Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

La pica de los pies descalzos


Tan pronto como el presidente venezolano, Nicolás Maduro, postergó el levantamiento del cierre fronterizo en la frontera con Brasil, docenas de hombres y mujeres comenzaron a trazar y transitar una pica, una trocha, un camino alternativo a la carretera de asfalto y a las caminos verdes ya conocidos sobre los cuales se desplegaron los efectivos miliares para vigilar el paso de los billetes de Bs. 100.  La mayoría de ellos cruzaron para comprar comida en los comercios del lado brasilero. Esta crónica fue escrita a partir del testimonio y vivencias de un grupo de personas durante la mañana del domingo 18. A partir de este martes se flexibilizó el cierre fronterizo. Fotografía: Morelia Morillo.



Por Morelia Morillo @morelia morillo

Por estos días, quienes se atreven a entrar a Brasil o a retornar a Venezuela inician su andar con sus pies limpios y 40 minutos o una hora después llegan a su destino con sus pies enlodados. Y el barro les llega hasta las pantorrillas.

El mismo día en que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, decretó  la extensión del cierre fronterizo, inicialmente por 72 horas  y posteriormente por 312 horas más, alguien (uno o varios) abrió una pica para pasar de un lado al otro de los hitos, evadiendo el cierre existente en el flanco venezolano para después volver sobre el asfalto y caminar frente a las instituciones colindantes del lado brasilero.  Sin embargo, hay migrantes que aseguran que la Policía Federal Brasilera establecerá controles muy pronto, que no permitirán que se les llene el país de gente llegada por la pica.

No hay nada oculto, no se puede ocultar tanto barro, brota entre los dedos de sus pies y les llega casi hasta las rodillas; tanta gente, quienes cruzan vienen de todas partes de Venezuela: de Maturín, a dos días de viaje, de El Tigrito, a un día de acá, de Puerto Ordaz, a ocho horas de recorrido; de Santa Elena de Uairén, a 15 minutos; ni tanto saco lleno de arroz, harina de trigo, pasta, azúcar, aceite; ni tanto surco sobre el terreno virgen: la pica describe una herradura por detrás de la última granja ubicada en el borde limítrofe.

Como por ahí probablemente no pasó nadie antes, las huellas humanas van quedando una tras otras como cicatrices del tránsito humano sobre una sabana de aguas perpetuas.

Los hombres y niños warao, habitantes ancestrales del Delta del Orinoco, el río padre del territorio venezolano, sirven de caleteros para quienes regresan con sus sacos después de comprar comida en Villa Pacaraima, la primera localidad fronteriza del lado brasilero.

Los warao llegaron a la Sabana en 2014. Entonces, aseguraron que migraban temporalmente ante la crecida del Río. Dijeron que no podían pescar y que por eso se dedicaban a mendigar entre los brasileros que llevaban por docenas los productos venezolanos, aprovechando las ventajas de su moneda, el real sobre la moneda venezolana, el bolívar. Hay quienes aseguran que los warao son recolectores y que por tanto recolectan monedas como quien recolecta frutos silvestres.

La Gran Sabana es la última jurisdicción venezolana hacia el sureste profundo del país y el territorio heredado del pueblo indígena pemón.

Luego, desde comienzos de 2016, cuando la escasez obligó a los venezolanos a comprar en Villa Pacaraima, la primera localidad del lado brasilero, los warao comenzaron a mendigar en las aceras de la calle Suapi y poco a poco se internaron hacia Boa Vista, capital del brasilero estado de Roraima, fronterizo con Venezuela, de donde los deportan una y una y otra vez por docenas.

Entonces, ellos se quedan en Pacaraima, al lado del Terminal de Pasajeros, sobre las áreas verdes, con todo y sus bebés, a la intemperie.  

Son seres de agua, que caminan descalzos casi siempre, los hombres visten franelas y bermudas, la pica anegada les resulta una pista: llevando sacos de 50, de 60 kilos, corren gritando "maraisa, maraisa, maraisa" es decir "amigo, amigo, amigo".

Los waraos son los habitantes de Mariusa, la región del estado Delta Amacuro, en el extremo norte oriental de Venezuela, sobre la cual se extiende el Parque Nacional Delta del Orinoco. Su hogar es una isla entre los caños Macareo y Mariusa, justo en el punto medio de la desembocadura del Orinoco.

Como los warao, otros 20 jóvenes venezolanos caletean los sacos de comida brasilera hacia el lado venezolano. Por cada saco, cobran 10, 20, 30 reales. Todo depende del negocio entre las partes. Para que sea rentable, cada caletero hace alrededor de 20 viajes diarios. Ante el cierre de la frontera, el cambio fluctúa sobre los 800 bolívares. Algunos de los comerciantes brasileros aceptan los billetes de Bs. 50, pero otros no se arriesgan.

"Con teléfono, con bermuditas, pero sin zapatos, pa' no dañar los zapaticos", se describe José Colmenares, de Maturín, quien llegó a la frontera hace tres meses. "Trabajaba como vigilante, pero ya no se conseguía trabajo. Ganaba 40 000 bolívares mensuales (…) Aquí hay gente de toda Venezuela porque es la única manera que tienen de conseguir comida".

Julio Castro, de San Félix, gana 1300 reales semanales trabajando la construcción. "Y el fin de semana pa' la trocha", a caletear sacos de comida sobre el pantanal y a pies descalzos.

Nulfo Rodríguez, un hombre de 46 años, residente de Puerto Ordaz, cuenta que tiene casa, carro y gandola, pero no tiene dinero para repararla. La vida lo puso a patear el fango, cargando sacos de un país al otro con el rostro sudoroso y la respiración agitada.

"Usted cree que uno, venezolano, de un país tan rico y hermoso tenga que estar pasando este trabajo. Tanto gobierno como oposición se aprovechan".

Una familia completa, un hombre y una mujer, ambos muy jóvenes, dos niñas de menos de tres años y un segundo hombre joven también saltan tratando de evitar el pantano. Apenas llevan equipaje. "Somos de El Tigrito, estado Anzoátegui. Nos quedamos sin real y no podemos seguir en Venezuela. Nos están esperando allá, en Brasil".

"Esto es lo mismo que hacen los centro americanos para ir a Estados Unidos, estamos conquistando el sueño americano", dice otro hombre que cruza con su mujer y su hija. Él sonríe, pero ellas se quejan del barro y del mucho caminar.

Hoy,  retornan también algunas de las familias brasileras que quedaron varadas en suelo venezolano hace casi una semana. Llevan sus niños en hombros. Están agotados, tal vez por la estadía postergada en el país vecino. Los pies de los adultos están hechos fango.

Es domingo, 18 de diciembre y nadie parece recordar que faltan seis días para Navidad.





martes, 20 de diciembre de 2016

Any y Luis volvieron a Venezuela tras perderlo casi todo en Boa Vista

Simultáneamente, el  viernes ante pasado, la Policía Federal Brasilera inició la deportación de 450 venezolanos porque trabajaban ilegalmente o mendigaban en Boa Vista, pero un tribunal suspendió el proceso por considerar que no recibieron la asistencia de ley. Ilustración: tomada de Factoría Yuguero.

Esta nota fue publicada inicialmente en El Pitazo.com
Any Narváez y Luis Cordero jamás pensaron que volverían a su país, exactamente 73 horas después de haber salido desde su casa, en Puerto La Cruz, hacia Córdoba, Argentina.

El martes seis de diciembre, a las seis de la tarde, subieron al autobús de Expresos Occidente -que viaja directo hacia la frontera con Brasil tres veces por semana- con 200 dólares y no más de Bs. 100 mil y el viernes nueve, sobre las siete de la noche, llegaron al Terminal Internacional de Santa Elena de Uairén con lo suficiente para un pasaje al Puerto. "Nos robaron en el Terminal de Boa Vista, los propios venezolanos", contó Any.

Córdoba está en el centro de Argentina. Boa Vista es la capital del brasilero estado de Roraima, de cara a Venezuela. Santa Elena la población venezolana más cercana a Brasil.

Hasta la primera semana de diciembre, Any se ocupaba del diseño de un periódico y Luis Anibal de impresiones a gran escala. "Vivíamos con la incertidumbre de si comes hoy o comes mañana. Con todo y que él no ganaba sueldo mínimo, no nos alcanzaba".

Un amigo les habló de Córdoba, de la posibilidad de conseguir un empleo de medio tiempo en un hotel, con las tres comidas y una habitación incluida y les pasó el contacto. Sacaron la cuenta y se dedicaron a trabajar y a ahorrar. Según sus cálculos, con 200 dólares les alcanzaría para ir por tierra, vía Brasil, hacia Bolivia y finalmente llegar a Argentina.

En el autobús de Occidente conocieron a otro viajero venezolano y a dos argentinos. Como todos iban hacia Manaus, la principal ciudad del estado Amazonas, a 14 horas de la frontera con Venezuela, decidieron viajar juntos. Sólo Any había llegado hasta Ciudad Guayana, a cuatro horas de Puerto La Cruz. Su papá es ingeniero civil y trabajó en El Guri, en el Complejo Hidroeléctrico "Simón Bolívar". 

Cuando desde el autobús vieron el Roraima, el más grande de los tepui de la cadena oriental, ambos sintieron escalofríos.

Bajaron del autobús el miércoles en la tarde. Ya en Villa Pacaraima, la pequeña localidad brasilera que colinda con Venezuela, cambiaron los bolívares por reales e ingresaron a la sede de la Policía Federal Brasilera. Les dieron 15 días de estadía. Sobre las seis de la tarde, tomaron el carro por puesto hacia Boa Vista. "Compartimos el carrito con el venezolano y los dos argentinos, pagamos 35 reales por persona".

Al llegar al Terminal de Boa Vista eran las nueve de la noche y los pasajes del siguiente autobús hacia Manaus se habían vendido. "Entonces nos pusimos a compartir con los venezolanos que viven en el terminal, son más de 100 y dentro de ese grupo hay dos alemanes. Viven ahí, fuman, pintan de vez en cuando y un grupo evangélico renacentistas les da la comida tres veces al día (…) Nos tocó dormir ahí, en el piso. Pusimos los bolsos en el medio y nos pusimos uno de un lado y el otro del otro. Yo guardé los reales y tres dólares, por si acaso y mi esposo el resto de los dólares. Dormimos por turnos".

Ya en la madrugada, Any fue al baño, se duchó, se aseó y después lo hizo Luis Anibal. Ella recuerda que a él lo siguieron los dos argentinos y el venezolano con quienes viajaron. Al amanecer, se percataron de que no tenían los 197 dólares que había guardado Luis.
Roraima tiene aproximadamente 500.000 habitantes. El Gobierno de Roraima ha dicho que en la entidad hay 30.000 venezolanos. La mayoría de ellos radicados en Boa Vista, a 230 kilómetros de la frontera, mientras que otros se quedan en Villa Pacaraima, al lado brasilero de los hitos. Desde que comenzó el éxodo masivo, hace seis meses, las autoridades lo han atendido como una crisis humanitaria, motivada por la escasez de alimentos y medicinas. Pero algo está cambiado en esa percepción con respecto a los inmigrantes venezolanos.
Al amanecer del viernes, mientras Any y Luis Anibal, despertaban sin dinero en un país extraño y buscaban la manera de regresar, la Policía Federal (PF) Brasilera detuvo a 450 venezolanos en Boa Vista e inició su deportación. En la nota dirigida a los medios, la PF explicó que se encontraban desempeñando actividades no turísticas, trabajo remunerado y mendicidad. Todos fueron trasladados en autobuses hasta la frontera venezolana. Con los 450 sumarían 900 los venezolanos desterrados durante 2016.
Sin embargo, poco antes de que bajaran de los vehículos que los transportaron, desde Boa Vista Pacaraima por BR 174, el Tribunal Regional Federal de la 1º Región suspendió la deportación. La decisión fue tomada en respuesta a la solicitud de la Defensoría Pública de la Unión, por considerar que los extranjeros fueron capturados y llevados a la PF sin derecho a conversar con alguna de las entidades encargadas de asistirlos en un país en donde tanto los nacionales como los foráneos cuentan con los mismos derechos. Entonces, sólo algunos aprovecharon el aventón forzoso para quedarse en Pacaraima.
Any y Luis Anibal, por su parte, sólo recibieron el apoyo de un venezolano, un hombre que trabaja con los choferes del terminal. "Nos dio de comer y nos llevó hasta el terminal de los carritos que viajan hacia Pacaraima. El conductor del taxi dijo que él siempre escuchaba en la radio brasilera que los venezolanos habían robado", recordó Any.

De acuerdo con una nota publicada en la Folha de Sao Paulo los registros policiales pasaron de vincular a 58 venezolanos en 2015 a vincular a 220 en 2016.

"Nos pasó ese chasco y no somos personas analfabetas porque la mayoría de los que están allá son indigentes, no tienen ni sexto grado (…) Los mismos venezolanos están haciendo desastres contra los venezolanos y nadie ayuda, ni los que están establecidos ni los indigentes. Es difícil aceptar que uno no puede creer en nadie. Aprendimos que no hay que ofrecerle ayuda a todo el mundo porque nosotros éramos muy de eso, de ayudar a todos", dijo Any, sentada en uno de los bancos de cemento del Terminal de Santa Elena.

"Nos están cobrando diez mil bolívares hasta Puerto La Cruz, como si fuéramos hasta Caracas. Vamos a esperar para hablar con el chofer a ver si nos lleva a los dos, aunque sea en el pasillo. Uno sentado y el otro parado. Ahí veremos".




domingo, 18 de diciembre de 2016

Con palos, comunidad de Santa Elena se defiende los saqueadores

Al final de la tarde, una nota del alcalde, Manuel De Jesús Vallés, llamó a toda la comunidad a congregarse en las Cuatro Esquinas para defender a Santa Elena de los extraños de conductas que no son propias de los santaeleneros. Fotografía: Morelia Morillo

Esta historia la publicamos al instante en ElPitazo.com

Desde las once y media mañana, en Santa Elena de Uairén se vive una batalla. Por un lado los saqueadores y por el otro los vecinos y los comerciantes tratando de defenderse.

En tres horas, los forasteros, y algunos pocos lugareños, ya entraron en seis locales, uno de ellos un abasto, los demás tiendas de ropa y tecnología.

En las calles, los efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) son pocos. Aparentemente, un número (no precisado) de uniformados fue enviado para reforzar el control de los desórdenes en otros municipios del estado Bolívar; pasadas la una de la tarde, recibieron el apoyo de un contingente de soldados del Escuadrón de Caballería Motorizada 5102 Escamoto perteneciente al Fuerte Roraima que llegó a bordo de un vehículo Tiuna.

Santa Elena de Uairén es la última localidad venezolana de cara al Brasil, en el sureste profundo de Venezuela; un pueblo tranquilo que se ha transformado en la medida en que la crisis del país ha avanzado hacia los sitios más remotos. En los últimos 18 años, en Santa Elena se han instalado alrededor de 18 invasiones; ahora, prolifera la minería ilegal, el contrabando de combustible, el canje callejero de la moneda, la prostitución y la delincuencia.

Gilmer Poma, presidente de la Cámara de Comercio de Gran Sabana, comentó que "no hay suficiente cantidad de efectivos que pueda parar esta ola delincuencial".

Relató que los saqueadores arrasaron con  la venta de víveres Yor Bellorín, en la calle Roscio, intentaron entrar a uno de los supermercados chinos y luego vaciaron una tienda de ropa en la calle Bolívar frente al Parque Ferial, una de tecnología y accesorios y una de prendas íntimas. También intentaron entrar en el CC Pasaje Morales, pero los comerciantes los repelieron. 

Yoryina Bellorín, propietaria del local, dijo que quienes entraron se llevaron carne, pollo, pescado y dinero, pero dejaron los víveres secos y las verduras.

Mientras hombres desconocidos recorrían las calles comerciales en motos a toda velocidad, los comerciantes y quienes habitan en la localidad se hacían con palos, bates y barricadas.

Confidencialmente, quienes presenciaron los hechos aseguraron que los saqueadores son casi todos de Caño Amarillo, una invasión que en el año 2011 se apoderó de un morichal perteneciente a la comunidad indígena de Sampai, que colinda con Santa Elena por el  extremo este.

Sin embargo, al final de la tarde, se conoció que las autoridades y comunidades organizadas allanaron varios hoteles de paso en el centro dando con algunos de los involucrados y mercancías.


En el sector Brisas del Uairén, a dos kilómetros del comercio, los vecinos cerraron el paso mediante barricadas ante el rumor de que saquearían los dos supermercados chinos ubicados en la zona. "A nosotros no nos van a  dejar sin comida", dijo Elena Caro, vocera del Consejo Comunal.

Nota de voz
Al final de la tarde, una nota del alcalde, Manuel De Jesús Vallés, llamó a toda la comunidad a congregarse en las Cuatro Esquinas para defender a Santa Elena de los extraños de conductas que no son propias de los santaeleneros. 

Las Cuatro Esquinas es el cruce de calles que constituye el ombligo de la capital mestiza en la Gran Sabana, el territorio ancestral del pueblo indígena pemón.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

La bebé de Aguas Negras se salvó de milagro




Valiéndose de dinero, de amenazas, de la fuerza o de simples promesas, los traficantes de niños y niñas penetran en las comunidades indígenas de Gran Sabana. Fotografía tomada de Andina.com.pe
Este texto fue publicado inicialmente en El Pitazo.com
En menos de dos meses, que para ella son toda su vida, la bebé de Aguas Negras se separó de su mamá y sus hermanos, quedó a cargo de una prostituta que se comprometió a cuidarla, viajó en avioneta sobre El Abismo, la cima rocosa en donde el Macizo Guayanés sede espacio a la Selva Amazónica, fue presentada por una pareja distinta al hombre y a la mujer que la concibieron, cambio de nombre, fue rescatada por una instancia de protección y un grupo de efectivos militares y ahora vive en casa de su familia materna.
A comienzos de octubre, dos días después de parirla, su mamá, Glenda Castro, una indígena pemón de 20 años, madre ya de dos hijos, se desprendió de ella a cambio de la promesa de una vida mejor para la bebé, de tener contacto permanente con su hija y, supuestamente, de 300 mil bolívares, un monto que ni siquiera le habría sido cancelado de un todo o que jamás recibió, según la versión de los suyos
Aguas Negras es una comunidad pemón ubicada a 20 minutos de Ikabarú. Es un caserío de cinco o seis casas -de palma, metal y tabla- en donde todos son Castro o Mundo. La propia Glenda creció como hija de una tía que no pudo tener hijos, pero cuando esa tía falleció, Glenda regresó sin inconvenientes a casa de sus padres biológicos. El caserío se llama así por el color del riachuelo cercano. Allí hay una mina de oro ya desahuciada por los muchos años de explotación, sin embargo algunos insisten rebuscando el subsuelo.
Ikabarú es un pueblo de calles de tierra que es la capital de la segunda parroquia del municipio Gran Sabana, en el sureste lejano de Venezuela hacia el Brasil. En Ikabarú, según la concejal Zaida Almeida, 80% de la población se dedica a la minería. A la fecha, el gramo de oro ronda los Bs. 90 mil, al cambio vigente en el mercado paralelo aproximadamente los 25 dólares.
"Ella (Glenda) parió en la casa, la atendió mi mamá y esa mujer (Dugmary) aprovechó que no tenía certificado de nacimiento (…) La tipa le ofrecía plata, pero en realidad no la agarró (…) Se dejó llevar porque no tenía apoyo del marido (…) Vive arrimada con mi mamá, dedicada a los oficios del hogar", relata Noris Mundo, hermana mayor de Glenda.
"Esa muchacha llevó vaína", dice Noris y saca de una carpeta de pasta marrón el informe médico del Hospital Materno Infantil "Nossa Senhora de Nazaret", ubicado en Boa Vista, la capital del brasilero estado de Roraima, a 230 kilómetros de Santa Elena.
De acuerdo con ese documento, Glenda fue atendida exactamente cuatro meses antes de dar a luz. El día cuatro de junio de 2016. Los exámenes revelaron que tenía la hemoglobina en 4,3 y recibió cuatro bolsas de sangre.  Noris dice que en medio de aquella situación de emergencia su hermana le contó que el marido la había pateado entre la pierna y el vientre. "Aquí (…) Ellos estaba separados hace tiempo".
Relata que, el seis de octubre, Dugmary del Carmen Aguilera García, una mujer de 31 que llevaba aproximadamente siete meses en Ikabarú, trabajando como prostituta, se acercó al ambulatorio y, con la bebé cargada, dijo que había dado a luz "en el monte", que se sentía mal y que necesitaba ser trasladada a Santa Elena. Entonces, subió a la avioneta.
Durante cuarenta minutos, la avioneta que diariamente va de Santa Elena a Ikabarú y de regreso alternó su ruta entre la altiplanicie y la alfombra infinita de árboles.
Ya en Santa Elena, la mujer fue al Hospital "Rosario Vera Zurita" y solicitó un Certificado de Nacimiento argumentando que no lo tenía "porque había parido en el monte". En el formato EV 25, emitido por el principal centro de salud del municipio, firman como padres Dugmay del Carmen Aguilera García y Jhon Carlos Santander Barrera. "Y no fue tonta, puso como testigos a dos pemón", dos jóvenes indígenas, destaca Noris.
"Ella es bonita, tiene buen cuerpo", dice. En la cédula se ve como una mujer blanca, de ojos grandes y cabellos lisos sujetos en una cola de caballo.
Noris se enteró de lo que sucedía por una llamada de Glenda. "Ella me llama y me dice, hermana es que una tipa así me llevó a la niña, la llamo y me dice que está en Boa Vista, que está en Puerto Ordaz o no responde". Noris asegura que su hermana no recibió dinero de parte de Aguilera porque viajó a Santa Elena sólo con el pasaje, Bs. 30 mil.
La Defensoría del Niño, Niña y Adolescente de Gran Sabana recibió de los familiares de Castro y su bebé una denuncia por presunto tráfico de niños en la modalidad de compra.
Más tarde, en una barriada ubicada al sur de Santa Elena, los efectivos del Destacamento de Fronteras 623 de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) capturaron a Santander Barrera y Aguilera García quienes fueron puestos a la orden de la Fiscalía Décima del Ministerio Público del Segundo Circuito Judicial del Estado Bolívar.
Entre los defensores existe una auténtica preocupación por la proliferación de la trata de personas en el municipio más al sureste de Venezuela, territorio ancestral del pueblo indígena pemón, a más de 1300 kilómetros de Caracas.
"Este es el tercer caso de este último trimestre del año (2016) y en un elevado porcentaje son niños indígenas. Me preocupa la vulnerabilidad de las comunidades por desconocimiento y necesidad", comentó una funcionaria que prefirió no ser identificada.
En el mundo, cada año, entre 800 mil a dos millones de personas son víctimas de este delito, superado en ganancias por el tráfico de drogas y de armas.
Hay quienes valiéndose de dinero, de amenazas, de la fuerza o de simples promesas compran o raptan niños y niñas para después venderlos a redes que se encargan de colocarlos en adopción, de prostituirlos, de esclavizarlos, de transformarlos en soldados e incluso de emplearlos como mendigos o sacrificados en prácticas religiosas.
Entre quienes siguieron de cerca el proceso existe la percepción de que Aguilera García sabía lo que hacía y tenía en mente un negocio; de que Santander Barrera apenas conocía desde cuatro o cinco meses atrás a la mujer con la presentó a la bebé, de que el padre biológico de la bebé es un muchacho ingenuo que ama a su primera hija y de que Glenda Castro "no tenía noción, ni conciencia de lo que estaba pasando".
Por lo pronto, las dos mujeres están en el Internado Judicial de Vizcaíno y el hombre en la Cárcel de Vista Hermosa, mientras que la bebé se encuentra con su familia materna. El abuelo Castro fue a visitar a su hija y llora mucho por ella. 
El lunes la bebé de Aguas Negras asistió a su control de vacunas. Vestía gorro rojo y rosa tejido, camiseta blanca, chaquetita marrón, pantalón rosa, medias blancas y zapatillas de tela a cuadros rojos y blancos. Su prima de 16 la arrullaba con dulzura, como a una muñeca muy querida, mientras que ella sonreía. Es un angelito.


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