Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

La pica de los pies descalzos


Tan pronto como el presidente venezolano, Nicolás Maduro, postergó el levantamiento del cierre fronterizo en la frontera con Brasil, docenas de hombres y mujeres comenzaron a trazar y transitar una pica, una trocha, un camino alternativo a la carretera de asfalto y a las caminos verdes ya conocidos sobre los cuales se desplegaron los efectivos miliares para vigilar el paso de los billetes de Bs. 100.  La mayoría de ellos cruzaron para comprar comida en los comercios del lado brasilero. Esta crónica fue escrita a partir del testimonio y vivencias de un grupo de personas durante la mañana del domingo 18. A partir de este martes se flexibilizó el cierre fronterizo. Fotografía: Morelia Morillo.



Por Morelia Morillo @morelia morillo

Por estos días, quienes se atreven a entrar a Brasil o a retornar a Venezuela inician su andar con sus pies limpios y 40 minutos o una hora después llegan a su destino con sus pies enlodados. Y el barro les llega hasta las pantorrillas.

El mismo día en que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, decretó  la extensión del cierre fronterizo, inicialmente por 72 horas  y posteriormente por 312 horas más, alguien (uno o varios) abrió una pica para pasar de un lado al otro de los hitos, evadiendo el cierre existente en el flanco venezolano para después volver sobre el asfalto y caminar frente a las instituciones colindantes del lado brasilero.  Sin embargo, hay migrantes que aseguran que la Policía Federal Brasilera establecerá controles muy pronto, que no permitirán que se les llene el país de gente llegada por la pica.

No hay nada oculto, no se puede ocultar tanto barro, brota entre los dedos de sus pies y les llega casi hasta las rodillas; tanta gente, quienes cruzan vienen de todas partes de Venezuela: de Maturín, a dos días de viaje, de El Tigrito, a un día de acá, de Puerto Ordaz, a ocho horas de recorrido; de Santa Elena de Uairén, a 15 minutos; ni tanto saco lleno de arroz, harina de trigo, pasta, azúcar, aceite; ni tanto surco sobre el terreno virgen: la pica describe una herradura por detrás de la última granja ubicada en el borde limítrofe.

Como por ahí probablemente no pasó nadie antes, las huellas humanas van quedando una tras otras como cicatrices del tránsito humano sobre una sabana de aguas perpetuas.

Los hombres y niños warao, habitantes ancestrales del Delta del Orinoco, el río padre del territorio venezolano, sirven de caleteros para quienes regresan con sus sacos después de comprar comida en Villa Pacaraima, la primera localidad fronteriza del lado brasilero.

Los warao llegaron a la Sabana en 2014. Entonces, aseguraron que migraban temporalmente ante la crecida del Río. Dijeron que no podían pescar y que por eso se dedicaban a mendigar entre los brasileros que llevaban por docenas los productos venezolanos, aprovechando las ventajas de su moneda, el real sobre la moneda venezolana, el bolívar. Hay quienes aseguran que los warao son recolectores y que por tanto recolectan monedas como quien recolecta frutos silvestres.

La Gran Sabana es la última jurisdicción venezolana hacia el sureste profundo del país y el territorio heredado del pueblo indígena pemón.

Luego, desde comienzos de 2016, cuando la escasez obligó a los venezolanos a comprar en Villa Pacaraima, la primera localidad del lado brasilero, los warao comenzaron a mendigar en las aceras de la calle Suapi y poco a poco se internaron hacia Boa Vista, capital del brasilero estado de Roraima, fronterizo con Venezuela, de donde los deportan una y una y otra vez por docenas.

Entonces, ellos se quedan en Pacaraima, al lado del Terminal de Pasajeros, sobre las áreas verdes, con todo y sus bebés, a la intemperie.  

Son seres de agua, que caminan descalzos casi siempre, los hombres visten franelas y bermudas, la pica anegada les resulta una pista: llevando sacos de 50, de 60 kilos, corren gritando "maraisa, maraisa, maraisa" es decir "amigo, amigo, amigo".

Los waraos son los habitantes de Mariusa, la región del estado Delta Amacuro, en el extremo norte oriental de Venezuela, sobre la cual se extiende el Parque Nacional Delta del Orinoco. Su hogar es una isla entre los caños Macareo y Mariusa, justo en el punto medio de la desembocadura del Orinoco.

Como los warao, otros 20 jóvenes venezolanos caletean los sacos de comida brasilera hacia el lado venezolano. Por cada saco, cobran 10, 20, 30 reales. Todo depende del negocio entre las partes. Para que sea rentable, cada caletero hace alrededor de 20 viajes diarios. Ante el cierre de la frontera, el cambio fluctúa sobre los 800 bolívares. Algunos de los comerciantes brasileros aceptan los billetes de Bs. 50, pero otros no se arriesgan.

"Con teléfono, con bermuditas, pero sin zapatos, pa' no dañar los zapaticos", se describe José Colmenares, de Maturín, quien llegó a la frontera hace tres meses. "Trabajaba como vigilante, pero ya no se conseguía trabajo. Ganaba 40 000 bolívares mensuales (…) Aquí hay gente de toda Venezuela porque es la única manera que tienen de conseguir comida".

Julio Castro, de San Félix, gana 1300 reales semanales trabajando la construcción. "Y el fin de semana pa' la trocha", a caletear sacos de comida sobre el pantanal y a pies descalzos.

Nulfo Rodríguez, un hombre de 46 años, residente de Puerto Ordaz, cuenta que tiene casa, carro y gandola, pero no tiene dinero para repararla. La vida lo puso a patear el fango, cargando sacos de un país al otro con el rostro sudoroso y la respiración agitada.

"Usted cree que uno, venezolano, de un país tan rico y hermoso tenga que estar pasando este trabajo. Tanto gobierno como oposición se aprovechan".

Una familia completa, un hombre y una mujer, ambos muy jóvenes, dos niñas de menos de tres años y un segundo hombre joven también saltan tratando de evitar el pantano. Apenas llevan equipaje. "Somos de El Tigrito, estado Anzoátegui. Nos quedamos sin real y no podemos seguir en Venezuela. Nos están esperando allá, en Brasil".

"Esto es lo mismo que hacen los centro americanos para ir a Estados Unidos, estamos conquistando el sueño americano", dice otro hombre que cruza con su mujer y su hija. Él sonríe, pero ellas se quejan del barro y del mucho caminar.

Hoy,  retornan también algunas de las familias brasileras que quedaron varadas en suelo venezolano hace casi una semana. Llevan sus niños en hombros. Están agotados, tal vez por la estadía postergada en el país vecino. Los pies de los adultos están hechos fango.

Es domingo, 18 de diciembre y nadie parece recordar que faltan seis días para Navidad.





martes, 20 de diciembre de 2016

Any y Luis volvieron a Venezuela tras perderlo casi todo en Boa Vista

Simultáneamente, el  viernes ante pasado, la Policía Federal Brasilera inició la deportación de 450 venezolanos porque trabajaban ilegalmente o mendigaban en Boa Vista, pero un tribunal suspendió el proceso por considerar que no recibieron la asistencia de ley. Ilustración: tomada de Factoría Yuguero.

Esta nota fue publicada inicialmente en El Pitazo.com
Any Narváez y Luis Cordero jamás pensaron que volverían a su país, exactamente 73 horas después de haber salido desde su casa, en Puerto La Cruz, hacia Córdoba, Argentina.

El martes seis de diciembre, a las seis de la tarde, subieron al autobús de Expresos Occidente -que viaja directo hacia la frontera con Brasil tres veces por semana- con 200 dólares y no más de Bs. 100 mil y el viernes nueve, sobre las siete de la noche, llegaron al Terminal Internacional de Santa Elena de Uairén con lo suficiente para un pasaje al Puerto. "Nos robaron en el Terminal de Boa Vista, los propios venezolanos", contó Any.

Córdoba está en el centro de Argentina. Boa Vista es la capital del brasilero estado de Roraima, de cara a Venezuela. Santa Elena la población venezolana más cercana a Brasil.

Hasta la primera semana de diciembre, Any se ocupaba del diseño de un periódico y Luis Anibal de impresiones a gran escala. "Vivíamos con la incertidumbre de si comes hoy o comes mañana. Con todo y que él no ganaba sueldo mínimo, no nos alcanzaba".

Un amigo les habló de Córdoba, de la posibilidad de conseguir un empleo de medio tiempo en un hotel, con las tres comidas y una habitación incluida y les pasó el contacto. Sacaron la cuenta y se dedicaron a trabajar y a ahorrar. Según sus cálculos, con 200 dólares les alcanzaría para ir por tierra, vía Brasil, hacia Bolivia y finalmente llegar a Argentina.

En el autobús de Occidente conocieron a otro viajero venezolano y a dos argentinos. Como todos iban hacia Manaus, la principal ciudad del estado Amazonas, a 14 horas de la frontera con Venezuela, decidieron viajar juntos. Sólo Any había llegado hasta Ciudad Guayana, a cuatro horas de Puerto La Cruz. Su papá es ingeniero civil y trabajó en El Guri, en el Complejo Hidroeléctrico "Simón Bolívar". 

Cuando desde el autobús vieron el Roraima, el más grande de los tepui de la cadena oriental, ambos sintieron escalofríos.

Bajaron del autobús el miércoles en la tarde. Ya en Villa Pacaraima, la pequeña localidad brasilera que colinda con Venezuela, cambiaron los bolívares por reales e ingresaron a la sede de la Policía Federal Brasilera. Les dieron 15 días de estadía. Sobre las seis de la tarde, tomaron el carro por puesto hacia Boa Vista. "Compartimos el carrito con el venezolano y los dos argentinos, pagamos 35 reales por persona".

Al llegar al Terminal de Boa Vista eran las nueve de la noche y los pasajes del siguiente autobús hacia Manaus se habían vendido. "Entonces nos pusimos a compartir con los venezolanos que viven en el terminal, son más de 100 y dentro de ese grupo hay dos alemanes. Viven ahí, fuman, pintan de vez en cuando y un grupo evangélico renacentistas les da la comida tres veces al día (…) Nos tocó dormir ahí, en el piso. Pusimos los bolsos en el medio y nos pusimos uno de un lado y el otro del otro. Yo guardé los reales y tres dólares, por si acaso y mi esposo el resto de los dólares. Dormimos por turnos".

Ya en la madrugada, Any fue al baño, se duchó, se aseó y después lo hizo Luis Anibal. Ella recuerda que a él lo siguieron los dos argentinos y el venezolano con quienes viajaron. Al amanecer, se percataron de que no tenían los 197 dólares que había guardado Luis.
Roraima tiene aproximadamente 500.000 habitantes. El Gobierno de Roraima ha dicho que en la entidad hay 30.000 venezolanos. La mayoría de ellos radicados en Boa Vista, a 230 kilómetros de la frontera, mientras que otros se quedan en Villa Pacaraima, al lado brasilero de los hitos. Desde que comenzó el éxodo masivo, hace seis meses, las autoridades lo han atendido como una crisis humanitaria, motivada por la escasez de alimentos y medicinas. Pero algo está cambiado en esa percepción con respecto a los inmigrantes venezolanos.
Al amanecer del viernes, mientras Any y Luis Anibal, despertaban sin dinero en un país extraño y buscaban la manera de regresar, la Policía Federal (PF) Brasilera detuvo a 450 venezolanos en Boa Vista e inició su deportación. En la nota dirigida a los medios, la PF explicó que se encontraban desempeñando actividades no turísticas, trabajo remunerado y mendicidad. Todos fueron trasladados en autobuses hasta la frontera venezolana. Con los 450 sumarían 900 los venezolanos desterrados durante 2016.
Sin embargo, poco antes de que bajaran de los vehículos que los transportaron, desde Boa Vista Pacaraima por BR 174, el Tribunal Regional Federal de la 1º Región suspendió la deportación. La decisión fue tomada en respuesta a la solicitud de la Defensoría Pública de la Unión, por considerar que los extranjeros fueron capturados y llevados a la PF sin derecho a conversar con alguna de las entidades encargadas de asistirlos en un país en donde tanto los nacionales como los foráneos cuentan con los mismos derechos. Entonces, sólo algunos aprovecharon el aventón forzoso para quedarse en Pacaraima.
Any y Luis Anibal, por su parte, sólo recibieron el apoyo de un venezolano, un hombre que trabaja con los choferes del terminal. "Nos dio de comer y nos llevó hasta el terminal de los carritos que viajan hacia Pacaraima. El conductor del taxi dijo que él siempre escuchaba en la radio brasilera que los venezolanos habían robado", recordó Any.

De acuerdo con una nota publicada en la Folha de Sao Paulo los registros policiales pasaron de vincular a 58 venezolanos en 2015 a vincular a 220 en 2016.

"Nos pasó ese chasco y no somos personas analfabetas porque la mayoría de los que están allá son indigentes, no tienen ni sexto grado (…) Los mismos venezolanos están haciendo desastres contra los venezolanos y nadie ayuda, ni los que están establecidos ni los indigentes. Es difícil aceptar que uno no puede creer en nadie. Aprendimos que no hay que ofrecerle ayuda a todo el mundo porque nosotros éramos muy de eso, de ayudar a todos", dijo Any, sentada en uno de los bancos de cemento del Terminal de Santa Elena.

"Nos están cobrando diez mil bolívares hasta Puerto La Cruz, como si fuéramos hasta Caracas. Vamos a esperar para hablar con el chofer a ver si nos lleva a los dos, aunque sea en el pasillo. Uno sentado y el otro parado. Ahí veremos".




domingo, 18 de diciembre de 2016

Con palos, comunidad de Santa Elena se defiende los saqueadores

Al final de la tarde, una nota del alcalde, Manuel De Jesús Vallés, llamó a toda la comunidad a congregarse en las Cuatro Esquinas para defender a Santa Elena de los extraños de conductas que no son propias de los santaeleneros. Fotografía: Morelia Morillo

Esta historia la publicamos al instante en ElPitazo.com

Desde las once y media mañana, en Santa Elena de Uairén se vive una batalla. Por un lado los saqueadores y por el otro los vecinos y los comerciantes tratando de defenderse.

En tres horas, los forasteros, y algunos pocos lugareños, ya entraron en seis locales, uno de ellos un abasto, los demás tiendas de ropa y tecnología.

En las calles, los efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) son pocos. Aparentemente, un número (no precisado) de uniformados fue enviado para reforzar el control de los desórdenes en otros municipios del estado Bolívar; pasadas la una de la tarde, recibieron el apoyo de un contingente de soldados del Escuadrón de Caballería Motorizada 5102 Escamoto perteneciente al Fuerte Roraima que llegó a bordo de un vehículo Tiuna.

Santa Elena de Uairén es la última localidad venezolana de cara al Brasil, en el sureste profundo de Venezuela; un pueblo tranquilo que se ha transformado en la medida en que la crisis del país ha avanzado hacia los sitios más remotos. En los últimos 18 años, en Santa Elena se han instalado alrededor de 18 invasiones; ahora, prolifera la minería ilegal, el contrabando de combustible, el canje callejero de la moneda, la prostitución y la delincuencia.

Gilmer Poma, presidente de la Cámara de Comercio de Gran Sabana, comentó que "no hay suficiente cantidad de efectivos que pueda parar esta ola delincuencial".

Relató que los saqueadores arrasaron con  la venta de víveres Yor Bellorín, en la calle Roscio, intentaron entrar a uno de los supermercados chinos y luego vaciaron una tienda de ropa en la calle Bolívar frente al Parque Ferial, una de tecnología y accesorios y una de prendas íntimas. También intentaron entrar en el CC Pasaje Morales, pero los comerciantes los repelieron. 

Yoryina Bellorín, propietaria del local, dijo que quienes entraron se llevaron carne, pollo, pescado y dinero, pero dejaron los víveres secos y las verduras.

Mientras hombres desconocidos recorrían las calles comerciales en motos a toda velocidad, los comerciantes y quienes habitan en la localidad se hacían con palos, bates y barricadas.

Confidencialmente, quienes presenciaron los hechos aseguraron que los saqueadores son casi todos de Caño Amarillo, una invasión que en el año 2011 se apoderó de un morichal perteneciente a la comunidad indígena de Sampai, que colinda con Santa Elena por el  extremo este.

Sin embargo, al final de la tarde, se conoció que las autoridades y comunidades organizadas allanaron varios hoteles de paso en el centro dando con algunos de los involucrados y mercancías.


En el sector Brisas del Uairén, a dos kilómetros del comercio, los vecinos cerraron el paso mediante barricadas ante el rumor de que saquearían los dos supermercados chinos ubicados en la zona. "A nosotros no nos van a  dejar sin comida", dijo Elena Caro, vocera del Consejo Comunal.

Nota de voz
Al final de la tarde, una nota del alcalde, Manuel De Jesús Vallés, llamó a toda la comunidad a congregarse en las Cuatro Esquinas para defender a Santa Elena de los extraños de conductas que no son propias de los santaeleneros. 

Las Cuatro Esquinas es el cruce de calles que constituye el ombligo de la capital mestiza en la Gran Sabana, el territorio ancestral del pueblo indígena pemón.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

La bebé de Aguas Negras se salvó de milagro




Valiéndose de dinero, de amenazas, de la fuerza o de simples promesas, los traficantes de niños y niñas penetran en las comunidades indígenas de Gran Sabana. Fotografía tomada de Andina.com.pe
Este texto fue publicado inicialmente en El Pitazo.com
En menos de dos meses, que para ella son toda su vida, la bebé de Aguas Negras se separó de su mamá y sus hermanos, quedó a cargo de una prostituta que se comprometió a cuidarla, viajó en avioneta sobre El Abismo, la cima rocosa en donde el Macizo Guayanés sede espacio a la Selva Amazónica, fue presentada por una pareja distinta al hombre y a la mujer que la concibieron, cambio de nombre, fue rescatada por una instancia de protección y un grupo de efectivos militares y ahora vive en casa de su familia materna.
A comienzos de octubre, dos días después de parirla, su mamá, Glenda Castro, una indígena pemón de 20 años, madre ya de dos hijos, se desprendió de ella a cambio de la promesa de una vida mejor para la bebé, de tener contacto permanente con su hija y, supuestamente, de 300 mil bolívares, un monto que ni siquiera le habría sido cancelado de un todo o que jamás recibió, según la versión de los suyos
Aguas Negras es una comunidad pemón ubicada a 20 minutos de Ikabarú. Es un caserío de cinco o seis casas -de palma, metal y tabla- en donde todos son Castro o Mundo. La propia Glenda creció como hija de una tía que no pudo tener hijos, pero cuando esa tía falleció, Glenda regresó sin inconvenientes a casa de sus padres biológicos. El caserío se llama así por el color del riachuelo cercano. Allí hay una mina de oro ya desahuciada por los muchos años de explotación, sin embargo algunos insisten rebuscando el subsuelo.
Ikabarú es un pueblo de calles de tierra que es la capital de la segunda parroquia del municipio Gran Sabana, en el sureste lejano de Venezuela hacia el Brasil. En Ikabarú, según la concejal Zaida Almeida, 80% de la población se dedica a la minería. A la fecha, el gramo de oro ronda los Bs. 90 mil, al cambio vigente en el mercado paralelo aproximadamente los 25 dólares.
"Ella (Glenda) parió en la casa, la atendió mi mamá y esa mujer (Dugmary) aprovechó que no tenía certificado de nacimiento (…) La tipa le ofrecía plata, pero en realidad no la agarró (…) Se dejó llevar porque no tenía apoyo del marido (…) Vive arrimada con mi mamá, dedicada a los oficios del hogar", relata Noris Mundo, hermana mayor de Glenda.
"Esa muchacha llevó vaína", dice Noris y saca de una carpeta de pasta marrón el informe médico del Hospital Materno Infantil "Nossa Senhora de Nazaret", ubicado en Boa Vista, la capital del brasilero estado de Roraima, a 230 kilómetros de Santa Elena.
De acuerdo con ese documento, Glenda fue atendida exactamente cuatro meses antes de dar a luz. El día cuatro de junio de 2016. Los exámenes revelaron que tenía la hemoglobina en 4,3 y recibió cuatro bolsas de sangre.  Noris dice que en medio de aquella situación de emergencia su hermana le contó que el marido la había pateado entre la pierna y el vientre. "Aquí (…) Ellos estaba separados hace tiempo".
Relata que, el seis de octubre, Dugmary del Carmen Aguilera García, una mujer de 31 que llevaba aproximadamente siete meses en Ikabarú, trabajando como prostituta, se acercó al ambulatorio y, con la bebé cargada, dijo que había dado a luz "en el monte", que se sentía mal y que necesitaba ser trasladada a Santa Elena. Entonces, subió a la avioneta.
Durante cuarenta minutos, la avioneta que diariamente va de Santa Elena a Ikabarú y de regreso alternó su ruta entre la altiplanicie y la alfombra infinita de árboles.
Ya en Santa Elena, la mujer fue al Hospital "Rosario Vera Zurita" y solicitó un Certificado de Nacimiento argumentando que no lo tenía "porque había parido en el monte". En el formato EV 25, emitido por el principal centro de salud del municipio, firman como padres Dugmay del Carmen Aguilera García y Jhon Carlos Santander Barrera. "Y no fue tonta, puso como testigos a dos pemón", dos jóvenes indígenas, destaca Noris.
"Ella es bonita, tiene buen cuerpo", dice. En la cédula se ve como una mujer blanca, de ojos grandes y cabellos lisos sujetos en una cola de caballo.
Noris se enteró de lo que sucedía por una llamada de Glenda. "Ella me llama y me dice, hermana es que una tipa así me llevó a la niña, la llamo y me dice que está en Boa Vista, que está en Puerto Ordaz o no responde". Noris asegura que su hermana no recibió dinero de parte de Aguilera porque viajó a Santa Elena sólo con el pasaje, Bs. 30 mil.
La Defensoría del Niño, Niña y Adolescente de Gran Sabana recibió de los familiares de Castro y su bebé una denuncia por presunto tráfico de niños en la modalidad de compra.
Más tarde, en una barriada ubicada al sur de Santa Elena, los efectivos del Destacamento de Fronteras 623 de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) capturaron a Santander Barrera y Aguilera García quienes fueron puestos a la orden de la Fiscalía Décima del Ministerio Público del Segundo Circuito Judicial del Estado Bolívar.
Entre los defensores existe una auténtica preocupación por la proliferación de la trata de personas en el municipio más al sureste de Venezuela, territorio ancestral del pueblo indígena pemón, a más de 1300 kilómetros de Caracas.
"Este es el tercer caso de este último trimestre del año (2016) y en un elevado porcentaje son niños indígenas. Me preocupa la vulnerabilidad de las comunidades por desconocimiento y necesidad", comentó una funcionaria que prefirió no ser identificada.
En el mundo, cada año, entre 800 mil a dos millones de personas son víctimas de este delito, superado en ganancias por el tráfico de drogas y de armas.
Hay quienes valiéndose de dinero, de amenazas, de la fuerza o de simples promesas compran o raptan niños y niñas para después venderlos a redes que se encargan de colocarlos en adopción, de prostituirlos, de esclavizarlos, de transformarlos en soldados e incluso de emplearlos como mendigos o sacrificados en prácticas religiosas.
Entre quienes siguieron de cerca el proceso existe la percepción de que Aguilera García sabía lo que hacía y tenía en mente un negocio; de que Santander Barrera apenas conocía desde cuatro o cinco meses atrás a la mujer con la presentó a la bebé, de que el padre biológico de la bebé es un muchacho ingenuo que ama a su primera hija y de que Glenda Castro "no tenía noción, ni conciencia de lo que estaba pasando".
Por lo pronto, las dos mujeres están en el Internado Judicial de Vizcaíno y el hombre en la Cárcel de Vista Hermosa, mientras que la bebé se encuentra con su familia materna. El abuelo Castro fue a visitar a su hija y llora mucho por ella. 
El lunes la bebé de Aguas Negras asistió a su control de vacunas. Vestía gorro rojo y rosa tejido, camiseta blanca, chaquetita marrón, pantalón rosa, medias blancas y zapatillas de tela a cuadros rojos y blancos. Su prima de 16 la arrullaba con dulzura, como a una muñeca muy querida, mientras que ella sonreía. Es un angelito.


viernes, 28 de octubre de 2016

El martes pasado llovieron piedras

"Las invasiones siempre se han manejado antes de las elecciones y, como indígenas, no vamos a permitir más eso porque han traído asesinos, delincuentes y la seguridad del municipio Gran Sabana se ha ido colapsando" dijo Dñonald Martínez, líder pemon. Fotografía; Morelia Morillo.

En el acceso a Lomas de Piedra Canaima, a la altura del sector Simón Bolívar, reposan vestigios de una barricada: listones, peñascos. Son restos de la batalla del martes.
Lomas de Piedra Canaima es la urbanización de hospedaje turístico más antigua de Santa Elena de Uairén, la capital del municipio Gran Sabana, el territorio ancestral del pueblo indígena pemón, en el sur remoto de Venezuela.  
Dos de los habitantes más antiguos de la zona fundaron el asentamiento y poco después, hace 30 años, llegaron Manfred y Xiomara y comenzaron a construir Yakoo, el campamento más conocido de la Gran Sabana. Por eso, al sector se le conoce como Yakoo. El mismo que luego fue bautizado como Lomas de Piedra Canaima.
Le siguieron Ruta Salvaje, Petoi, Wakupata.  Son posadas y hoteles bonitos, cómodos, sencillos, de diseños inspirados en el ambiente que les rodea: una montaña en donde se alternan las nacientes de río, los chaparrales y el bosque tupido.  
Entre los dos sectores, viven 80 familias, según los registros del Consejo Comunal. Seis de ellos son extranjeros que vinieron a Venezuela hace 40, 30, 20, 15, 10 años. Los demás son venezolanos. Todos comparten un sueño: vivir en paz y rodeados de naturaleza.
Simón Bolívar es una barriada que se consolidó hace siete años, tras la ocupación, desalojo y ocupación definitiva de un pliegue en la falda de la montaña, dentro de la jurisdicción del Consejo Comunal Lomas de Piedra Canaima.
En aquella ocasión, tras la toma del sitio, los de Lomas acudieron ante la Guardia Nacional y, como no recibieron apoyo, apelaron a las autoridades indígenas. Ellos actuaron según sus usos. "Cuando comenzó el desalojo, los guardias defendieron a los invasores. Una mujer hasta le quitó el casco a uno de los guardias para golpear en la cabeza a un indígena", recuerda un vecino amparado en la confidencialidad. "Algunos de los indígenas que están aquí participaron en el desalojo de Simón Bolívar y tienen heridas de guerra".
Quienes defendían el lote lograron echar a quienes pretendían habitarlo, pero en un pestañeo los invasores se reinstalaron y levantaron de nuevo sus barracas. Después, la Alcaldía los guió en la gestión de Misión Vivienda. Mientras que las máquinas de la Alcaldía conformaban el terreno, las 30 familias desarmaron sus ranchos y se arrimaron al drenaje natural del cerro. Luego, los rearmaron dejando el espacio para las viviendas prometidas. Algunos ya tienen sus estructuras metálicas. Todos esperan por materiales.
Ahora, corre 2016. Maite Ayala, habitante de Lomas de Piedra Canaima, sabe que recibió la noticia de la nueva invasión desde los linderos de Simón Bolívar a las 5:37 del domingo 23 de octubre porque así se lo recuerda el mensaje que le llegó a través del grupo de whatsApp de la comunidad y porque una contingencia así no se olvida fácil.
De inmediato, tres vecinos se movilizaron hasta el Destacamento de Fronteras 623 de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). "Nos dijeron, no podemos hacer nada sin una orden de Fiscalía Ambiental", recuerda Rafael Escalante. "Entonces, fuimos a la comisión de seguridad indígena que está en el Comando de la Policía".
Durante el encuentro inicial entre los vecinos de Lomas de Piedra Canaima y sus vecinos de Simón Bolívar, Katherin Pacheco recibió un martillazo en la cabeza y ella, quien según sus adversarios es karateca, se defendió con una patada y un movimiento de manos que dejaron a su contendora sin aire. Katherin Pacheco, por su parte, fue a parar al Hospital "Rosario vera Zurita" en donde recibió cinco puntos de sutura. Uno de los hombres que entró desde Simón Bolívar paró tras las rejas por estar solicitado. No se sabe por qué.
Dónald Martínez, uno los líderes más importantes del pueblo pemón, inició las conversaciones; le siguieron, Manuel De Jesús Vallés, alcalde desde hace al menos 12 años y la Fiscalía Ambiental. Al caer la noche del lunes, los invasores se comprometieron a salir antes de las 10:00 de la mañana del martes y a presentarse en la sede de Desarrollo Social de Gran Sabana para iniciar un estudio socioeconómico con miras a una solución. 
Pero en cambio, la parcela de Oneida Brown, de poco más de una hectárea, amaneció ocupada hasta sus límites y fraccionada en 50 pedazos.
Como la GNB no se presentó, sobre las 11:00, un grupo de apoyo de la seguridad indígena y del Consejo Comunal de Lomas de Piedra Canaima decidió sembrar los postes y marcar el lindero al tiempo que las mujeres desde Simón Bolívar subían sobre el alambre.
Al defender su territorio, de ocupaciones inconsultas, los pemón de hoy recurren a los métodos de siempre: al ají, el korokopay rezado con maldad, a los palos y a las flechas; decoran sus rostros con pintas de guerra, se acorazan de valor y avanzan sobre una tierra pedregosa que conocen como las callosidades de sus manos.
"Lo que siguió fue una batalla de piedras que se prolongó durante una hora", me comentó uno de los que se limitó a observar.  "Desde allá lanzaron como 10 bombas molotov, pero sólo estallaron como tres o cuatro", dijo uno de los de Lomas.
Mientras tanto, a través de las redes sociales, los vecinos de Piedra Canaima alertaban acerca de las amenazas, del fuego, del humo, de la barricada que les impidió, a quienes regresaban para el almuerzo con los hijos después de la escuela, sentarse a la mesa y comer; imploraban la intervención de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB).
Finalmente, cerca de la 1:00, llegaron los uniformados y la batalla cesó. Los efectivos detuvieron, a la altura de la barricada, a un hombre que portaba un arma y ya sobre el terreno obligaron a los que entraron por Simón Bolívar y a los de Lomas de Piedra Canaima a salir del terreno de Oneida Brown. 
Quioli Ruiz, la habitante de la primera de las casas de Simón Bolívar, argumenta que necesita de un terreno para su hija y lo propio expresan las cabezas (voces) de las otras 49 familias desesperadas por ocupar la hectárea de la Brown. 
Quioli se siente agredida por "los indios que salieron a defender los gringos" y dice que ese rasguño que lleva una de las suyas sobre la mejilla es la marca de una flecha rasante. Cuenta que a una mujer se le adelantó el parto ante la hostilidad.
Morelba Tovar dijo que está cansada de esperar por una respuesta de la Alcaldía y que necesita una parcela; otra de las mujeres expresó que quiere dejar de pagar alquiler; la otra anhela salir de la casa de un familiar en donde está arrimada desde hace años; la anciana de ojos claros quiere tener una casita, un huerto y gallinas.
Los 50 dicen que llevan tiempo en la Sabana, pero incluso entre los habitantes de Simón Bolívar hay quienes dan fe de que en ese grupo hay de todo: hay quienes invadieron hace siete años y después vendieron sus casas; muchachos y muchachas que recién formaron familia y que necesitan de un sitio y gente mala, del 88, de Las Claritas, de San Félix, poblaciones ubicadas a 300 y 800 kilómetros en donde mandan los sindicatos, los grupos armados que imponen su ley en las minas del sur venezolano.
Una de las lideresas del comité de seguridad indígena, lleva como marca de guerra un hematoma multicolor en su hombro derecho. Fue alcanzada por una piedra.  Sobre el campo de batalla reposan las molotov perdidas, un reguero de piedras y palos quemados.
La seguridad indígena está determinada a no permitir ni una invasión más.
Se conformaron como comisión con el propósito de acompañar a los cuerpos de seguridad y orden público a raíz del incremento acelerado de la inseguridad en Gran Sabana, una región en donde a pesar de la delincuencia desatada en el resto del país se podía dormir sin puertas ni ventanas hasta hace tres o cinco años.
A comienzos de septiembre pasado, la comunidad de Santa Elena de Uairén se conmocionó ante la muerte de tres de los cuatros miembros de una familia siria que llevaba años en el municipio y el dolor fue tanto que condujo a la intervención de la Policía del Estado Bolívar (PEB) por la vinculación de dos de sus agentes con el suceso.
De ese acompañamiento, dice Donald Martínez, uno de los tres voceros del ese grupo de trabajo, surgieron alrededor de 25 observaciones con respecto al incremento de la inseguridad en Santa Elena y en las comunidades indígenas pemón que rodean al pueblo mestizo. Una de esas observaciones fue la proliferación de las invasiones.
En los últimos 18 años, en Santa Elena de han consolidado 17 ocupaciones ilegales de tierras; ilegales porque las leyes venezolanas las prohíben y porque la mayoría de estas ocupaciones han avanzado sobre los límites del área urbana hacia las tierras indígenas devorando morichales, bosques y sabanas.  En algunas, los ranchos han dado paso a casas modestas, en otras a viviendas de interés social, en otras los ranchos aún siguen; muchas cuentan con servicio de electricidad, pero todas, sin distinción, padecen por falta de aguas blancas y excesos de aguas negras y cada vez más por la inseguridad.
"Ellos también son venezolanos, pero con intereses, la mismas caras, la misma gente, venden los terrenos. El propio alcalde reconoció a personas que ya han recibido casas. Una señora le dijo que la había vendido porque se enfermó".
"Las invasiones siempre se han manejado antes de las elecciones y, como indígenas, no vamos a permitir más eso porque han traído asesinos, delincuentes y la seguridad del municipio Gran Sabana se ha ido colapsando".
"Si por negligencia, las mismas instituciones no cumplen su función, nosotros si vamos a cumplir", dijo Dónald Martínez.
Al lado del lindero se mantienen seis efectivos de la GNB y 12 del Ejército. A las cuatro de la mañana del viernes, mientras los que estaban de guardia tomaban café, los forasteros saltaron sobre la alambrada. Aunque no se resignan, fueron avistados de inmediato y devueltos a los terrenos de Simón Bolívar. "Lo que yo digo, comentó una vecina de Lomas que nos pidió no publicar su nombre, es que no podemos vivir así, en esa zozobra ¿Qué está esperando la Guardia para llevarse a esa gente?"




martes, 4 de octubre de 2016

Por comida y trabajo, 21 venezolanos sobreviven en una calle brasilera



"Aquí cada quien tiene su historia", advierte Simón. Uno o varios son de Maracaibo, de Barquisimeto, de Maracay, de Caracas, de Guarenas, de Sucre, de Maturín, de Ciudad Bolívar, de San Félix. Pero todos llegaron "pateando la latica", sin dinero, con hambre y sin chance para alquilar. Fotografías: Morelia Morillo

 Esta crónica se publicó inicialmente el domingo dos de octubre de 2016 en elpitazo.com

Simón, en realidad su nombre es otro, pero él aceptó conversar siempre y cuando se preservara su identidad y se excluyeran a las personas de las fotografías -"Es que mi mamá piensa que yo estoy residenciado y que estoy muy bien", argumentó- cruzó la frontera venezolana hacia el Brasil con un morral en el que llevaba algo de ropa y 48 kilos de peso sobre al menos 1, 70 centímetros de estatura.

Muestra una fotocopia plastificada de la cédula de identidad que sacó justo antes de salir de su pueblo en el estado Yaracuy, en el centro occidente de Venezuela: mejillas hundidas; frente, pómulos y barbilla salientes; un rostro moreno fino pegado a los huesos.

"Si en Venezuela hubiera trabajo y comida, ninguno de nosotros estuviera aquí. Todos queremos lo mismo: que Venezuela mejore para devolvernos a nuestras casas", dice Simón.

Él es uno de los 21 hombres venezolanos que desde hace tres meses viven bajo el alero lateral del galpón en donde antes se vendía artesanía, suvenires, hamacas, jarrones, alfombras y en donde ahora se venden al mayor arroz, azúcar, aceite, harina de trigo, pasta, justo en el cruce de la Calle Parima hacia la Br 174 en Villa Pacaraima Brasil. Aquel cuya fachada, con las banderas de Venezuela y Brasil, sirvió de escenario a miles de turistas.

Pacaraima es la primera localidad brasilera de cara a Venezuela. Santa Elena, la última ciudad venezolana en esta frontera, se encuentra 15 kilómetros. Entre Santa Elena y el pueblo de Yaracuy desde donde partió Simón hay 1600 kms de distancia.

"Aquí cada quien tiene su historia", advierte. Uno o varios son de Maracaibo, de Barquisimeto, de Maracay, de Caracas, de Guarenas, de Sucre, de Maturín, de Ciudad Bolívar, de San Félix. Pero todos llegaron "pateando la latica", sin dinero, con hambre y sin chance para alquilar. "Hay personas con mejor situación que pueden pagar varios meses por adelantado".  Al mes, una habitación puede costar 250 reales,  87.500 bolívares.
"Llegó uno primero, uno fue trayendo al hermano, después la familia. Agora moram como duas familias", comenta Irón Martines, uno de los socios del comercial.

Hace tres meses, cuando comenzó el campamento improvisado en la esquina del MeuGaroto.com, su presencia descamisada y sudorosa, el fogón al aire libre, las hamacas colgando de la reja del local, los cartones y colchones en el piso, los morrales y bolsas de equipaje y el ropero lavado expuesto al aire y al sol causaban asombro e incluso repugnancia; ahora, sólo los foráneos se sorprenden mientras los 21 apenas despegan sus mirada de sus quehaceres diarios, de la cocina, de la ponchera que sirve de lavandero, del tendedero, de las pacas que bajan de un camión brasilero o suben a otro venezolano. Quien hace poco hace al menos Bs. 7 mil al día, los más activos llegan a Bs. 20 mil diariamente.

Se bañan, lavan y hacen sus necesidades en el Terminal de Pasajeros, a una cuadra de distancia, en el bosque o en algunos de los riachuelos cercanos. Pero de la estación de autobuses y carros por puesto ya sacaron a otro grupo de venezolanos, la mayoría de ellos indígenas warao. Al menos 100 fueron devueltos a Venezuela en agosto pasado.

"Todo el tiempo meten miedo, que nos van a sacar", dice Simón. Al frente está la estación de la Policía Civil y a menos de una cuadra la sede fronteriza del Ejército Brasilero. A 50 metros, está además el templo de la Asamblea de Dios. Al menos en este extremo, los brasileros son profundamente religiosos. "Aquí todos creen en Dios, será por eso que son tan bendecidos", reflexiona Simón.

Irón admite que algunos de los cientos de venezolanos que ahora viven o deambulan por Pacaraima han incurrido en robos. Simón calcula que en la Rua Suapí, la calle comercial, duermen al menos 500 venezolanos en los bancos, en las aceras, en los portones de los negocios. Luego, Irón asegura que estos (los 21) son "gente boa", buenas personas, que no beben alcohol y sólo fuman cigarrillos. Por si se exceden, en el muro del depósito hay dos hojas de papel bond con los mensajes "Prohibido fumar cigarro", "Espacio libre de humo".

"Eu paso o dia todo brigando com eles como um padre fala com seus filhos", conversa con ellos durante todo el día como un padre lo hace con sus hijos, pero además los ayuda con la comida y con algo de combustible para encender el fogón o la cocina.

Él comprende, se compadece, considera que el gobierno venezolano "los abandonó" y relató que la senadora por Roraima, Ángela Portela visitó el lugar y se comprometió a elaborar un documento reflejando la situación de los migrantes venezolanos en la frontera brasilera con la finalidad de enviárselo al presidente Nicolás Maduro.

Pero no todos los pacaraimenses son tan comprensivos. Otros se sienten invadidos, vulnerados, reclaman por su seguridad, por las condiciones de higiene en que se encuentran los espacios públicos. A mediados de septiembre el diario Folha de Boa Vista reseño la situación. En la nota, la Prefectura de Pacaraima manifestaba que no dispone de presupuesto para atender la situación que podría declarar de emergencia. A propósito, una comisión del Sistema Único de Salud (SIS) visitó  la frontera la semana pasada con la finalidad de evaluar el panorama y exigir la intervención del Gobierno Federal.

"A mí no me gusta hablar mal de Venezuela, lo que es malo allá, allá se queda", expresa Simón y calla durante un rato. "Lo malo de Venezuela son esos políticos de parte y parte y los bachaqueros", expresa y pasa a otro tema.

"Aquí vivimos todos como una familia, el japai (una expresión coloquial que se traduce como amigo) de aquí nos ha tendido la mano (…) Y al que roba le va mal", dice Simón.

Como una familia pobre, hacen "una vaca", juntan dinero para comprar la comida, casi siempre en la venta al detal de la esquina siguiente o compran por separado; conviven en paz y tratan saltar sobre sus diferencias; cuando uno sale, los que quedan en el lugar cuidan sus pertenencias, "lo malo, lo malo es la situación que estamos viviendo, en la calle".

A pesar de eso, Carlos, el de Guarenas, estado Miranda, se trajo a su esposa e hijo. "Porque yo me ponía pensar, yo aquí comiendo bien y ellos allá sin comer". Es uno de los dos hombres que ya se trajo mujer y descendencia desde su sitio de origen.

Bobby, llamado así por su cabellera afro, por Bob Marley (los brasileros le dicen Bobby al rey del reggae) llegó desde Maturín por la misma razón, porque allá no hay nada, "pero ahora los chinos están comenzando a meter gandolas hasta allá"

A Simón, quien en Yaracuy trabajaba como colector en "una ruta", que es la expresión empleada en el centro occidente venezolano para llamar a los autobuses de transporte urbano e inter urbano, le falta un semestre y la pasantía para licenciarse como administrador, pero abandonó su pueblo empujado por la necesidad de su mamá, de sus hermanos, de sus sobrinos. Ahora, les deposita semana a semana en alguna de las agencias de Santa Elena. Mientras que los de San Félix y Ciudad Bolívar, ciudades del venezolano estado Bolívar, fronterizo con Brasil, envían comida. Entre Pacaraima y San Félix hay cerca de 800 kilómetros.

En tres meses, comiendo arroz, pasta, carne, granos, pollo Simón llegó a 62 kilos de pura fibra fabricada a punta comer y levantar y mover sacos de 10, de 20, de 30 kilogramos.

El jueves, el penúltimo del mes de septiembre, se levantó temprano, recogió lo suyo, se vistió de limpio y se formó en la fila de venezolanos que a diario llegan a las dependencias de atención al extranjero de la Policía Federal Brasilera para sellar su ingreso. Otorgan 400 números diariamente.

Su propósito es llegar a Chile, "por el idioma y porque me han dicho que allá la educación es buena. Yo quiero seguir estudiando. Me hubiera gustado ser Presidente. Venezuela necesita de jóvenes con liderazgo, emprendedores, que tengan una buena visión porque, si te pones a ver, los dos sistemas son buenos (capitalismo y socialismo) y pueden convivir. El capitalismo en lo económico y el socialismo en lo social".  








jueves, 15 de septiembre de 2016

Sombras sobre Cielo Azul

Mientras los Shamsaldeen batallan entre la vida y la muerte,  cientos de habitantes de Santa Elena salen a las calles para protestar contra la Policía del Estado Bolívar (PEB). Fotografías: Morelia Morillo,

En menos de una semana, el esposo (papá) de la familia Shamsaldeen dejó de tener mujer e hijos y su dolor es tanto que trascendió los muros y rejas de su casa y arrastró consigo a un pueblo. Santa Elena de Uairén está de luto.

Ese día, cinco de septiembre, los Shamsaldeen debieron amanecer como de costumbre, en la rutina diaria de una familia de origen sirio que se hizo al sureste profundo de Venezuela.

Y de pronto, al menos cuatro hombres armados (hay quienes dicen que eran cinco o seis) violentaron aquella casa clara, limpia, bonita, recién remodelada y asegurada con rejas y cámaras y trastocaron todo a punta de exigencias, amenazas y balazos.

El hogar de los Shamsaldeen se encuentra en la vía principal de Cielo Azul, la primera urbanización de Santa Elena de Uairén, a no más de 50 metros de un punto de control fijo de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y casi al frente de aquel lugar en donde Tras el balazo, vino la espera en abril pasado.

Odai, el mayor de los hijos, falleció en el Hospital Rosario Vera Zurita de Santa Elena, siete días antes de cumplir sus 19; Taemor, de 16, en el Hospital General de Roraima (HGR), en Boa Vista, en la madrugada del domingo siguiente; la mamá de ambos también murió en el HGR antes del lunes 12. Un disparo devastó su cerebro.

En esta frontera, es común que las ambulancias crucen al lado brasilero con sus pacientes porque en el Rosario Vera Zurita no hay medicinas, ni médicos especialistas y los quirófanos llevan meses sin aire acondicionado. Varias veces al día, encienden sus sirenas y viajan a Boa Vista, la capital del estado de Roraima, a 220 kilómetros de distancia, con parturientas primerizas, infartados, mineros palúdicos, accidentados, heridos de bala.

Mientras los Shamsaldeen batallan entre la vida y la muerte,  cientos de habitantes de Santa Elena salen a las calles para protestar contra la Policía del Estado Bolívar (PEB). Gritan que eran (¿O son?) agentes los responsables. Francisco Rangel, gobernador de Bolívar, lo desmiente. La PEB también. El comisario Ángel Castillo, designado para atender la crisis en Gran Sabana, dice que los muertos hacían parte de la banda del Pata e´ Loro. Pero Pata e´ Loro también está muerto desde hace meses. En donde los Shamsaldeen murieron uno (¿Dos?) de los delincuentes, Mientras que dos (¿Tres, cuatro?) están detenidos. Castillo además explica que "factores políticos tienen sus manos metidas aquí tratando de crear el caos", si bien lamenta lo sucedido y exige "todo el peso de la ley, caiga quien caiga".

Muere Odai y los comerciantes cierran sus locales. Cientos salen a las calles. Rayan paredes, parabrisas, franelas, hojas de papel bond, cartulinas:"Polichoros"; "Polimalandros"; "Asesinos de familia". Queman cauchos frente a la sede la PEB y al anochecer cierran el paso sobre la Troncal 10, a la altura del puente Wará, la única vía que conecta  a Santa Elena con el resto del país y con la frontera.

A media noche del lunes, el ministro del Poder Popular para las Relaciones Interiores y Justicia, Néstor Reverol Torres, ordena al comandante del Destacamento de Fronteras 623 de la GNB, Carlos Chirinos, tomar el  control del Centro de Coordinación Policial.

Entonces, al cierre del Cabildo Abierto, el martes siguiente, indígenas y no indígenas -la Gran Sabana es la tierra del pueblo indígena pemón- coinciden en una exigencia "que no se politice lo sucedido" y deciden acompañar  a los guardias y a los capitanes indígenas hasta echar de una vez por todas a los policías del municipio.

Santa Elena es la última ciudad  venezolana hacia el sureste. Una población distante, se encuentra a 1350 kilómetros de Caracas; aislada, de los 36.000 kms² del municipio Gran Sabana, 30.000 kms² conforman el Parque Nacional Canaima; tradicionalmente tranquila, en donde hasta hace cinco o seis años se podía vivir sin cercos eléctricos, sin cámaras, sin rejas en puertas y ventanas, sin alarmas. En donde aún se muere de forma natural e impacta de la violencia.  En 2011, sus pobladores expulsaron a los efectivos del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc), acusados de extorsión.

Es viernes y el pueblo, de no más de 25 mil personas, se paraliza por completo ante la llegada del cuerpo de Odai. Por Facebook un amigo de la familia comunica que no acostumbran velar a sus muertos, pero que harán un alto entre la autopsia y el cementerio para compartir con los amigos. En el hogar violentado, docenas de hombres, paisanos de los Shamsaldeen comparten su dolor con docenas de adolescentes, brasileros y venezolanos, llorosos. El dolor no conoce de idiomas ni edades.


La Principal de Cielo Azul está intransitable. Sólo el carruaje fúnebre, de placas brasileras, consigue penetrar el tráfico y llevarse el cuerpo hasta Boa Vista en donde será sepultado.


 La Escuela "Cícero Vieira Neto" de Villa Pacarima, la localidad brasilera en la frontera con Venezuela, suspendió sus actividades durante semana y media. Cada vez más familias residentes del lado venezolano procuran un cupo en las escuelas del lado brasilero.

La Principal de Cielo Azul está intransitable. Sólo el carruaje fúnebre, de placas brasileras, consigue penetrar el tráfico y llevarse el cuerpo hasta Boa Vista en donde será sepultado. Cuando el coche parte, el padre (esposo) de la familia Shamsaldeen apenas puede mantenerse en pie. Se aguanta contra la vivienda rural más cercana y enciende un cigarrillo. Pocas horas después, murieron su mujer y su hijo menor.  


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...