Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

viernes, 7 de abril de 2017

"Venecas" en Boa Vista

Así nos llaman algunos; "venecas". Otros nos expresan: "bem vindo o bem vinda". Fotografía: Morelia Morillo

Es 30 de marzo, 10:00 de la mañana y en la Sala de Imprenssa  de la Policía Federal,  en Boa Vista, se agotan las sillas y el tiempo.

De los más de 60 en espera para legalizar su permanencia en el país, al menos 55 somos venezolanos: 50 solicitan refugio alegando cuestiones como la falta de alimentos y la persecución política; cuatro gestionan la residencia temporal, mediante la cual el Brasil alberga a sus vecinos desde hace alrededor de un mes y yo tramito mi permanencia como estudiante de postgrado.

La bioanalista merideña que aspira a la residencia temporaria explica que pagó 330 reales, el equivalente, de acuerdo al cambio callejero que funciona en Santa Elena de Uairén, a Bs. 363 000.

Boa Vista es la capital del estado Brasilero de Roraima, que hace frontera con Venezuela; Santa Elena es la última ciudad venezolana hacia el sureste distante. Entre ellas hay 230 kilómetros de distancia a través de la BR 174, una vía de dos canales en ampliación.

Jasiel Salazar, minero, quiere hablar, en español, en portugués, dice que quisiera participar de una conferencia, de una rueda de prensa, que no tiene miedo, que no tiene pena, que quiere contar "las faltas de respeto que están cometiendo las gentes del gobierno con los venezolanos".

Él trabajó durante años en San Antonio, en el kilómetro 33 del tramo de la Troncal 10 que une a El 
Dorado con el Kilómetro 88, dos de los principales pueblos mineros del sur venezolano.

Dice ser "testigo de las toneladas de oro que se sacan de Venezuela y por eso no entiende por qué los habitantes de un país tan rico se van (¿Huyen?) hacia otro país probablemente menos rico.  Ahora mismo, él tramita su residencia en el Brasil.

"En la mina uno sabe si entra, pero no sabe si sale", explica con respecto a su partida. Una serpiente, un temblador, un barranco; las vacunas (sobornos) que, según él, cobran la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), el Ejército, el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc), la Policía del Estado Bolívar (PEB) y los sindicatos; así se les conoce a los grupos armados que prestan seguridad a cambio de dinero u oro en el sur minero venezolano.

No los ha visto, pero asegura que a algunos mineros los han picado en pedacitos y los sepultan dentro de un saco. Dicen que son demasiados los riesgos y que él tiene su familia, su mujer y dos hijas a quienes quiere ver crecer. Dice que por eso salió de la mina.

Llegó al Brasil hace cuatro meses, un viernes de finales de noviembre y el sábado siguiente su mujer dio a luz; los primeros dos meses se hospedó en casa de unos amigos; trabaja haciendo "lo que sea", albañilería, limpia patios, casas; su hija de seis tiene que comenzar de cero en la escuela y su esposa se dedica a la bebé y al hogar.

Sus sueños son comprar un terreno en Boa Vista, construir algo y ahorrar para arreglar su casa de San Félix "para cuando mejoren las cosas en Venezuela".

El chico de Caracas (21) llegó a Boa Vista hace dos meses. Allá tenía un kiosco, una venta de comida y cerveza. Antes, estudiaba ingeniería en la Universidad Central de Venezuela (UCV), pero desertó porque "soy un chamo, pero siempre he tenido que ganarme la vida. Me tocó ser el hombre de la casa". Entonces, transcurría su día entre el negocio y varios cursos de criminología, balística, forense. "Pero ya no me alcanzaba para vivir".

Aquí, durante dos semanas, recogió latas en la calle y ahora trabaja en un auto lavado. La dueña de la casa en donde vive le informó acerca de la posibilidad de gestionar su residencia temporal. No habla el portugués, pero lo entiende. Entiende cuando sus compañeros de trabajo se refieren a él como el "veneca" y advierten que "esses vem com suas manhas".

Así nos llaman algunos; "venecas". Otros nos expresan: "bem vindo o bem vinda".

Cree que en días pasados su patrón lo puso a prueba. Estaba limpiando un vehículo por dentro y se encontró un paquetito de reales. Entonces lo llamó: "E ahí patrão embora para acá, esto que está aquí no es mío". Desde entonces, su jefe sale a comer a mediodía y lo deja encargado de culminar con los carros pendientes y de cobrar. "Esse veneca é honesto", le oyó decir.

Sueña con estudiar y concursar para ser parte de la Policía Federal del Brasil.

El chico de Maracay estudiaba Derecho y decidió emigrar cuando su novia salió en estado. Trabajaba, pero no le alcanzaba el dinero. Su padre, quien tiene un empleo fijo y una parcela en donde siembra, lo ayudaba, pero a él le avergüenza ser una carga más para el viejo.

"Además, en Maracay, si tu sales de la casa estás robao. A mí me robaron como 10 teléfonos en dos meses. Mi abuela vivía en frente de la casa. Un día viajo a Puerto Ordaz para visitar a mi tío y los ladrones le sacaron todo en un camión. Lo único que les faltó fue arrancar la casa".

Puerto Ordaz y San Félix conforman Ciudad Guayana, aproximadamente 1030 kilómetros de Boa Vista. Hasta hace al menos una década Ciudad Guayana era una urbe próspera. Ahora encabeza los índices nacionales de violencia. Según el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), durante cada uno de los días transcurridos a lo largo del año 2017, dos guayaneses han sido asesinados.

Él llegó a Boa Vista el 29 de noviembre y el 30 comenzó a trabajar con unos conocidos en una construcción. Cada vez que puede le manda dinero a su mamá. Sueña con regresar "cuando las cosas cambien".

La bioanalista salió de la Universidad de los Nades (ULA) con promedio de 15 puntos. Se pagó sus estudios en Mérida porque su familia, que vive en Táchira, no tenía dinero. Tras graduarse, trabajó durante dos años en Barquisimeto, en uno de los mejores laboratorios del país, le daban incluso residencia, pero apenas le alcanzaba para vivir, pagó las deudas en sus tarjetas de crédito y compró un teléfono que le robaron en diciembre en Caracas.

Llegó a Boa Vista hace dos semanas. Pagó las gestiones por la residencia temporal tras canjear los últimos 100 dólares es que le quedaban de sus escasos ahorros. Por ahora, vive en casa de su hermana y su cuñado, ambos venezolanos. La hermana, madre de dos niños, trabaja de siete a siete en un supermercado y hasta las 12:00 de la media noche en una churrasquería. 

A medio día y antes de comenzar con su jornada de trabajo nocturno va a casa y atiende a los niños que alternan su día entre la escuela y la guardería. Su cuñado se gana la vida arreglando motos. Emigraron porque en Maracay no les alcanzaba el dinero y por la inseguridad.

Maracay una ciudad que hasta hace una década y media era conocida como "el jardín de Venezuela" es ahora temida por la presencia y poder que en el centro del país alcanzaron las "mega bandas", corporaciones del crimen organizado.

En la parada de autobuses cercana a la sede de la Policía Federal un chico escribe, en español, la razón por la cual está solicitando refugio: "En Venezuela, no se consigue trabajo ni comida (…) Gracias a Dios, ya estoy en Brasil", logro leer.

En la Maestría en Sociedade e Fronteiras de la Universidad Federal de Roraima (UFRR) al menos cuatro o cinco de los 17 nuevos estudiantes aspiran a desarrollar sus disertaciones sobre las migraciones venezolanas en Roraima. Al menos uno de los participantes, expresa que no entiende cómo es que en un país petrolero no hay comida. "Não da para entender".



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...