Un lector venezolano, residenciado en Boa Vista, nos envió esta ilustración de Sergio Paulo capturada en las redes con un comentario único: "Mira que feo". |
A la altura del puesto de control conocido como La Balanza,
en donde por tradición un par de funcionarios de Hacienda apenas observaba el
ingreso de vehículos desde el extremo norte del Brasil, de cara a Venezuela,
este miércoles 24, un efectivo del Ejército Brasilero pregunta: “Tudos são brasileiros?” y la pasajera
del extremo derecho del asiento trasero intermedio responde, colocando su dedo
índice izquierdo sobre la cabeza de la pasajera contigua: “Ela não. Ela é venezuelana”.
La extranjera se identifica y el efectivo invita al
chofer del vehículo por puesto a seguir adelante. Entonces, la mujer de la
ventanilla derecha insiste: ¿E você, não
necessita carimbar (sellar su ingreso o salida)? A lo cual la mujer
venezolana responde: “Não necessito.
Tenho residência. Sou estudante de postgraduação”.
Por estos días, de acuerdo con las informaciones
publicadas una y otra y otra vez por los sitios web, por los diarios, por las
radios y televisoras de la entidad brasilera fronteriza con Venezuela,
alrededor de 30 mil venezolanos moran en Boa Vista, la capital de la entidad
brasilera que colinda con Venezuela.
La mayoría de ellos trabaja duro (8, 10, 12 horas) para
pagar alquiler, comida, transporte y enviar el excedente (si lo hay) a sus
familiares en Venezuela; muchos mendigan o imploran por un empleo en las
puertas de los bancos, de las loterías, de los supermercados o en los semáforos
de las principales avenidas; algunos deambulan o ven pasar el día y la noche en
las plazas locales; docenas de mujeres ofrecen sexo por 80 reales (el
equivalente a 280 mil bolívares) en los alrededores del Terminal de Pasajeros
de Caimbé; algunos estudian y triunfan ejerciendo los oficios y profesiones
para los que se formaron; los menos roban.
El cuentakilómetros registra el primero de los 230
kilómetros que separan este extremo del Brasil de Boa Vista. Se consumen los
primeros 10 de los 150 minutos siguientes y las dos mujeres de las ventanillas
intermedias laterales del carro por puesto vociferan, tras advertirle a la venezolana
(sentada entre ambas) que saben que ella era diferente, que las venezolanas “são sujas”, que no lavan la loza inmediatamente
después de comer y que acumulan lar ropa usada hasta no tener ni una pieza limpia;
que las venezolanas “são putas”, que ofrecen sexo por dinero en
Boa Vista y que un grupo de ellas intentó hacer negocio en Tepequém, una
localidad turística de estado de Roraima y que de allá las sacaron a pedradas;
que las brasileiras hacen el amor con los ojos cerrados, disfrutando a plenitud
del amor carnal y que en cambio las mujeres venezolanas abren los ojos para ver
qué pueden robarle a su amante; que los hombres venezolanos están robando en
Boa Vista, transformando el sitio en un lugar inseguro y que ambos, mujeres y
hombres venezolanos son “bagunceiros”
(desordenaros, flojos, bochincheros), aprovechadores que vivieron en Venezuela
mientras el Gobierno les concedió beneficios y que ahora pretenden hacer lo propio
en Brasil; que las tierras venezolanas “são
maravilhosas” y “as bananas são asim”,
de una cuarta de altura, pero que los venezolanos “não sabem trabalhar”; que la mayoría de quienes llegan a Boa Vista
proceden de San Félix y Ciudad Bolívar y que
“são malandragem”. “Mas você não, você é trabalhadora é chique”,
insisten refiriéndose a la pasajera del centro intermedio. Uffff….
Ellas dos, las brasileras de los laterales, son ex
mujeres de mineros; de hombres que hicieron fortuna y que la perdieron tras
hurgar durante años en las tierras de Guayana, ese espacio compartido entre
Guyana, Brasil y Venezuela, conocido como El Dorado. Sin embargo, no se conocían
hasta que coincidieron en el carro por puesto.
Tras desahogarse, coinciden en que conocen y adoran
Venezuela; una de ellas, la de más edad, cuenta que vivió en Venezuela durante
más de 40 año, que tiene hijos y nietos venezolanos y recibe un “benefíçio” de una institución policial
regional, porque allí trabajó durante una década y la otra dice que anhela jubilarse
y radicarse en Mérida -“Não ví cidade
mais linda”- o en Margarita, “porque
em Margarita o shopping tem de todo. Cadé a crisis?” Dónde está la crisis? Se pregunta recordando el Centro Comercial
Costa Azul.
Mientras el carro por puesto rueda hacia Boa Vista, la
prefecta Tereza Surita detalla durante una rueda de prensa los alcances de su
plan para tratar la creciente migración de venezolanos. La Prefectura impulsará
un censo y beneficiará con alquiler y comida a aquellos migrantes que estén en
condición de calle. Este plan, según explicó, es una expresión de solidaridad
que pretende sacarlos de la mendicidad, darles un plazo de seis meses para que puedan
instalarse y encontrar empleo, al tiempo que una estrategia para proteger los
espacios públicos que tanto le han costado a las autoridades locales y a la
ciudadanía.
Sin embargo, no todo el mundo recibe la noticia como
un gesto de buen corazón.
Las redes sociales se encienden con expresiones de
rechazo hacia los venezolanos y hacia la prefecta. “Mira que feo”, comentó el
amigo y lector que me envió la ilustración que acompaña a esta crónica.
En la Folha Web, Luan Guillerme Correia
recuerda que aún espera para ser discutido y votado en el Senado Brasileiro la
propuesta de enmienda de la Constitución 25/2012 que permitiria a los extranjeros residentes em Brasil
votar en las elecciones municipales.
Una vez en Boa Vista, ambas mujeres descienden y los
tres hombres, el conductor y los otros dos pasajeros hombres se disculpan con
la venezolana. El chofer y el abogado, sentado a su lado, entusiasman a la
venezolana a desoír a los brasileros.
El ocupante del asiento del fondo está furioso. Dice
que vive en Tumeremo, una localidad minera del sur venezolano, en donde tiene
una mujer y cuatro hijos, todos venezolanos.
Según su historia hace parte de
los miles de brasileros que pasaron a Venezuela ante el cierre de los garimpos (campamentos mineros) en las
tierras indígenas yanomami (en Brasil) durante la última década del siglo pasado.
Dice que por nada del mundo dejaría Venezuela. Le gusta Tumeremo. Dice que se
hace dinero y tiene dos casas bonitas.
Apenas fue a Boa Vista para renovar su
título de elector.
Aunque esté furioso, él comparte con las dos mujeres
una historia común: son migrantes que llegaron a Guyana tras la mina, el garimpo,
el oro, los diamantes, esa ilusión de riqueza súbita que durante más de cinco
siglos ha motivado a los hombres y a sus mujeres a entregarse en
la búsqueda de El Dorado, sin importarles cuánto dejan atrás, la tierra que
devoran a su paso, las fiebres palúdicas, la llaga brava (la leishmaniosis). El
Dorado es oro, es gasolina, son reales es un salir de súbito de la pobreza.
“Por qué esa
mujer tuvo que decir, Ela não é
brasileira. Ela é venezuelana, si
este mundo es de todos y todos deberíamos poder ir a donde queramos”, insiste
el pasajero del fondo hasta el momento de bajar. Han pasado exactamente 150
minutos.