles a partir del cual se extendió el pueblo y en “la matica” de Brisas de Uairen, a la sombra de un samán gigante, justo en la entrada desde Brasil.

En las cuatro esquinas, pujan los de tradición, los de siempre. En esa cruz, entre las calles Bolívar y Urdaneta la competencia es a muerte: un “mi amor”, “un japai”, un acercamiento oportuno, una pequeña mejoría en el precio puede marcar la preferencia de un cliente.

En “la matica”, en cambio, se mueve un clan unido por vínculos de sangre: hermanos, primos, sobrinos. Todos ofrecen un mismo cambio. Entre todos se reparten la cantidad de compradores y sus reales. Mientras unos ofrecen bolívares, los otros ofertan camarones congelados. “Camarão”, se lee en letras escritas a mano sobre una cartulina sujetada a una cava de anime.

En uno y otro sitio los trocadores son hombres ¿Por qué no hay mujeres en este negocio?

Son apenas las siete de la mañana y los trocadores ya inician operaciones. La frontera se abre a las seis y, tan pronto como se levanta la barrera, los vecinos empiezan su tránsito hacia Santa Elena. Vienen a comprar gasolina barata (el litro ya alcanzo los cinco bolívares, sólo un tercio de lo que cuesta en Brasil), víveres a los chinos, sábanas, línea blanca o negra a los árabes, ropa interior  a sus paisanos, vestidos, camisas, pantalones y accesorios a los venezolanos.

Doce horas más tarde, sobre las siete de la noche, los japais (un vocablo brasilero equivalente al pana venezolano) recorren el camino de vuelta a casa, dejando sus reales en manos de los trocadores o de los comerciantes, quienes también los reciben.