Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

viernes, 25 de julio de 2014

Garotas Made in Venezuela

Son muchas circunstancias que enfrentan aquellas que deciden atravesar la frontera desde Brasil a Venezuela para someterse a una intervención de cirugía estética, casi siempre de aumento de senos o de liposucción


Corre julio. En Venezuela apenas están por comenzar las vacaciones escolares. Sin embargo,  los pasajes para subir a alguno de los cinco autobuses que a diario conectan Puerto Ordaz con el extremo sur oriental de Venezuela, con la Gran Sabana, hacia el Brasil, ya se agotaron. 

“No hay pasajes”, se lee en los cristales de las taquillas de las compañías de transporte con oficinas en el Terminal “Manuel Carlos Piar” de Puerto Ordaz.

Puerto Ordaz es la ciudad industrial ubicada a 800 kilómetros de la frontera. Y lo propio sucede en el Terminal Internacional de Santa Elena de Uairén, la última ciudad venezolana hacia el sureste. De ida o de vuelta, para conseguir un boleto hay que madrugar o pagar por la viveza de los revendedores que los venden hasta en el triple de lo establecido.

Sobre las siete de la noche, el Terminal de Pasajeros de Puerto Ordaz, normalmente tranquilo y despejado, se transforma en un sitio concurrido y bullicioso.

Un hombre llama a los pasajeros. Los llama con una voz nasal que imita a las voces amplificas por los sistemas de sonido de los aeropuertos.

“Pasajeros de Expresos Los Llanos con destino a Santa Elena de Uairén, favor abordar la unidad”, exclama a viva voz y grandes zancadas a lo largo de la sala de espera. Entonces, al menos cuatro docenas de viajeros echan a andar hacia el andén.

Finalizado el exhorto, el hombre sube a los autobuses para pedir dinero en beneficio de una casa de rehabilitación para personas con problemas de drogas y, finalmente, eleva una plegaria por los viajeros, implora -por la sangre de Cristo- que el recorrido se dé sin inconvenientes, sin accidentes, sin atracos.

En el listín deben figurar no más de 20 venezolanos, un par de familias brasileras que regresan de la Isla de Margarita, luego del receso escolar previsto por las instituciones de ese país para mediados de año, y varias mujeres, todas recién operadas. Garotas Made in Venezuela.

Aunque la mayoría de ellas lleva vestidos largos, en casi todas se dejan ver los sostenes post operatorios, aquellos que indican los cirujanos plásticos luego de una intervención de aumento o disminución de senos. Otras llevan las fajas recomendadas para después de una liposucción y otras sólo llevan fajados los muslos.  Todas tienen caras de adoloridas, caminan poco a poco, se sientan erguidas para evitar el dolor y, sin embargo, es evidente que les duele.

Como pueden, arrastran sus equipajes y los encaminan hasta la maletera del colectivo. Algunas corren con la suerte de subir a los puestos de la parte baja del vehículo, pero otras suben las escaleras hacia el primer piso, a duras penas, levantando sus piernas lo mínimo inevitable, soltando un quejido apenas audible ante cada escalón.

Por lo beneficioso que les resulta el cambio, cientos de mujeres brasileras, de Manaus, la capital del estado Amazonas y Boa Vista, principal ciudad del fronterizo Roraima, optan por los cirujanos plásticos de Puerto Ordaz para corregir sus imperfecciones o hacerse más bellas.
Se trata de una ola que comenzó a levantar hace dos años y que crece en la media en que se acentúa la diferencia cambiaria. Manaus se encuentra a 800 kilómetros de Santa Elena, Boa Vista a 250. Santa Elena está a 750 Kilómetros de Puerto Ordaz.
Desde entonces a ahora, tres de las hermanas y dos de las sobrinas de Irene, una mujer de origen brasilero con más de 30 años de residencia en Santa Elena, han pasado por el quirófano. “Unas ven a otras bonitas y quieren verse así también ¡Mi hermana, que es fanática del evangelio, yo nunca pensé que se iba a operar!”, exclama esta mujer cuyo nombre verdadero es otro que ella prefiere reservarse.
Irene no se ha operado, pero lo hará tan pronto como junte el dinero para costearse la transformación. Sueña con hacerse la lipo completa, en brazos, abdomen, cintura y muslos.
Por lo pronto, pasó de ser una ama de casa a tiempo completo a ser una acompañante excepcional para aquellas paisanas determinadas a someterse a  esa barita mágica innovada en bisturí en tierras venezolanas. Ella las recibe en Santa Elena, las guía hasta Puerto Ordaz, las lleva ante los cirujanos ya conocidos, en caso de que las pacientes no hayan hecho la elección a través de la web, les sugiere en donde hospedarse y comer, las acompaña a la consulta pre operatoria, les traduce en todo momento, va con ellas al laboratorio, las espera mientras se operan, las atiende durante el post operatorio y, finalmente, les carga sus maletas y viaja con ellas de regreso a Santa Elena en donde las despide. Chau. Cada servicio de aproximadamente 10 días le deja al menos 10 mil bolívares, libres de gastos.
Ella cuenta que en Boa Vista, la capital de Roraima, el estado brasilero fronterizo con Venezuela, una intervención combinada de liposucción mas aumento de senos tiene un precio de 15 000 reales. Mientras que en Puerto Ordaz algo similar se encuentra entre los 6 000 y los 7 000 reales, no más de 210 mil bolívares, esto en el spa mais chique, más lujoso, si bien hay un médico de experiencia que ofrece el combo completo, incluyendo el bumbum, es decir los glúteos, por 145 mil bolívares. “Y él dice que en tres años ya se retira”.
Una lipo, sin más, cuesta alrededor de 3000 reales, un aumento de senos, sin más, de 3 000 a 4 000 reales. Los cirujanos a los que suelen acudir las acompañadas por Irene aceptan que sus pacientes les depositen en los bancos de Santa Elena o que les hagan transferencias por el equivalente en dólares. “Para que no carguen con el dinero encima”.
A sus pacientes, ella les recomienda hospedarse en alguna posada, sencilla, limpia, confortable y económica, las hay de no más de 750 bolívares por noche; los hoteles, en cambio, rondan los 1 200 bolívares y estos montos, por supuesto, no incluyen las comidas; los especialistas recomiendan permanecer en Puerto Ordaz durante al menos ocho noches, pero hay quienes regresan a los tres días e incluso quienes, desoyendo las advertencias, viajan con los drenajes.
Y, por supuesto, no todas las pacientes, tienen para costearse una acompañante como Irene o no conocen acerca de la existencia de un servicio como el de ella; Algunas mujeres deben valerse por sí mismas. No obstante, se trata de una vacante cada vez con más demanda. Se dice que en los hoteles hay recepcionistas y camareras que piden el día de permiso y así aprovechan para acompañar a una paciente brasilera a cambio de un pago en reales.
De momento, Irene tiene una paciente y algunas en agenda, pero los meses de más trabajo son noviembre y diciembre, meses en que las mujeres se apuran a ponerse bonitas para las fiestas de fin de año y enero, mes de vacaciones anuales para los brasileros y de baja afluencia para los cirujanos venezolanos, quienes se muestran dispuestos a mejorar sus precios.

La Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (ISAPS, por sus siglas en inglés) publicó en 2013 un reporte a propósito de las intervenciones realizadas en 2011. Estados Unidos y Brasil ocupaban, en ese informe, las dos primeras posiciones del ranking mundial, seguidos de China y Japón. México cerraba el top 5 y al ampliar ese grupo, a los 25 países en donde más intervenciones se hacen, revelaron que ahí estaban Colombia, Canadá, Venezuela y Argentina.
Corre julio y Marcia, otra de las pasajeras, no operadas, que viajan en el autobús rumbo a Santa Elena relata que ella, brasilera y profesora de su idioma, dio clases a una médica que concursó por un post grado en Cirugía Estética en Brasil. No quedó. Optó por una universidad argentina. Pero, ahora, todo cuanto aprendió le sirve para atender a sus pacientes brasileros.
La otrora estudiante de portugués también opera en Puerto Ordaz. Su profesora asegura que hay quienes viajan a Boa Vista para mercadearse y que algunos -incluso- aceptan transferencias o depósitos al Bando do Brasil y a Bradesco, dos de las entidades bancarias con oficinas en Villa Pacaraima, localidad brasilera fronteriza con Venezuela.
En el puesto de Control de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), que se encuentra entre Puerto Ordaz y Upata, en la vía hacia la Gran Sabana, hacia la frontera con Brasil, los oficiales chequean los documentos de los pasajeros. Uno de los brasileros perdió el permiso de ingreso y tránsito. Todos deben esperar durante al menos una hora. Las recién operadas intentan dormir o al menos cierran los ojos como para olvidar el dolor.
Probablemente, todas procuraron una butaca en el vuelo regular de Conviasa desde Santa Elena a Puerto Ordaz y de regreso, pero el avión viaja sólo dos veces por semana y, dependiendo de la temporada, los pasajes se venden hasta con tres meses de anticipación.
Antes de la frontera, deben sortear alrededor de media docena de alcabalas. En unas mostrar sus pasaportes y en San Ignacio de Yuruaní incluso desarmar sus equipajes. Todo por la belleza. Todo por los precios.










martes, 1 de julio de 2014

Del Delta a Gran Sabana

La más joven de las mujeres deambula de un lado a otro. Tratando de ir a donde hay más gente

El lunes 23 de junio, horas después de que Cristiano Ronaldo, el siete del la selección portuguesa, fuera recibido por alrededor de 1000 hinchas en la calurosa Manaus, más de media docena de mujeres y algo más de niños y niñas, todos indígenas warao, llegaron a  Santa Elena de Uairén en autobús. Nadie los esperaba. Les costó al menos media hora encontrar quien los trasladara al centro. En Santa Elena no hay transporte colectivo, sólo taxis.

Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana y la última ciudad venezolana de cara al Brasil, se encuentra al menos a 1400 kilómetros de Caracas y a 870 Kilómetros de Manaus, la sede Amazónica del Mundial Brasil 2014. Gran Sabana es el territorio del pueblo pemón.

La localidad, de alrededor de 20 000 habitantes, es lugar de compras para buena parte de  los más de tres millones de personas que habitan entre Boa Vista y Manaus, las dos ciudades brasileras en el extremo fronterizo con Venezuela. Al cambio, cualquier precio les resulta irrisorio. Y, desde que arrancó el mundial, cientos de venezolanos y extranjeros cruzan la Gran Sabana ansiosos por llegar al Arena Amazonia.

Las mujeres warao y sus niños bajaron en el Terminal Internacional de Santa Elena de Uairén apenas con lo puesto, sin abrigos, sin cobijas, sin zapatos, sin equipajes. Ellas con vestidos hechos a la medida, estampados en flores, líneas o cuadros, con las faldas sobre la rodilla y mangas a un cuarto. Los pequeños con franelas y pantalones cortados a media pierna.

Seis días después, sólo dos de ellas, un niño y una niña continúan en el Casco Central: en la calle Bolívar, en la Roscio, en la Zea, en la Urdaneta. Los demás ya no los acompañan.

La más joven de las mujeres deambula de un lado a otro. Tratando de ir a donde hay más gente: a la panadería, al Bulevar Tümá Serö y de ahí a uno de los supermercados chinos. La anciana, en cambio, permanece tendida en el piso frente a uno de los locales de la calle Bolívar. Ella no escatima sonrisas, aunque no tiene dientes. Sus ojos aún titilan, aunque están nublados. Apenas habla español, pero suelta palabras aisladas hasta hacerse entender.

Ella y los suyos viajaron desde Mariusa porque el agua les llegó a la cintura y ya no encontraban qué comer. Vinieron por algo de dinero, por comida, por ropa seca y limpia, mientras esperan que las aguas que inundan los sitios -en donde siempre han vivido- bajen.

Los waraos son los habitantes de Mariusa, la región del estado Delta Amacuro sobre la cual se extiende el Parque Nacional Delta del Orinoco. Su hogar es una isla entre los caños Macareo y Mariusa, justo en el punto medio de la desembocadura del Orinoco. Viven de la pesca, de la recolección, del turismo y de la artesanía que usan y venden.

En Santa Elena, las mujeres y los niños warao mendigan con envases que antes contuvieron jugo, arroz chino, crema de arroz. Sin mediar palabras, pues sólo hablan su lengua autóctona, acercan sus potes a los lugareños, a los brasileros, a los turistas, a los viajeros que, por estos días, apenas pisan Santa Elena rumbo a Manaus, al Estadio Arena Amazonia.

Pero es sábado 28 de junio de 2014, faltan sólo minutos para que comience el juego entre Brasil y Chile e incluso la transitada calle Bolívar se encuentra desierta. Se acerca el inicio y en el recipiente de la anciana apenas hay un billete de dos y otro de cinco bolívares.

El día está flojo, una jornada mala para muchos: los comerciantes están de pie en las puertas de sus locales y, aunque se empeñan en mantener el precio, los trocadores de las Cuatro Esquinas agitan sus pacas de bolívares inútilmente. Los brasileros no viajan cuando hay juego e igualmente los de acá se quedan en casa cuando la selección brasilera se juega la vida.

Las Cuatro Esquinas es el cruce de las calles Bolívar y Urdaneta, corazón comercial de esta ciudad fronteriza, A pocos metros, siete hombres de chaquetas de cuero, pantalones y botas altas descienden de sus Harley Davidson.

Probablemente, los hombres de negro pararon para ir a la panadería o para cambiar sus bolívares por reales. Extrañamente no van hacia Manaus, como todos los motorizados que atravesaron Santa Elena desde que comenzó el Mundial. Son de Maturín. Van a Guyana. Pero ninguno parece percatarse de la existencia de la abuela warao. Ya comenzó el partido y su envase de arroz chino apenas contiene un billete de dos y otro de cinco. Nada de reales.


En su edición del 11 de julio, la Folha Web reseñó que la Policía Federal Brasilera deportó a 28 indígenas warao venezolanos. Al menos 20 de ellos eran niños.

Ante las autoridades, los migrantes manifestaron que se encontraban en Boa Vista, a 250 kilómetros de Santa Elena, por motivos comerciales y que, de momento, recibían dinero en los semáforos del centro de la ciudad para comprar comida y ropa.


Todos fueron llevados en autobús hasta la población de Pacaraima, fronteriza con Venezuela, y de ahí encaminados hacia  tierras venezolanas.

Situación inusual
Aunque en algunas ciudades de Venezuela, ya es común ver a grupos de indígenas mendigando, en Gran Sabana aún causa extrañeza.

En noviembre pasado, varios miembros de la comunidad e'ñepá de Mariposa, estado Amazonas, deambularon por la capital del municipio Gran Sabana.

Eran un grupo de no más de 20 personas, mujeres, hombres y sobre todo niños y niñas; mientras los adultos se dedicaban a vender artesanía en la calle Bolívar, en los alrededores del Bulevar Gastronómico Tumá Serö y de la Panadería Gran Sabana Deli, los más pequeños caminaban por las calles del Casco Central y por la Plaza Bolívar en busca de limosnas.

Los niños llevaban alcancías de cochinito en colores rojo, amarillo y naranja y las mujeres se tendían en las aceras con los recién nacidos en sus regazos.

Entonces, Lisa Henrito, asesora del Consejo de Caciques Generales, relató que varios comerciantes de la localidad reclamaron ante el coordinador de esta organización, Jorge Gómez, con respecto la presencia y hábitos de los visitantes.

“Dijeron que acosan a los clientes y eso incomoda a las personas porque el pueblo pemón no es así, eso es ajeno a nuestra cultura. Nosotros no vivimos en condiciones de calle y antier se declaró Santa Elena como mercociudad (…) Este es un municipio turístico”, dijo Henrito.

Cuando Henrito los abordó, los visitantes dijeron que viajaron hasta Santa Elena para vender y que, supuestamente, tenían un capitán (autoridad tradicional) entre ellos.

El Consejo de Caciques se comunicó con el vice ministerio de Pueblos Indígenas vinculado al pueblo e'ñepá y con sus organizaciones “para que vengan a buscarlos, de lo contrario nos tocará montarlos en un autobús y llevarlos”, dijo Henrito en aquel momento.

A su modo de ver, “ellos crecen pensando que nacieron para hacer lo que están haciendo y, de no cambiar esa mentalidad, vamos a tener todo un pueblo pidiendo dinero en la calle”.

“No vamos a permitir esto es nuestro municipio, aunque no estamos en desacuerdo con que vengan a vender sus cosas los viernes en el mercado como todo el mundo”.





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