Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

viernes, 12 de marzo de 2010

“Yo di a luz en Pacaraima”

Muchas embarazadas se controlan tanto en Venezuela como en Brasil (Fotografía de Tewarhi Scott).
Mis contracciones arreciaron cerca de las 4:00 de la mañana. Entonces, lejos de salir corriendo al “Rosario Vera Zurita”, el único hospital venezolano en la frontera con Brasil, le pedí a mi marido que me hiciera un té de malva y que me ayudara a subir las piernas.

Después de nueves meses, le rogué a dios una prórroga de al menos tres horas pues a las 7:00 de la mañana se levanta el cierre fronterizo. Lo había decidido desde el instante en que recibí el resultado de mi prueba de embarazo: “Yo doy a luz en Brasil”.

Al personal del hospital de Santa Elena le debo el haberme calmado, tal vez un mes si y otro no, las jaquecas que acompañan mis menstruaciones. Pero son tantas veces he ido por allá que sé que carecen de uno de los dos obstetras asignados, de quirófano, de anestesiólogo y de terapia neonatal; que la comida es pésima y el aseo peor y que las recién paridas deben compartir el “catre” con sus bebés porque no hay cunitas.

.Dos semanas antes, el pueblo de Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana, uno de los principales destinos turísticos del país, se despertó con la mala noticia de que había muerto una mujer en el hospital.

Era indígena pemón, tenía alrededor de 40 años. Dicen que el niño venía sentado, que ella llegó pariendo al hospital y que se desangró porque no dio tiempo de trasladarla. Lo seguro es que en esta frontera no hay banco de sangre y que al morir la mujer dejó huérfanos a más de media docena de hijos, incluyendo a la recién nacida que le sobrevivió.

En el “Rosario Vera Zurita”, cuando las cosas se complican, sólo hay un recurso infalible: encender la ambulancia y recorrer con la sirena encendida y el acelerador a fondo los 250 kilómetros que nos separan de Boa Vista, la capital del estado de Roraima, en el extremo noreste de Brasil.

.A las 7:00 en punto cruzamos la frontera. Minutos después, aplicaba lo mejor de mi “portuñol” para llenar la planilla de ingreso al Hospital “Delio Oliveira Tupinamba”, tan sólo a metros de la línea de hitos que separa a la localidad brasilera de Pacaraima del territorio venezolano.

De inmediato, una enfermera me condujo a la sala de preparto –silenciosa, impecable, acogedora- en donde una segunda enfermera y un par de médicos me examinaron. Durante cinco horas aproximadamente, tomaron mi tensión y mi temperatura, monitorearon la dilatación del cuello de mi útero, me aplicaron glucosa y me preguntaron de forma afectuosa ¿Cómo me sentía?

Mientras yo me estremecía de dolor, a mi marido lo invitaron al comedor. Casi se desmayó ante el ofrecimiento y más aún ante la mesa. En su calidad de acompañante, disfrutó sólito y sin apuros de la típica comida brasilera: arroz, frijol, pollo guisado, farinha, ensalada y una jarra de jugo.

.Llegado el momento, le entregaron a él un kit de ropa estéril y le pidieron que me apoyara en la sala de parto. Pudieron haber pensado que no hacía falta. Cinco enfermeros y dos médicos estaban a cargo. Pero ellos valoraron que era vital el afecto familiar durante el instante crucial.

Fue duro. En realidad soy de quienes aseguran que no existe el parto sin dolor. Pero siempre me sentí segura de la atención de aquellas personas, profesionales y afectuosas, con quienes me comunicaba más con las miradas que a través de nuestros torpes esfuerzos por hablar el idioma ajeno en medio de quejidos y pujos.

Con la bebita abrazada a mi pecho, me condujeron al sitio en donde pasaría la noche. Me topé con una cama vestida con unas limpias y suaves sábanas amarillas en una habitación para dos parturientas; con baño privado, limpio, bañeritas para los niños y agua caliente; me advirtieron que debía darle el pecho de inmediato a mi hijita. Mientras, mi familiar, los médicos y enfermeras compartieron una avena caliente para reponerse.

.Al día siguiente, después desayuno, una enfermera me explicó que tenía que bañar a la niña antes de la cura del ombligo; luego, otra señora pasó a vacunarla. Al entregarme el Registro de Nacimiento, el enfermero, lleno de orgullo, me advirtió que mi hija era una ciudadana brasilera y que en tres días debía pasar por el puesto de salud para realizarle su prueba del piecito. Pasado el almuerzo, la doctora me examino, puso en mis manos las vitaminas que debía tomar durante el mes siguiente y me dio de alta.

NOTA: Si el lector de esta crónica visita nuestro blogg desde fuera de Venezuela, tal vez, se pregunté de qué me sorprendo. Me limito a invitarlo a darle un vistazo a los sitios digitales de los periódicos de mi país.
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