Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

lunes, 25 de mayo de 2009

Pasquines madrugadores

Morelia Morillo Ramos*
En Santa Elena de Uairén, población venezolana sobre el límite con Brasil, el periódico llega tarde y a duras penas. Existe un kiosco y un par de pregoneros. De mano en mano, de oficina en oficina y de comercio en comercio, las noticias impresas llegan siempre a partir del medio día. Los diarios nacionales no bajan de Bs. 5 mientras que los regionales rondan los Bs.4.
Informarse no resulta fácil: las cuatro emisoras de radio -dos en manos de concesionarios, una de corte comunitario y otra religiosa- centran su oferta en la intervención de los oyentes, vía mensajes de texto o llamadas en vivo y en consecuencia en las complacencias musicales; ver televisión es un privilegio, sujeto al pago de los servicios por suscripción. Y en todo caso, entre la pauta informativa de los canales nacionales y la frontera median Km.1500. de asfalto.
Las denuncias, entonces, quedan para los pasquines y para la madrugada como su cómplice, silenciosa y oscura.
En la memoria colectiva permanecen indelebles las revelaciones que hiciera El Puyón, serie de fotocopias en las que se descubrían las andanzas extra oficiales de la gente de acá. Mero chismorreo aquello.
En los últimos años, sendos tirajes han sorprendido a los madrugadores con irónicos mensajes seudo publicitarios sobre dos de los principales problemas de la zona: el tráfico de drogas y el contrabando de gasolina venezolana, un producto muy buscado por los brasileros capaces de pagar hasta Bs.4 por litro.
El primer tiraje bañó las calles del pueblo y sus alrededores para ubicar, con dirección exacta, la venta de una amplia gama de estupefacientes en la Urbanización Brisas del Uairén, conocida como La Planta.
Con el sarcasmo como recurso, se ofrecía una especie de “narco delivery”, en el que se aceptarían todas las formas de pago _bolívares, dólares, euros, reales, tarjetas de crédito y débito_ con el amparo de los cuerpos de seguridad ¿Cierto o no? Días después hubo redadas y detenciones.
Posteriormente, se satirizó el papel del SENIAT y del Teatro de Operaciones Número 5 (TO5) como supuestos ofertantes del plan “Yo amo el contrabando” _decía en alusión al Contrabando Cero, impulsado desde el ente recaudador_ “consigue el combustible que quieras al increíble precio de Bs.1 el litro, sin intermediarios, sin sellar ninguna tarjetita, sin importar el número de tu placa y lo más importante sin…” tener que adular.
En Santa Elena el lleno de gasolina es un bien de incalculable valor, que pasa por un esfuerzo maratónico: por el trámite mensual de la tarjeta otorgada por el TO5 para controlar que cada vehículo se surta sólo una vez un día sí y un día no; por esperar el día asignado por el Ejército de acuerdo con el terminal de la placa; por la cola kilométrica y, generalmente, por las súplicas y lisonjas.
“Promoción válida hasta que nos llenemos los bolsillos”, cerraba el texto ¿Verdad o mentira? Las colas del combustible disminuyeron durante algunos días. Pero luego los pasquines callaron y las colas volvieron.
morelia_morillo@yahoo.com
*Periodista, residenciada en la capital del Municipio Gran Sabana.

Colas como en el paro

A un costado de la Troncal 10, se hace la cola por la gasolina (Fotografía de Tewarhi Scott).
Morelia Morillo Ramos*
A Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana del estado Bolívar, la tortura de las inmensas colas para surtir gasolina llegó mucho antes del paro petrolero de 2002 y sigue siendo rutina siete años después.
¿La razón? En términos puntuales: las abísmales diferencias entre los precios del combustible en Venezuela y Brasil, entre bolívares y reales. Radical: mientras que en Brasil el litro ronda los 3 reales, en Venezuela apenas merodea los 10 céntimos. Y, actualmente, el cambio se ubica en Bs.2, 7 por real.
En términos menos cuantificables: la flexible moral de mis vecinos, incluyendo a un sargento del Ejército, un efectivo de la Guardia Nacional (GN), un ex piloto y una familia a quienes a través del muro que separa nuestras casas identifico como colombianos, no sólo por el acento de sus gritos sino por el volumen de sus tarareos vallenatos.
“! Tremendo negocio!”, exclamaría un “talibán” cualquiera, es decir uno de los tantos que en Santa Elena se dedican a chupar, almacenar y revender el inflamable con el argumento _¿Irrefutable?_ de que “aquí no hay trabajo y de algo hay que vivir”. “Esa es la gotica de petróleo que me toca”, le escuché decir a una madre de varios niños en la cola del Mercal el sábado pasado; “Esta es mi bequita”, certifica cada vez que me quejo mi amigo el ex piloto.
Contextualicemos la historia: cuando hablamos de “talibanes” no nos referimos a seres aislados, tildados de delincuentes, personas de mala conducta rechazados por sus colindantes y familiares. Para nada.
En cada cuadra, en cada familia de dimensiones promedio hay al menos dos “talibanes” y quien cuestiona el negocio puede ser catalogado de “estúpido”, por utilizar un término aceptable socialmente. Ni los riesgos que implica esa actividad, ni las eventuales manifestaciones de la ley, muchos menos los inconvenientes enormes que sufren los demás los persuaden de abandonar el oficio.
Los traficantes son capaces de multiplicar por 40 el precio del producto, pues aún así pueden revenderlo barato en Boa Vista, capital del brasileño estado de Roraima o sus cercanías. “¿Tem gasolina?”, lanzan su anzuelo en cualquier esquina, para pasar luego a pujar por el mejor monto posible.
Y como el dinero o su ausencia son difícilmente disimulables, hay venezolanos que, a fuerza de bocanadas, se han hecho propietarios de flotillas de vehículos, pequeños cisternas con tanques de hasta 200 litros y quienes construyen casas y locales comerciales impulsados por el chorro de gasolina, y de dinero, mientras que en sus alientos afloran los aromas del carburante.
De momento, la administración del conflicto está en manos del Teatro de Operaciones número 5 (TO5), si bien antes pasó por las manos de la Guardia Nacional (GN) y de funcionarios de la Alcaldía.
Los efectivos y su sargento llegan al par de estaciones de servicio de esta localidad aproximadamente a las siete de la mañana, mientras que los primeros de la cola generalmente lo hacen antes de que despunte el alba con termos de café y viandas repletas de arepas y empanadas.
Pasadas las ocho, la fila supera el kilómetro, para un promedio de tres horas de espera hasta llegar frente al surtidor, tomando en cuenta los coleados y sus excusas. Los ancianos y los choferes de los carros de transporte turístico gozan de preferencia, pero ya su línea es tan larga como la convencional.
Con razón, hacer la cola y poner el tanque full se cotiza en Bs.30 entre los desocupados, que lo ven como un resuelve.
Los uniformados echan a andar las bombas alrededor de las siete y media; posar el pico sobre la boca del tanque pasa por permitirle al uniformado el cartón, de caducidad mensual, mediante el cual la autoridad controla que cada conductor llene el tanque de su vehículo tan sólo una vez al día, día por medio. No obstante, la longitud de las filas y la facilidad con que a algunos conductores se les permite colearse habla de burlas y corruptelas.
Obtener el cartón, cada fin o comienzo de mes amerita una a tres horas más de diligencias y de colas.
morelia_morillo@yahoo.com
*Periodista, residenciada en la capital de la Gran Sabana.

A Brasil sin pasaporte

Sakaumuta escenario del fútbol entre los dos países (Fotografía de Tewarhi Scott).
En carro, recorrer los 10 kilómetros que separan a la comunidad indígena de Sakaumuta de la carretera Santa Elena-Ikabaru, en el Estado Bolívar, no amerita más de 12 minutos, puentes de madera y baches mediante. En bicicleta, salvar los mismos obstáculos no lleva más de 50 minutos. Para aquellos con un entrenamiento promedio. Los habitantes de la cercana Waramasen estiman que el trayecto se hace en una hora a pie. Ellos suelen andar a paso redoblado, aunque sin esfuerzo aparente.
Pero Sakaumata se encuentra en territorio brasilero, con acceso por un costado del hito L1 25, siempre desde Venezuela, pues del resto del Brasil está protegida por una fortaleza de un verde frondoso e impenetrable. No hay alcabalas ni autoridades, las divisiones político-territoriales son posteriores a los asentamientos indígenas en la zona.
Bien decía la profesora Marisabel Girón, mestiza de madre Pemón residenciada en Manak-Krü: “Para nosotros no hay fronteras, ni aduanas, ni alcabalas ¿Quién nos va a pedir pasaporte para ir a visitar a una tía o a una abuela?” Advertencia, por acá la palabra mestizo es de uso corriente, por lo que no involucra ni una mínima dosis de racismo.
“Somos venezolanos, pero podemos vivir por igual en Brasil que en Venezuela. Lo indios no tenemos fronteras”, corroboró luego Agostino Martínez, fundador de Sakaumuta. “Esta comunidad es nuevecita, está cumpliendo cinco años”, contabilizaba a mediados de 2007.
_ ¿Cinco?
_ Empezamos a trabajar el conuco en 2002 y en 2003 nos vinimos definitivamente.
_ ¿Qué significa Sakaumata?
_Es una mata que da una fruta pequeña que comen los pajaritos, por aquí se ve mucho.
Martínez, su esposa e hijos, el suegro, los cuñados y su descendencia llegaron a este flanco de la selva amazónica desde Maurak, una de las comunidades indígenas pemón más pobladas. Se encuentra en las cercanías de Santa Elena de Uairén, capital de municipio Gran Sabana del estado Bolívar ¿El objetivo? Dar con tierras fértiles, todo un reto para quienes habitan en las sabanas del sureste venezolano.
Como el caminar de los pemón, los días en Sakaumuta transcurren sin prisa. Los hombres trabajan el conuco, mientras que las mujeres se ocupan del fogón. Exceptuando los viernes, día de mercado en Santa Elena, el resto de las jornadas se cierran con futbol.
Se habla español, eso sí con la escasa vocalización pemón, una lengua de sonidos guturales perceptibles apenas a través del espacio interdental. No obstante, como en el resto de esta zona fronteriza se han adoptado los gustos y habilidades del país contiguo, desde la afición a los goles hasta el gusto por los ritmos musicales cariocas.
Los domingos, el improvisado campo sirve para escenificar partidos internacionales. A mediados de noviembre, por ejemplo, hubo uno entre Brasil y Venezuela, representados por los equipos de Sakaumutá y Maurak.
Brasil dio cuenta de su vecino con media docena de goles a favor y apenas uno en contra. Un resultado similar se repitió en El Paují, comunidad venezolana mixta (criollo-indígena) ubicada sobre el mismo eje carretero.
Ese día de noviembre, los padres de un cumpleañero sirvieron tuma, el hervido típico de los Pemón hecho de “presa” (carne de cacería, de res, de pollo o pescado) y ají y celebraron al compás de fogão, suerte de pop con el sello de la masiva industria brasilera.
morelia_morillo@yahoo.com
*Periodista, residenciada en la capital de la Gran Sabana.
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