Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

martes, 23 de febrero de 2016

El retorno forzoso de los warao


 
En el lugar en donde pernoctaron, los viajeros warao dejaron, revueltos entre las uvas de pesgua, cientos de botellas plásticas de refresco, de jugo, de agua mineral; bolsas de golosinas, de arroz, de pasta; vasijas, pañales desechables; sandalias plásticas y zapaticos (de bebés) solitarios y, sujetada de la alambrada, una cesta con un sinfín de billetitos de dos bolívares. Fotografías: Morelia Morillo

Marcos y su hijo aseguraron que allí, en el Terminal, en donde acamparon desde que comenzó el año, estarían a las cinco y de inmediato subieron sus sacos, su bolsa buhonera  y emprendieron su recorrido hasta "la parada de los banquitos". 

En el momento en que el señor Marcos se disponía a subir a un taxi, tras solicitar una carrera para "la parada de los banquitos", le cayó la ley.

El señor Marcos, indígena warao, vive casi siempre en el Caño Macareo, en un lugar desde donde ve pasar "al barco" y avista las luces de Trinidad. Pero, desde hace tres años, él y su gente, vecinos, familiares, paisanos, viajan a Santa Elena de Uairén para hacer algo de dinero. Migran temporalmente en grupos de entre 30 a 70. Al llegar, mientras los hombres venden miel, las mujeres y los niños ofrecen sus artesanías o mendigan en las calles, en las plazas, en el mercado, cuando no en las avenidas de Boa Vista, la ciudad brasilera a 220 kilómetros. Luego, inevitablemente regresan.

El Caño Macareo forma parte del Delta del Orinoco, de cara al Atlántico; Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana, es la última población venezolana en su frontera hacia el Brasil; "la parada de los banquitos" es uno de los puntos de partida de los carros de pasajeros que recorren los 15 kilómetros que separan a Santa Elena de Pacaraima, la primera localidad brasilera tras la línea divisoria.

Ese 12 de febrero, a las seis y media de la mañana, el señor Marcos paró un carro grande, un Toyota techo duro, porque llevaba dos sacos cargados de botellas de miel de un litro y una bolsa, de las que usan los buhoneros en las ciudades venezolanas, con dos chinchorros de fibra de palma moriche. Ya había cuadrado la carrera, 700 bolívares desde el Terminal Internacional de Santa Elena hasta "la parada de banquitos" ubicada en la calle Ikabarú del Casco Central, cuando lo alcanzó la capitana de la comunidad indígena pemón de Wará, Evelín Pulido, un funcionario de la oficina local del Ministerio del Poder Popular para los Pueblos Indígenas y otro líder indígena joven.

Wará es la comunidad indígena pemón en donde se encuentra el terminal. "A las cinco de la tarde tienen que estar todos aquí porque el comandante les va a pagar el autobús", dijo el funcionario respaldado por su carnet.

Desde que los warao viajan a Gran Sabana, el territorio del pueblo pemón, para buscar dinero, los de acá se ocupan de forzarlos a regresar a su tierra, a su Delta. En esta oportunidad, la comunidad pemón habría conseguido que el comandante del Destacamento de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) se ocupara del regreso; en otra oportunidad, lo costeó la Alcaldía; en otra, las organizaciones comunitarias. Los warao que vienen a estos confines viven en condiciones de indigencia, una práctica nada común entre los pemón.  

Marcos y su hijo aseguraron que allí, en el Terminal, en donde acamparon desde que comenzó el año, estarían a las cinco y de inmediato subieron sus sacos, su bolsa buhonera  y emprendieron su recorrido hasta "la parada de los banquitos".

Contaron que irían hacia Boa Vista, hacia la capital del estado brasilero de Roraima, a 220 kilómetros de la frontera. Que en Santa Elena venden un litro de miel por 1500 a 2000 bolívares y que allá consiguen colocarlo en 10 a 15 reales. A la fecha el real se cambia por 240 a 250 bolívares. El pasaje para Boa Vista cuesta 35 reales y por tanto 70 reales si es ida y vuelta. En su edición del 30 de enero pasado, la Folha Web reseña que 58 indígenas venezolanos fueron retirados del parque en donde dormían y llevados a Santa Elena.

Desde comienzos de 2016 hasta ese viernes 12 de febrero, el señor Marcos y su gente vivieron en el área verde ubicada a la derecha de la entrada del terminal, cobijados por un quinteto de pesguas contra la malla ciclón. Su partida fue costeada por el comandante de la GNB, según confirmó un efectivo. No cabían todos en un mismo autobús. Algunos de los warao subieron al micro de Turgar y otros al bus de Los Llanos.

En el lugar en donde pernoctaron, los viajeros warao dejaron, revueltos entre las uvas de pesgua, cientos de botellas plásticas de refresco, de jugo, de agua mineral; bolsas de golosinas, de arroz, de pasta; vasijas, pañales desechables; sandalias plásticas y zapaticos (de bebés) solitarios y, sujetada de la alambrada, una cesta con un sinfín de billetitos de dos bolívares.

Una semana después, otro grupo de waraos volvió a tomar el sitio abandonado por sus paisanos.


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