Evelio Sánchez, David Bonalde, la pequeña hija de Georgina Torres
y Benjamín Soto Mast apenas si han ido a una de las tantas minas ubicadas en el
municipio Gran Sabana, el más distante hacia el extremo sureste venezolano.
Mala suerte o causalidad. Los cuatro y docenas más de los
que habitan en Santa Elena de Uairén, la capital municipal, padecen o recién
acaban de padecer de paludismo o malaria humana, una enfermedad que en
Venezuela se relaciona -casi exclusivamente- con los yacimientos de oro y
diamante del sur de los estados Bolívar y Amazonas, los territorios más salvajes,
los más prístinos del país.
"Las mayores epidemias en nuestra historia han estado
fuertemente asociadas a la explotación desorganizada de oro y diamante en el
sur y sur oeste del país", se indica en el sitio web del Ministerio del
Poder Popular para Salud.
En el texto, colgado a propósito del 25 de abril, Día
Mundial de la Malaria, se documenta que anualmente ocurren 200 millones de
casos y que aproximadamente 660 mil personas mueren, la mayoría de ellos son niños.
Pareciera que en donde los hombres y mujeres deforestan e
intervienen el curso de los ríos, enceguecidos por la ilusión del oro y los
diamantes, surgen ejércitos de mosquitos anófeles que los infectan con parásitos.
Pero que algo ha cambiado. Ya no sólo del interior de la selva brotan los mortíferos
insectos.
Finaliza marzo, la sequía atribuida al fenómeno de El Niño se
posterga y las temperaturas se disparan, incluso durante la noche, en la precariamente
urbana Santa Elena de Uairén, una ciudad de entre 25 a 30 mil habitantes.
Entonces, a los diagnósticos de zika y dengue entre las personas que viven y
trabajan acá, entre aquellos que no suelen ir a las minas, se suman los de
malaria.
Durante la semana epidemiológica número 12, la última del
mes de marzo, el Servicio de Vigilancia Epidemiológica del Hospital Rosario
Vera Zurita contabilizó entre las dos parroquias que conforman el municipio,
Gran Sabana sección capital e Ikabarú, un total de 371 casos, si bien los
registros no discriminan entre los infectados en una u otra zona de la jurisdicción.
De los 371 casos, 272 padecen del tipo Vivax, 47 del falciparum
y 52 de ambos es decir son casos en los que la sangre vista al microscopio reveló
que el paciente se encuentra infectado con los dos tipos de paludismo que se
presentan en la zona. Durante la semana epidemiológica número 12 del año 2015,
el Servicio contó 79 casos de Vivax, 35 de falciparum y 58 mixtos, para un
total de 172 casos.
Hay además otras dos comunidades, en donde históricamente no
se presentaban casos de paludismo y en donde recientemente existen docenas de
enfermos: Chirikayén y El Paují, ubicadas a 47 y 80 kilómetros de la ciudad
fronteriza. Dos sitios altos, antes frescos y cada vez más cálidos en donde
poco o nada se practicaba la minería y en donde cada vez más se realiza esta
actividad.
En el Servicio de Vigilancia Epidemiológica se cree que este
cambio en la localización de la malaria se debe primordialmente a la sequía
generada por el fenómeno de El Niño y a los cambios de temperatura. Explican
que en un ambiente cálido el mosquito vive más y durante esas horas extras
logra picar a una persona enferma, entre aquellos que llegan de las minas y
luego infectar a una persona sana, entre aquellos que residen permanentemente
en Santa Elena.
El personal de Epidemiología no descarta que esta
modificación obedezca a la desforestación de los bosques próximos, pues el
mosquito vive en zonas boscosas.
En Santa Elena, se deforesta con fines urbanísticos, agrícolas o mineros, En
los últimos 18 años, en Santa Elena se han consolidado al menos 18 invasiones,
en las orillas de los ríos, sobre espacios boscosos o morichales y desde hace
cinco años o un poco más existe una gigantesca mina en los límites entre la
comunidad de Maurak y La Planta, un barrio urbano. La mina colinda con la
bloquera de la Alcaldía del Municipio Gran Sabana. Empujados por la necesidad y la ilusión de riqueza, los
mineros van secando y sacando de tajo inmensos árboles y convirtiendo el río en
un lodazal.
Adicionalmente, los adscritos a Epidemiología no poseen ni
carros, ni equipos, ni químicos para fumigar, dependiendo así del apoyo de sus
colegas brasileros.
A mediados de marzo, en virtud de la emergencia declarada en
Brasil ante la proliferación del virus del zika, las autoridades
epidemiológicas de ese país comisionaron a sus funcionarios y siete camionetas
fumigaron el flanco venezolano de la frontera. Desafortunadamente, las
fumigaciones posteriores no se hicieron en los tiempos óptimos. Ahora, se sabe
que por petición de la Alcaldía de Gran Sabana, los brasileros van a enviar dos
camionetas más, muy probablemente hacia las zonas mineras que es en donde hay
más malaria.
La proliferación del paludismo en la zona urbana de Gran
Sabana ya se dio una vez, durante la sequía que se prolongó entre los años
2011-2012. Pero en aquel momento sólo se diseminó el Vivax y la temporada seca
duró menos. Ahora, en La Planta, El Hospital, La Bolivariana, Cielo Azul,
Guayabal, La Orquídea y Puerto San Rafael, barriadas y urbanizaciones que
ocupan las márgenes del río Uairen, hay personas sufriendo fiebres altas,
escalofríos, dolores musculares y de cabeza.
Como no son mineros, los infectados ni siquiera sospechan
acerca de la posibilidad de sufrir de este mal, lo cual los expone durante más tiempo
a la presencia del parásito en su torrente sanguíneo. Por tanto, la
recomendación es contundente: de momento, todo habitante de esta frontera que
lleve más de tres días con los síntomas mencionados, debe hacerse una gota
gruesa.
En la Unidad de Malariología Demarcación I de Santa Elena de
Uairén aseguran que el origen del problema son las personas mal curadas, quienes
al llegar de las minas son picadas por los mosquitos que luego infectan a los
habitantes de la localidad, un factor al cual se suman las altas temperaturas, "el
mosquito es más virulento, vive más, pica más, aunado a que no tenemos
vehículo, no tenemos cómo fumigar", explicó un funcionario mientras
mostraba la Toyota sin cauchos, varada en las afueras de la dependencia en
dónde se realizan los exámenes y entregan los tratamientos. "Vea como
estamos, con eso se lo digo todo".
Los exámenes y los tratamientos son gratuitos. Sin embargo,
no siempre las dependencias de salud están en capacidad de colocar en manos del
paciente, desde el momento del diagnóstico, la cantidad total de pastillas que
debe tomar.
Pedro Clauteaux, especialista en malaria con años de
experiencia en la zona, cree que el problema radica en las personas mal
curadas, portadores de un parásito que posteriormente es transmitido por el
anófeles a una persona sana, incluso fuera de la zona comúnmente vinculada a la
acción de estos insectos.
Explicó que -eventualmente- si llegan tres pacientes el
tratamiento se reparte entre los tres y se les pide que vuelvan por el resto.
No obstante, uno regresa en el tiempo indicado, el segundo retorna con retraso
y el tercero no vuelve porque se siente bien, pero, en determinadas condiciones
(como, por ejemplo, sequía, calor y fallas en cuanto fumigación) puede transmitir
la enfermedad.
Evelio Sánchez, profesor universitario, no ha ido a una mina
jamás. Por eso, para él sigue siendo "un misterio" en dónde se
infectó. "Dicen que fue allá, en la Aldea Universitaria", que
funciona dentro del Fuerte Roraima. "Lo que sí es verdad es que fue de
alto riesgo porque me dio una malaria mixta".
A comienzos de marzo, por su edad, por los números que
arrojó la revisión de sus plaquetas y por las deficiencias del Hospital Rosario
Vera Zurita, fue trasladado al Hospital General de Boa Vista, la principal
ciudad del brasilero estado de Roraima, a 230 kilómetros de Santa Elena de
Uairén.
Allá permaneció hospitalizado durante 10 días, con
hidratación y tratamiento intravenoso. Perdió peso y aún se está
recuperando.
David Bonalde, 18 años, estudiante de Ciencias Fiscales en
la Universidad Nacional Experimental de Guayana (UNEG), no pensó que el dolor
de cabeza y la fiebre, siempre a una misma hora, de los que sufría podían ser
paludismo.
"Yo jamás he ido a una mina". Ya llevaba una
semana con los síntomas cuando, por recomendación de un familiar, decidió
hacerse la prueba y efectivamente se encuentra infectado por el parásito
identificado como Vivax.
Se le indicó un tratamiento combinado de cloroquina, una
píldora blanca y primaquina, una píldora marrón, que le causan mareo, debilidad
y malestar estomacal, pero tan pronto como comenzó a tomarlas se sintió mejor.
Aunque tampoco ha viajado a una mina, Georgina Torres, madre
de una niña de seis años, si asoció el dolor de huesos y la fiebre de los
cuales sufría su hija a los síntomas propios del paludismo.
En enero, la pequeña de 32 kilos ya se había infectado del
Vivax y ahora la prueba de laboratorio arrojó que se encuentra infectada
también por el falciparum. En La Orquidea, la barriada en donde viven, hay
otros familiares, incluso niños, que han regresado de las minas enfermos de
paludismo. A la niña, quien pesa 32 kilos, "el tratamiento le causa
nauseas porque es muy fuerte".
Benjamín Soto Mast, músico y productor audiovisual, fue a la
mina hace cinco años. Viajó hasta los yacimientos de Salto Hacha, en la
parroquia Ikabarú, para filmar unas imágenes, pero desde entonces no ha regresado.
A finales de marzo, comenzó a sentirse mal. Fue al Centro de
Diagnóstico Integral (CDI) en donde fue tratado por una infección urinaria, sin
embargo, el malestar continuó. Al hacerse la gota gruesa, lo sorprendió el
diagnóstico: Vivax y Falciparum. Él cree que, probablemente, si tenía una infección
en la orina, pero, con toda seguridad, su malestar se debía a una malaria
mixta. "Es muy fuerte, ni siquiera el dengue, en todo momento pensaba que
me iba a morir".
En La Planta, en la barriada aledaña a la mina, se sabe al
menos de tres casos más de paludismo: una chica joven, madre de una bebé de
seis meses; una niña de tres años y un anciano. Este último murió durante la
última semana de marzo. Tenía diabetes, le dio paludismo y al mismo tiempo
sufrió un infarto.