Esta crónica se publicó inicialmente el domingo dos de octubre de 2016 en elpitazo.com
Simón,
en realidad su nombre es otro, pero él aceptó conversar siempre y cuando se
preservara su identidad y se excluyeran a las personas de las fotografías
-"Es que mi mamá piensa que yo estoy residenciado y que estoy muy
bien", argumentó- cruzó la frontera venezolana hacia el Brasil con un
morral en el que llevaba algo de ropa y 48 kilos de peso sobre al menos 1, 70 centímetros
de estatura.
Muestra
una fotocopia plastificada de la cédula de identidad que sacó justo antes de
salir de su pueblo en el estado Yaracuy, en el centro occidente de Venezuela: mejillas
hundidas; frente, pómulos y barbilla salientes; un rostro moreno fino pegado a los
huesos.
"Si
en Venezuela hubiera trabajo y comida, ninguno de nosotros estuviera aquí.
Todos queremos lo mismo: que Venezuela mejore para devolvernos a nuestras
casas", dice Simón.
Él es
uno de los 21 hombres venezolanos que desde hace tres meses viven bajo el alero
lateral del galpón en donde antes se vendía artesanía, suvenires, hamacas,
jarrones, alfombras y en donde ahora se venden al mayor arroz, azúcar, aceite,
harina de trigo, pasta, justo en el cruce de la Calle Parima hacia la Br 174 en
Villa Pacaraima Brasil. Aquel cuya fachada, con las banderas de Venezuela y
Brasil, sirvió de escenario a miles de turistas.
Pacaraima
es la primera localidad brasilera de cara a Venezuela. Santa Elena, la última
ciudad venezolana en esta frontera, se encuentra 15 kilómetros. Entre Santa
Elena y el pueblo de Yaracuy desde donde partió Simón hay 1600 kms de distancia.
"Aquí
cada quien tiene su historia", advierte. Uno o varios son de Maracaibo, de
Barquisimeto, de Maracay, de Caracas, de Guarenas, de Sucre, de Maturín, de
Ciudad Bolívar, de San Félix. Pero todos llegaron "pateando la
latica", sin dinero, con hambre y sin chance para alquilar. "Hay
personas con mejor situación que pueden pagar varios meses por
adelantado". Al mes, una habitación
puede costar 250 reales, 87.500
bolívares.
"Llegó
uno primero, uno fue trayendo al hermano, después la familia. Agora moram como duas familias",
comenta Irón Martines, uno de los socios del comercial.
Hace
tres meses, cuando comenzó el campamento improvisado en la esquina del
MeuGaroto.com, su presencia descamisada y sudorosa, el fogón al aire libre, las
hamacas colgando de la reja del local, los cartones y colchones en el piso, los
morrales y bolsas de equipaje y el ropero lavado expuesto al aire y al sol
causaban asombro e incluso repugnancia; ahora, sólo los foráneos se sorprenden
mientras los 21 apenas despegan sus mirada de sus quehaceres diarios, de la
cocina, de la ponchera que sirve de lavandero, del tendedero, de las pacas que
bajan de un camión brasilero o suben a otro venezolano. Quien hace poco hace al
menos Bs. 7 mil al día, los más activos llegan a Bs. 20 mil diariamente.
Se
bañan, lavan y hacen sus necesidades en el Terminal de Pasajeros, a una cuadra
de distancia, en el bosque o en algunos de los riachuelos cercanos. Pero de la
estación de autobuses y carros por puesto ya sacaron a otro grupo de
venezolanos, la mayoría de ellos indígenas warao. Al menos 100 fueron devueltos
a Venezuela en agosto pasado.
"Todo
el tiempo meten miedo, que nos van a sacar", dice Simón. Al frente está la
estación de la Policía Civil y a menos de una cuadra la sede fronteriza del
Ejército Brasilero. A 50 metros, está además el templo de la Asamblea de Dios.
Al menos en este extremo, los brasileros son profundamente religiosos.
"Aquí todos creen en Dios, será por eso que son tan bendecidos",
reflexiona Simón.
Irón
admite que algunos de los cientos de venezolanos que ahora viven o deambulan
por Pacaraima han incurrido en robos. Simón calcula que en la Rua Suapí, la
calle comercial, duermen al menos 500 venezolanos en los bancos, en las aceras,
en los portones de los negocios. Luego, Irón asegura que estos (los 21) son "gente boa", buenas personas, que
no beben alcohol y sólo fuman cigarrillos. Por si se exceden, en el muro del
depósito hay dos hojas de papel bond con los mensajes "Prohibido fumar
cigarro", "Espacio libre de humo".
"Eu paso o dia todo brigando
com eles como um padre fala com seus filhos", conversa con ellos durante todo
el día como un padre lo hace con sus hijos, pero además los ayuda con la comida
y con algo de combustible para encender el fogón o la cocina.
Él
comprende, se compadece, considera que el gobierno venezolano "los
abandonó" y relató que la senadora por Roraima, Ángela Portela visitó el
lugar y se comprometió a elaborar un documento reflejando la situación de los
migrantes venezolanos en la frontera brasilera con la finalidad de enviárselo
al presidente Nicolás Maduro.
Pero no
todos los pacaraimenses son tan comprensivos. Otros se sienten invadidos,
vulnerados, reclaman por su seguridad, por las condiciones de higiene en que se
encuentran los espacios públicos. A mediados de septiembre el diario Folha de Boa Vista reseño la situación.
En la nota, la Prefectura de Pacaraima manifestaba que no dispone de
presupuesto para atender la situación que podría declarar de emergencia. A
propósito, una comisión del Sistema Único de Salud (SIS) visitó la frontera la semana pasada con la finalidad
de evaluar el panorama y exigir la intervención del Gobierno Federal.
"A
mí no me gusta hablar mal de Venezuela, lo que es malo allá, allá se
queda", expresa Simón y calla durante un rato. "Lo malo de Venezuela
son esos políticos de parte y parte y los bachaqueros", expresa y pasa a
otro tema.
"Aquí
vivimos todos como una familia, el japai
(una expresión coloquial que se traduce como amigo) de aquí nos ha tendido la
mano (…) Y al que roba le va mal", dice Simón.
Como una
familia pobre, hacen "una vaca", juntan dinero para comprar la
comida, casi siempre en la venta al detal de la esquina siguiente o compran por
separado; conviven en paz y tratan saltar sobre sus diferencias; cuando uno
sale, los que quedan en el lugar cuidan sus pertenencias, "lo malo, lo
malo es la situación que estamos viviendo, en la calle".
A pesar
de eso, Carlos, el de Guarenas, estado Miranda, se trajo a su esposa e hijo.
"Porque yo me ponía pensar, yo aquí comiendo bien y ellos allá sin
comer". Es uno de los dos hombres que ya se trajo mujer y descendencia
desde su sitio de origen.
Bobby,
llamado así por su cabellera afro, por Bob Marley (los brasileros le dicen
Bobby al rey del reggae) llegó desde Maturín por la misma razón, porque allá no
hay nada, "pero ahora los chinos están comenzando a meter gandolas hasta
allá"
A Simón,
quien en Yaracuy trabajaba como colector en "una ruta", que es la expresión
empleada en el centro occidente venezolano para llamar a los autobuses de
transporte urbano e inter urbano, le falta un semestre y la pasantía para
licenciarse como administrador, pero abandonó su pueblo empujado por la
necesidad de su mamá, de sus hermanos, de sus sobrinos. Ahora, les deposita
semana a semana en alguna de las agencias de Santa Elena. Mientras que los de San
Félix y Ciudad Bolívar, ciudades del venezolano estado Bolívar, fronterizo con
Brasil, envían comida. Entre Pacaraima y San Félix hay cerca de 800 kilómetros.
En tres
meses, comiendo arroz, pasta, carne, granos, pollo Simón llegó a 62 kilos de
pura fibra fabricada a punta comer y levantar y mover sacos de 10, de 20, de 30
kilogramos.
El
jueves, el penúltimo del mes de septiembre, se levantó temprano, recogió lo
suyo, se vistió de limpio y se formó en la fila de venezolanos que a diario
llegan a las dependencias de atención al extranjero de la Policía Federal
Brasilera para sellar su ingreso. Otorgan 400 números diariamente.
Su propósito
es llegar a Chile, "por el idioma y porque me han dicho que allá la educación
es buena. Yo quiero seguir estudiando. Me hubiera gustado ser Presidente.
Venezuela necesita de jóvenes con liderazgo, emprendedores, que tengan una
buena visión porque, si te pones a ver, los dos sistemas son buenos
(capitalismo y socialismo) y pueden convivir. El capitalismo en lo económico y
el socialismo en lo social".
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