El Merey es un sector de la comunidad pemón de Sampai, creado recientemente para albergar a las familias mestizas |
Una sabana inmensa que, con premura, se llena de estructuras de madera con techos y paredes de metal o de tablones y de cascarones vacíos de carros picados |
La vía de El Merey es sinuosa, arenosa, fangosa cuando llueve, oscura de noche. Fotos: Morelia Morillo |
Andrés
Miguel Martínez transportaba a los estudiantes del Convenio entre la
Gobernación del estado Bolívar, Venezuela y la Universidad Estadual de Roraima,
Brasil varias veces a la semana y, cuando no, atendía a sus clientes en su taller
mecánico de Puerto San Rafael, en el extremo norte de Santa Elena de Uairén o
salía a taxiar, “a rebuscarse”.
Su
taller y su cada son una sola cosa: taller y casa, casa y taller.
El
lunes terminó de armar el motor del vehículo de Orlando Rodríguez, taxista y le
aseguró que el martes repararía el tren delantero. En la noche, se bañó, se
desengrasó y, seguramente porque el dinero jamás es el suficiente para las muchas
necesidades del pobre, familias grandes, casas sin terminar, salió a “taxiar”
un rato en el Volkswagen Polo de su suegro.
Es
fácil presumir que, sobre las ocho, alguien le sacó la mano y le solicitó una
carrera para El Merey o Caño Amarillo y, aunque probablemente dudó porque la
vía es mala, subió al pasajero.
Es
previsible también que, al tomar la Avenida Bolívar calle Principal de Kewey
II, Andrés Martínez condujo con cuidado
y aún más hacia Los Pinos, sobre una ruta de granza roja, perforada y
empantanada. Con seguridad, atravesó Los Pinos, Francisco de Mirada y cruzó el
cauce de uno de los afluentes del Caño Amarillo.
Los
Pinos, Francisco de Miranda y Caño Amarillo son algunas de las ocupaciones surgidas
al este de Santa Elena durante el último quinquenio. La presencia humana ha ido devorando sabanas, morichales y riachuelos
y rellenando espacios para hacer viviendas.
En
Los Pinos, el gobierno regional sustituyó los ranchos por casas. En Francisco
de Miranda, esperan por un milagro similar. En Caño Amarillo, hay 56 parcelas
de extensión variable: el promedio se extiende entre los 50 metros de frente
por 70 de profundidad y los 20 metros de anchura por 20 metros por de
profundidad. Sus líderes, empleados y ex empleados de la Alcaldía Gran Sabana,
lo definen como un parcelamiento agro productivo.
El
Merey es un sector de la comunidad pemón de Sampai, creado recientemente para
albergar a las familias mestizas (uniones de indígenas y no indígenas) y está
ubicado justo sobre los límites del asentamiento, una suerte de línea de hitos
viviente que marca en dónde termina la perimetral del pueblo criollo y comienza
el territorio atávico.
Sampai
es una comunidad pemón taurepán, pero por ella transitan, sin pasaporte, los
pemón makushi, que moran del lado brasilero. Las fronteras no son cosa de aquellos
cuyos abuelas, abuelas, tíos, tías, primos y primas viven, por igual, de un
lado o del otro.
Al
cruzar el cauce, Martínez debió redoblar sus precauciones. La vía de El Merey
es sinuosa, arenosa, fangosa cuando llueve, oscura de noche. En estos días
llueve demasiado. El Merey es una sabana inmensa que, con premura, se llena de
estructuras de madera con techos y paredes de metal o de tablones y de
cascarones vacíos de carros picados. De pronto, Martínez recibió su pago (50,
70 bolívares a lo sumo) y se devolvió.
Se
presume que rodaba hacia de vuelta cuando montó a uno, a dos, a tres pasajeros;
dicen que, mientras avanzaba, tocaba corneta sin parar, como a quien le urge
ser escuchado. Sobre el cauce, dicen, la bocina se calló y el carro se detuvo; se
abrieron las puertas, bajaron uno, dos, tres hombres, alumbraron con linternas
hacia el interior del vehículo y se fueron; las luces del Polo permanecieron
encendidas.
A
las 9:50 de la noche del lunes, alguien llamó al Centro de Coordinación Policial
(CCP) Gran Sabana para notificar acerca de la presencia de un cadáver, dentro
de un carro, en el sector Francisco de Miranda. Exactamente sobre el paso hacia
El Merey.
En
el sitio, los policías encontraron a Andrés Miguel Martínez, un hombre de 49
años; yacía de costado en el puesto del conductor, de cara hacia el asiento del
pasajero; le contaron doce puñaladas entre la clavícula y la cintura y
mordeduras en los brazos.
Media
hora más tarde, la Guardia Nacional capturó, mientras intentaba franquear la
frontera, a un hombre bañado en sangre: su camisa roja de mangas cortas lucía aún
más enrojecida, una bermuda verde aceituna o marrón con manchas rojas y
sandalias hawaianas también salpicadas en rojo. En sus orejas sangre empozada;
en sus manos los documentos de Andrés Miguel Martínez, de 49 años; en su portugués,
poco o nada de español, dijo que era menor de edad, que tenía 17. No portaba
ningún título de identidad.
Contó
que un primo intentó matarlo y que Martínez, el conductor del taxi, intervino
para salvarle la vida, pero el primo lo acuchilló causándole la muerte.
A
la mañana del martes, el pueblo en pleno manifestó por radio su sorpresa, su
dolor.
En
Santa Elena, la última ciudad venezolana hacia el sureste, de cara al Brasil,
una muerte violenta aún causa asombro; “Hoy fue él, de repente, mañana puede
ser uno (…) Todavía uno dice que, de Venezuela, este es el pueblo más sano que
hay y mira ahora”, reaccionó Orlando Rodríguez, colega del taxeo, cliente y
amigo de Martínez.
Rodríguez
se enteró de la muerte de su mecánico en el momento en que llegó a su casa (a
su taller) para entregarle los repuestos y esperar por la reparación del tren
delantero.
“Este
es el primer homicidio en cuatro meses que llevo yo aquí”. También al
comandante del Destacamento de Fronteras Número 84, teniente coronel Elbis
Quiñones, esa muerte del lunes le causó estupor. Para él, ya han pasado más de
120 días desde que salió de Caracas.
“Desde
que estoy yo acá, en la segunda comandancia de la Policía, no había visto algo
así: tan horrendo, prácticamente un asesinato”. El sargento Leandro Medina
asumió la segunda comandancia del CCP Gran Sabana en noviembre pasado y apenas
si ha atendido uno que otro hurto y algunos hechos de violencia doméstica.
Esposado y sin capucha,
el chico de 17 fue sometido a algunas pruebas dentales. Parecía no entender
nada. Fue trasladado a Puerto Ordaz.
En
casa de Martínez, afuera, en el taller, los familiares y vecinos lo velaron un
rato; adentro, en el salón de tres por tres, hicieron un par de pedestales con
cauchos y cajas de cerveza, los cubrieron con sábanas y colocaron el ataúd con
el cuerpo del esposo, del padre, del amigo, del vecino. Lo velaron un rato y después
lo trasladaron a donde su familia en Sucre.
Martínez
llevaba alrededor de ocho años en la Sabana. Vino, como la como la mayoría,
atraído por la tranquilidad y se quedó.
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