Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

sábado, 17 de marzo de 2012

La cascada de Aquilino

De ida.
Descanso en el conuco.
El salto.
Aquilino.
Aquilino con su "bombona de gas".



Adelina prometió llevarnos al salto a cambio de ropa usada. Es común que los pemón 
 truequen algún bien o servicio por prendas de vestir: plátanos, cestería, orquídeas a cambio de pantalones, camisas, franelas, zapatos.
Llevábamos varios inviernos viendo ese salto, desde la Troncal 10, la carretera que une a la Gran Sabana con el resto del país y habíamos decidido verlo de cerca, de frente.
A Adelina la encontramos en su churuata, circular, de palma y bahareque como es tradición. Entonces, lanzó una negativa rotunda: "No voy a poder ir. Tengo menstruación y por ahí hay muchos hormigueros (osos) y ellos persiguen a las mujeres con menstruación. Pero el muchacho los va a acompañar".
En ese momento, desde la vivienda, oscura como la boca del oso, surgió el muchacho, armado con una escopeta -un hombre delgado, bajo, de camiseta, pantalón corto y botas plásticas a media pierna- y se interno en el caserío.
  
"Va a buscar los cartuchos, dijo Adelina, por ahí hay, muchos tigres".

En el caserío, ubicado al fondo de la comunidad indígena de San Marcos de Agua Fría, a 30 kilómetros de Santa Elena de Uairén, habitan Avelino Manila, su mujer, que ese día salió a pescar, una hija de ambos y sus cuatro hijos; también viven allí, Aquilino, el muchacho, nieto de Avelino y Adelina, su mujer y, claro, la suegra de Avelino, una anciana encorvada cuya presencia etérea se mueve con la ayuda de un bastón.
Avelino tiene 81 años. Su mujer un poco menos. Juntos dieron vida a 11 hijos. Uno de los hombres murió. "En accidente de carro". Las seis hembras están vivas. Encontré a Avelino leyendo un libro de Lengua Portuguesa junto a tres de sus nietos. "Sólo leo las letras grandes. Las pequeñas no las veo", confesó en un español pausado, perfecto. A sus nietos se dirigía en su idioma, en pemón.
Durante veinte minutos, cruzamos la sabana que lleva a la selva. Caminamos por una pica de indios. Los pemón caminan en fila, uno detrás del otro, el hombre adelante y el resto de la familia detrás. Luego, nos internamos en el bosque. Pisamos sobre su alfombra de hojas y, de repente, salimos a un claro, al conuco.
Sin darnos cuenta, todos nos habíamos retrasado en el camino, en la maleza, en el bosque, mientras el muchacho, Aquilino, ya descansaba en su chinchorro de moriche, bajo el techito de palmas que levantó a un costado de las yucas. Al vernos, se puso en pie y reanudó su caminata hacia el lecho del río y luego hacia arriba.
Subimos sobre las piedras y las raíces descubiertas por el paso del río. De pronto, Aquilino se adelantó. Lo encontramos sentando, contemplando el salto. Ahí estaba la poza azul, helada y la primera de una escalera hecha de cataratas. Escalándola, descubrimos una cortina de rocío y una poza plana, aún más helada, aún más turquesa. "No nos gusta traer muchos turistas. Sólo así, poquitos", dijo Aquilino.
Aquilino no se bañó. Pero siempre estuvo ahí. Aún cuando lo perdimos de vista, estuvo, alerta, con su escopeta, olfateando la cercanía del tigre. Al regreso, Aquilino, nacido en Urúe un caserío más alejado, hace 25 años, se subió al hombro un enorme tronco. "Bombona de gas", bromeó y luego nos confesó que jamás ha ido a la ciudad. 
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...