Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Muerte dulce en Ikabarú

Ikabarú es  un pueblo en donde viven 2500 personas, al menos 80% de ellos mineros o vinculados al negocio del oro y el diamante, a 302 metros sobre el nivel del mar y a no más de 10 kilómetros de la línea limítrofe. Fotografía: Morelia Morillo


Ese sábado, el primero del mes de noviembre de 2014, “el Caporro” salió de Zapata hacia el pueblo de Ikabarú y, según José Barreto, concejal, en el sitio de Nelcy “brindó a la gente”.

Ikabarú es la segunda parroquia del municipio Gran Sabana, el territorio ancestral del pueblo indígena pemón, en la remota frontera sureste de Venezuela hacia el Brasil.

Ikabarú es también un pueblo de cuatro calles de granza roja, en donde viven 2500 personas, al menos 80% de ellos mineros o vinculados al negocio del oro y el diamante, a 302 metros sobre el nivel del mar y a no más de 10 kilómetros de la línea limítrofe.

Las casas de bahareque, de bloque, de madera, bajas y con techos de metal, están las unas muy cerca de las otras y hay muchas bodegas híper surtidas y con precios extraordinarios.

Ikabarú tomó el nombre del río. En pemón Ika’barú significa río de aguas hediondas. Se dice que, alguna vez, ahí se escenificó un enfrentamiento y que, al final, los cadáveres de docenas de indígenas flotaron sobre la corriente mansa, que se pudrieron, que el hedor era insoportable, que la pestilencia viajaba en el aire infestando kilómetros. El Ikabarú va a dar al Caroní, cuyas aguas producen en estos tiempos al menos 70% de la electricidad que consume el país.

Sobre los 40 del siglo XX, la población resurgió como un lugar minero. Zaida Almeida, la vicepresidenta del Concejo Municipal de Gran Sabana, habitante y docente de Ikabarú, estima que al menos 80% de los residentes de Ikabarú, viven de sacar oro y, a veces, diamantes. Zapata es uno de los caseríos en cuyas cercanías se extraen minerales preciosos. De ahí, según los allegados, salió “el Caporro” afortunado y dispuesto a celebrar.

Con sus 44, bajo y robusto, heredó la contextura y el sobre nombre de su padre, llegó a donde Nelcy brindó, jugó billar y se acercó a una mujer joven y bonita.

Era media noche cuando ambos se retiraron a la habitación que ella alquilaba en las mismas instalaciones del local, descrito por los vecinos como un lugar bien construido, limpio y con sus permisos al día. Seguramente, se fueron  sin despedirse, pero en el sitio continuó la fiesta.

A eso de la una, cuando apagaron la planta del pueblo, la música se silenció durante un segundo y cayó la noche repentinamente, pero, casi de inmediato, se encendió un pequeño generador y la luz, muy probablemente amarillenta y pálida y las chatarritas cobraron vida.

Zaida Almeida, quien durante décadas fue docente en Ikabarú, contó que el cupo de combustible de la planta fue eliminado. Se sabe que las autoridades apuestan a este tipo de restricciones para controlar la minería ilegal. Pero, ante la contingencia, quien puede y quiere da pequeñas cantidades de gasoil con tal de tener electricidad durante algunas horas por día.

Y, además, muchos se han hecho con pequeños generadores. En donde Nelcy tienen uno y lo encienden cuando falla el fluido del pueblo, para continuar trabajando y aprovechar las buenas rachas y el entusiasmo de la clientela que no siempre son buenos.

A seis y media de la mañana, “el Caporro” se levantó de la cama y, dejando a su acompañante dormida, salió de la habitación, compró dos cajas de cigarros en el local, en donde probablemente amanecían de juerga y regresó sin tardanzas. Encendió un cigarrillo, fumó, lo apagó, encendió otro, repitió la rutina y se volvió a dormir.

A medio día, cuando los vecinos avisaron al puesto de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), que había dos muertos en donde Nelcy, los efectivos recordaron que no tenían potestad para levantar cadáveres y se comunicaron con la división del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (CICPC) en Tumeremo, a nueve horas de Ikabarú.

Los forenses llegaron al amanecer del martes. Los cuerpos ya estaban descompuestos.

Quienes acompañaron a los efectivos en el procedimiento, cuentan que la hediondez era inaguantable, que por eso los inyectaron con formol, los cubrieron con cal, los envolvieron en plásticos y los trasladaron a Santa Elena, la capital municipal, ubicada a 114 kilómetros de grietas, huecos y puentes de emergencia vencidos por el paso del tiempo.

En Santa Elena, sin más escalas que las obligatorias, las autoridades y algunos allegados los llevaron al cementerio de Manak Krü y los sepultaron.

A sus 25, la chica, natural de Trujillo y madre de tres hijos,  decidió venir a las minas en la frontera venezolana hacia el Brasil a probar suerte. Tenía dos o tres días en Ikabarú cuando conoció “al Caporro”. “La única que sabía en dónde estaba y lo que estaba haciendo era su hermana”, dijo Almeida quien aclaró que, en esos predios, “no todo es prostitución”, también hay cocineras y quienes se dedican a otros oficios.

La concejala recibió a una tía de la muchacha, le explicó lo sucedido, la consoló y le dio algo de dinero, producto de su sueldo, para que regresara a La Guaira, a más de 1300 kilómetros de Santa Elena.

Quizás si la planta hubiese estado en buen funcionamiento no ocurre eso”, lamentó Almeida.

Después de mucho llamarlos, quienes entraron a la pequeña habitación, se dieron cuenta de que la pareja no descansaba, se percataron de que ambos estaban muertos.

Mientras dormían, inhalaron cantidades mortales del monóxido de carbono que desprendía el pequeño motor, probablemente carburando con dificultad en un espacio escasamente ventilado. Con certeza, poco a poco se sumieron en un sopor, en un sueño cada vez más profundo y sin retorno, sin ni siquiera sensación de asfixia, la llamada muerte dulce.


jueves, 20 de noviembre de 2014

Más de 198 carros por delante

Y además vio como el vocero de un consejo comunal levantó los conos y la cuerda para que entraran, sin cola y sin número en Griffin, los conductores de los dos enormes 4x4 de un ferretero local. Fotografía: Morelia Morillo


Sobre las diez de la mañana de ayer, la mujer detrás del parabrisas, llegó a la cola de acceso a la Estación de Servicio PDV ubicada en el cruce de las avenidas Perimetral y Mariscal Sucre de Santa Elena de Uairén y, de inmediato, un hombre sin identificación, anotó el número 199, con betún líquido blanco,  sobre el vidrio de su vehículo.

Santa Elena es la última ciudad venezolana hacia el sureste profundo, de cara al Brasil. En Roraima, el estado brasilero fronterizo con Venezuela, un litro de gasolina cuesta 3,71 reales y en las calles de Santa Elena un real se cambia por al menos 35 bolívares.

En hora y media, encendió y apagó su carro en al menos siete oportunidades, se comió una torta hecha de harina integral, se tomó un litro de agua, se despejó las cejas, hizo varias llamadas y casi terminó de releer El leopardo al sol de Laura Restrepo.

Y también le cuidó el puesto a la conductora, taxista, del automóvil numerado con el 198, quien le confesó que debía ir a su casa pues le urgía ir al baño. Y además vio como el vocero de un consejo comunal levantó los conos y la cuerda para que entraran, sin cola y sin número en Griffin, los conductores de los dos enormes 4x4 de un ferretero local.


Desde hace alrededor de cuatro anos, la Alcaldía de Gran Sabana emitió un decreto regulando a 40 y 60 litros, dependiendo de la cilindrada, la cantidad de gasolina que cada carro puede cargar. Esto como parte del plan para reducir la cantidad de combustible en las calles y así su tráfico hacia el Brasil. Y, desde comienzos de esta semana, el tope se redujo a 20 litros por carro.

viernes, 7 de noviembre de 2014

31/10: Día del Evangelio

Desde 2010, el municipio Gran Sabana, en la frontera sureste de Venezuela, celebra el Día del Evangelio. En Santa Elena de Uairén, la capital municipal, una ciudad de no más de 25 mil habitantes, hay tres templos católicos y al menos 30 cristianos evangélicos. En esta oportunidad, 12 de esas 30 organizaciones convocaron a la Campaña “Bendiciendo la Ciudad”, siete noches de oración y transformación espiritual en torno a una tarima a cielo abierto en el Casco Central de la localidad. Fotografías: Morelia Morillo


 Es 31/10 y mientras Isabel, con sus 19, se recrea en su la noche de Halloween, al menos 150 de los 1500 evangélicos del municipio Gran Sabana se aprestan para marchar en celebración del Día del Evangelio.

Gran Sabana es el último municipio venezolano en la remota frontera hacia el Brasil, territorio originario del pueblo indígena pemón y la primera y aparentemente única municipalidad del país en donde, por mandato local, se celebra, desde hace cuatro años, el Día del Evangelio.

José Zambrano, pastor de la Esposa del Cordero, recuerda que en 2010 los fieles consolidaron en un proyecto el anhelo de tener un día, 24 horas al año, para dedicarse en cuerpo y alma a honrar la palabra divina; elevaron esa propuesta ante el alcalde, Manuel De Jesús Vallés, oraron, esperaron y celebraron.

“Mi patrón está buscando de Dios”, alaba el fotógrafo y funcionario de la Alcaldía.

Este año, la fiesta comenzó el 27, con el inicio de la Séptima Campaña “Bendiciendo la Ciudad” y, según los carteles promocionales, se prolongará hasta el dos de noviembre. Hay dos predicadores invitados José Luis Calzadilla, de Venezuela y Rafael Ramírez, de Costa Rica.

El afiche indica que 12 iglesias evangélicas que hacen vida en el municipio se unieron y están en campaña: Esposa del Cordero, Casa de Dios, Gedeones, Arca de la Alianza, Fedamisión, Maranatha,  Frontera de la Tierra, Vivir por fe, Monte Sinai, Jehová Justicia Nuestra, Biblia Abierta y Dios Pentecostal.

En Santa Elena de Uairén, la capital municipal, una ciudad de no más de 25 mil habitantes, hay tres templos católicos y al menos 30 cristianos evangélicos, por lo menos uno por cada barriada.

Cada noche, durante siete días, los pastores de almas suben a la tarima ubicada en el cruce de las calles Urdaneta e Ikabarú y comparten su prédica.

La Urdaneta es la llamada calle de Los turistas porque en ella se encuentran las dos posadas de mochileros más populares de esta frontera y el bar de mayor movimiento. La Ikabarú es la calle de la Notaría Pública y de la Alcaldía. A metros de la tribuna techada, adornada en verde y naranja e iluminada,  se encuentra la esquina de la piedra y la borrachera, cada vez más oscura.

“Esta es noche de avergonzar al diablo”; “Esta no es noche de caminar, es noche de correr”, exhorta el hombre de traje desde el estrado y una mujer suelta sus muletas y echa a andar sin ayuda.

Sobre la calzada hay sillas plásticas para al menos 200 personas, pero no todas están ocupadas. Algunos se sientan, otros prefieren escuchar el sermón de pie y atajar con sus manos, alzadas al cielo, las bendiciones del evangelista. Manos arriba, imploran por igual funcionarios de Alcaldía, del Seniat, de Corpoelec, maestras, enfermeras, mineros, taxistas, trocadores, comerciantes, buhoneros, brasileros, colombianos, venezolanos, indígenas y no indígenas. Los milicianos se ocupan de la seguridad y el orden.

Pasadas las nueve, toma el micrófono Rafael Ramírez, de Costa Rica. Su perfume desciende desde lo alto como un soplo de aire fresco. “Todo el que necesite reconciliarse con el señor que salga de donde está ahora”, reta y la audiencia se aglomera en torno a la tarima resplandeciente.

Advierte que lo que viene es fuerte, ora y suda hasta empaparse su camisa de rayas; pide ayuda a la gente que sabe “de este tipo de trabajos”, aclara que el propósito es echar al diablo, al demonio que ocupa y conduce la vida de aquellos seres a quienes reunió frente a él hace pocos minutos e inicia el rito que termina con vómitos, mareos, temblores, desmayos y la liberación definitiva, hombres y mujeres nuevos preparados para proclamar la gloria de Dios.

“Hemos visto que ha cambiado todo”, asegura José Zambrano mientras prueba el sistema de sonido del cual se servirá durante la marcha de este 31/10, feriado municipal. “Dios tomó el control del municipio”.

El dice que, durante un tiempo, dejaron de celebrarse las Campañas “Bendiciendo la Ciudad”. Entonces, la delincuencia sacó ventaja, comenzaron a verse hechos violentos en donde, por lo general, apenas existían rateros, ladronzuelos de bombonas, de una pala minera, de un pico.

Antes de salir de la intersección de las avenidas Mariscal Sucre y Perimetral, el punto que lleva al tramo de la Troncal 10 que conduce a la línea fronteriza, predicadores y fieles oran por las instituciones que apoyan la cruzada, por la Policía del Estado Bolívar y por Tránsito Terrestre. “Todo espíritu contrario que esté en esta institución, salga por el poder de la palabra”, suplican y comienzan a andar.

En el sur profundo, distante y distinto se están dando prodigios.

A pesar de ser feriado, este viernes 31/10 es día de mercado y los productores de las comunidades indígenas están en Santa Elena para vender los productos del conuco; los supermercados chinos están abiertos, algunos, pocos, brasileros continúan aprovechando las virtudes del cambio, a pesar de las medidas anti contrabando; los bancos y las instituciones están cerrados y en el Casco Central los locales comerciales sacan partido de la mañana porque pasadas las 12:00 bajarán sus portones.

Y a las dos habrá sesión de Cámara Municipal en la Plaza Bolívar, para celebrar el Día del Evangelio.











viernes, 17 de octubre de 2014

Kurén, el caminante

Santiago Ramos Antón es español de nacimiento y venezolano por nacionalización. Llegó a Gran Sabana hace 53 anos, atraído por la belleza y la magia de estas tierras que conoce y anda a diario como quien mira la palma de su mano y la recorre escudriñando en su destino. “Esta es mi casa. Yo puedo salir, pero siempre vengo y, sí físicamente no puedo venir, estaré presente en otro nivel”. A lo largo del tiempo en estos confines ha acopiado tanto vivencias absolutamente mundanas como experiencias profundamente místicas. Fotografía: Cortesía de Marcos Olivares



La partida.
Es junio y aunque en el centro y occidente de Venezuela el sol es despiadado, en el sureste extremo del país, en Gran Sabana, difícilmente transcurre un día sin lluvia. Ahora mismo, llueve sin cesar desde hace diez horas. El agua es tanta que apenas se puede ver a escasa distancia.

Probablemente en junio de 1961 llovía aún más. Probablemente, había más neblina. Con certeza, no existía la Troncal 10. El Dorado (el Kilómetro 0) y el Kilómetro 88 estaban unidos por una carretera de tierra por donde eventualmente circulaba un carro. A un lado y otro, la selva.

En el 88 existían tres ranchos, incluyendo una bodega, la de Vargas y, a partir de ahí, las picas y caminos que los indígenas pemón iban dejando en su trajinar.

El día que Santiago llegó a Gran Sabana venía de andar alrededor de 88 kilómetros desde El Dorado a la zona de Las Claritas. Si bien tuvo la suerte de subir un rato a una camioneta. De cruzar la Sierra de Lema descalzo, sobre una escalera de palos y bejucos. Y de dormir en la selva, silenciosa, tendido sobre un plástico y cubierto con otro en un claro de arena.

Al amanecer, a cinco metros del lugar en donde durmió, consiguió las huellas de un jaguar.

Los viajes
Se movía sin más equipo que un guayare minero al que amarró una hamaca, una cobija, un par de mudas de ropa, casabe, carne de báquiro, una linterna, un machete, una lima y dos plásticos. Conoció el guayare en El Dorado, una liana entorchada y dotada de asas para sujetar la carga.

Entonces, Santiago tenía 20 años. Nació en Madrid. Pasó su adolescencia en Montevideo, junto a su familia paterna y llegó a Venezuela poco antes de cumplir los 18 para reencontrarse con su madre. Tras 22 días de travesía, La Guaira le recordó al brasilero Puerto de Santos.

Ahora, Santiago tiene 73. Su cabello es canoso. Bajo sus cejas, súper pobladas, prominentes y, casi casi negras, titilan un par de ojos mínimos. Tiene la piel curtida y el cuerpo fuerte aunque delgado. Anda con ligereza. Le llaman “el caminante” porque lleva más de cinco décadas andando estas sabanas que conoce y anda a diario como quien mira la palma de su mano y la recorre -con su dedo índice- tratando de ver qué hay en su destino.

Su niñez fue tan citadina como pudo haber sido en la España urbana de los 40 y comienzos de los 50. Recuerda aquel edificio en donde vivía junto a sus padres en Madrid. La luz colándose por la ventana. Su mamá limpiando con un plumero. Su papá agonizando. Él tenía tres años.

Tras la partida del padre, la mudanza a La Coruña. La Plaza María Pita. A los siete, el desfile de Franco flanqueado por su Guardia Mora. Le dio la mano. Los juegos de futbol. El Colegio de los Hermanos Maristas. De boca de uno de esos maestros, escuchó hablar por primera vez de Buda y se le erizaron los vellos de los brazos. La biblioteca. Su padrastro de origen noble. Le enseño buenos hábitos, la caballerosidad, la honestidad. Lo paseó a bordo de “un topolino”.

Con doce, subió solo al barco de la compañía argentina Yapeyu. 18 días de viaje. Madeira, Lisboa y Gran Canaria desde la cubierta. En la isla grande, una mujer colgando las sábanas. Su primer amor: Irene. La despedida en Río de Janeiro. “Todavía hoy la recuerdo” y se toca el pecho.

La llegada a Montevideo. La “tía Juanita”. Desembarcó de pantalón corto, camisa de cuello impecable, yérsey y boina de estudiante negra y, de inmediato, por recomendación de la tía, debió usar el calzón largo. Repartidor de la Farmacia Tapié. Las playas solitarias. Asistente de los oficiales de planta en Suney S.A, una fábrica de calentadores. Los Boy Scouts. Los encuentros internacionales de los muchachos exploradores. El tío gaucho y sus anécdotas campesinas. Sus primeros libros de parasicología, de filosofía, de esoterismo.

El día que recibió la carta de su madre, desde Venezuela, no dudó en alistarse para viajar a visitarla, pero planificó el viaje con escala en Chile. Fue al Cuartel General de los Boys.
22 días en barco desde Valparaíso. En El Callao peruano, vio por primera vez a los indígenas. 

Durante el viaje,  las selvas una y otra vez bordeando la costa y, finalmente, La Guaira, tan parecida a aquel puerto de Santos que vio durante su breve paso por Brasil.

El reencuentro con la madre fue maravilloso, pero, aún así, al mes de estar en Caracas, decidió volver a Montevideo tal y como lo había planeado. Entonces, se dispuso a dar una vuelta por el centro de la ciudad para conocer algo más que el entorno materno antes de partir.

Corría 1959 cuando se topó con el Centro de Orientación Filosófica y aquel letrero que indicaba “El umbral del mundo espiritual” y así fue: “esa fue la puerta de entrada al mundo este que tengo alrededor”, dice Santiago, a la Gran Sabana.

El viejo
Comenzó por acercarse al señor Aurelio Arreaza, a quien con el tiempo tomaría como su guía, por leer todo cuanto él le sugiriera, por hacerse un asiduo visitante del Centro de Orientación y finalmente, uno de sus empleados y un discípulo de aquel hombre a quien llama “mi viejo”.

Al año, tomó vacaciones y el viejo, le sugirió visitar las selvas de Guayana.

Llevaba consigo 25 bolívares. Santiago salió de Caracas en autobús rumbo a Ciudad Bolívar; bajó de su primer transporte y trepó a una unidad de la Línea Orinoco.

Lo sorprendieron la cantidad de gallinas, cochinos, pavos, loros y guacamayos que subieron junto a él como pasajeros de aquella peculiar Arca de Noé. Así llegó a El Dorado, hasta la desembocadura del Yuruari en el Kuyuni, hasta la casa de la familia Rueda.

Con los Rueda, pasó unos días antes de seguir a la Sabana por la escalera, por las picas, por los caminos. Así, de pronto sólo y eventualmente con algún baquiano, casi siempre descalzo, llegó a Kavanayén, la comunidad pemón en cuyo centro se encuentra una Misión Capuchina. Se quedó seis meses. Exploró la sendero hacia Kamarata. Con una familia local, tomó la ruta del Cerro del Sol hasta llegar a Wonkén. Admiró de cerca las murallas del Chimantá. Volvió a Caracas, al Centro de Orientación Filosófica, pero su regreso a la Sabana estaba marcado.

Experiencia mística
En el Capítulo III de Kurén, el relato testimonial de la vida de Santiago Ramos en la Gran Sabana, publicada por el sociólogo Issam Madi, se lee  acerca de la historia que lo llevó de vuelta a la tierra de los tepui, en busca de los  Sabios de la Parima, tal y como se titula el Capítulo IV.

El viejo le reveló a Santiago la existencia del Gran Padre, un indígena centenario, un sanador profundamente espiritual a quien podría ubicar en la región del Chimantá, en Gran Sabana.

Regresó en invierno. Durante dos meses debió postergar su salida desde Kavanayén hacia la inexplorada región del Chimantá. “Partí una mañana de sol radiante”, recuerda en el libro de Madi. 

Salió con 70 kilos de peso. Aprendió a sobrevivir pescando y comiendo frutas silvestres. Se quedó sin ropa y sin zapatos hasta que, finalmente, se encontró con el Gran Padre y con sus dos discípulos: Kurén de quien tomó su nombre y Antabarí. Los tres eran conocedores del mundo de las plantas que sanan tanto el cuerpo como el espíritu.

Dos años más tarde, volvió semidesnudo y cadavérico a la zona de Wonkén.


Experiencia profana
Los indígenas le hablaron de las minas de Peray Tepui e Ikabarú. Pasó 42 años en las minas. Santiago fue minero de barra, de pala, de suruca, de batea. Sacaba y oro y diamantes para sobrevivir, pero sin causar daños irreversibles. Ha visto el jaguar de cerca. Se han mirado a los ojos. Y aprendió a diferenciar el silbido de las chicharras del siseo de las serpientes. Dice que, cuando andando la selva, el caminante se siente adormecido debe ponerse alerta pues las cuaimas suelen soltar su vaho adormecedor para atacar sin resistencia a sus posibles víctimas. Jamás lo ha mordido una víbora.

Esta Sabana del siglo XXI es diferente a la que conoció: “Me siento con cierta nostalgia, me doy cuenta y hasta me asombro de que esto haya sido invadido por habitantes de todo el planeta (…) Pero aún existen sitios aislados, selváticos, impenetrables en donde existen personas en condiciones primitivas”, asegura.

No habla el pemón, el idioma de los habitantes ancestrales de estas tierras, pero tiene un inmenso vocabulario y “conozco su esencia, eso me permite comunicarme sin palabras”.

Desde hace diez años, Santiago dejó la mina. Es guía turístico. Pintor. Plasma las muchas imágenes de la Sabana, las que lleva grabadas en su memoria. Siempre que puede, al menos una vez al año, va a España, en donde está su madre ahora con más de 100 anos, una de sus hijas y dos de sus nietos. El resto de su descendencia está en Guayana a donde él siempre regresa.

En estos confines, no atesora tierras, ni bienes inmuebles. “Mi riqueza es que vivo en la Gran Sabana, los tepui, la selva y el rumor del viento”.










miércoles, 1 de octubre de 2014

Contrabando electoral

De momento, en Venezuela no hay elecciones. Sin embargo, los pobladores del sureste extremo del país, de la frontera Venezolana hacia el Brasil, se ven expuestos al bombardeo propagandístico de los candidatos que participarán en las elecciones de octubre de 2014 en el estado de Roraima, la entidad brasilera más al norte. Como nunca, la campaña política traspasa fronteras, seguramente siguiendo a los votantes que a diario franquean la línea divisoria para hacer sus compras en bolívares. Fotos Morelia Morillo


En Santa Elena de Uairén pocos saben quién es Rodrigo Jucá, Aurelina Medeiros, Dhiêgo Coelho o Xingú. Mas sus rostros son cada vez más familiares para los  25 000 habitantes locales.

Santa Elena es la última ciudad venezolana hacia la remota frontera sureste, una modesta, congestionada y caótica capital municipal enclavada en la paradisiaca tierra ancestral del pueblo pemón, la Gran Sabana; un sitio en donde conviven indígenas, hombres y mujeres venidos de todo el país, brasileros, guyaneses y ciudadanos del mundo en plan turismo o en plan permanencia.

Jucá se postula como el vice gobernador por el Partido del Movimiento Democrático Brasilero (PMDB) en combinación con Francisco de Asiss Rodrigues, Chico 40, candidato a la Gobernación de Roraima por el Partido Socialista Brasilero (PSB); Aurelina Medeiros aspira a ser reelecta como candidata a la Legislatura Estadal por el Partido de la Social Democracia (PSD); Dhiêgo Coelho compite con la intención de volver a ejercer como diputado regional por el Partido Social Liberal (PSL) e igualmente Jane José Xingú Da Silva quien es candidato a la reelección como diputado estadal por el PSL.

Roraima es el estado más al norte del Brasil, de cara a Venezuela; la entidad tiene 488 072 habitantes, de ellos 306 444 están en la obligación de votar el próximo cinco de octubre durante la jornada de elecciones generales de 2014; Boa Vista, la capital roraimense, se encuentra a 250 kilómetros de Santa Elena; diariamente, cientos de los electores roraimenses cruzan la frontera y llegan a Santa Elena para comprar su ropa, sus víveres, sus cosméticos, sus medicinas, su pan, su queso, sus jugos y sus perros, perros de raza ya vacunados.

Corre septiembre de 2014, en Venezuela se aplican estrategias anti contrabando de extracción, el que se realiza de a poco, por pequeñas y medianas partes, en los bolsos personales, en las maleteras de los vehículos particulares. De momento, el flujo de brasileros hacia Santa Elena es considerablemente menor, pero, por cada real, los vecinos reciben cada vez más bolívares en las calles o al cambio en mercancía en algunos de los locales comerciales.

Cuatro candidatos se disputan la Gobernación de Roraima; seis aspiran a ser el único senador de Roraima; 79 desean ser uno de los ocho diputados federales y más de 400 pugnan por uno de los 24 cargos de la Legislatura Estadal. De los casi 500 candidatos, muchos trascienden la frontera para hacerse con las preferencias de aquellos que residen en el país de al lado y de los que simplemente andan de un lado al otro para hacer sus compras.

La ciudad es pequeña, pero con una exagerada circulación de vehículos venezolanos y brasileros, pues aquí no hay transporte colectivo. Los carros son el soporte de difusión electoral más empleado. Los micro perforados y las calcomanías de mediano tamaño abundan.

De cada 10 vehículos brasileros, de placas grises, que circulan un lunes de septiembre de 2014 por la calle Urdaneta de Santa Elena de Uairén, al menos cuatro llevan propaganda y, en la medida en que se acerca el cinco de octubre, aumenta la cantidad de carros de matrículas venezolanas con micro perforados en sus parabrisas traseros o con adhesivos en sus puertas.

Se dice que la mayoría de los conductores acceden a llevar propaganda por dinero, por 100, por 200 reales, por 1000 ladrillos, por una nevera, por un potente aire acondicionado, un bien tan ansiado en el caluroso Roraima como en el fluctuante Gran Sabana. Todo depende del respaldo económico del candidato, de sus posibilidades de éxito, de lo que tenga a su disposición. Sin embargo, ninguno lo admite. Aseguran que lo hacen por amistad, por cultivar buenos contactos.

Por lo pronto, los rotulados se hacen en Boa Vista. No obstante, el propietario de una de las principales casas de trabajo gráfico de Santa Elena advierte que es sólo cuestión de tiempo el que los vecinos pasen a este lado con la finalidad de encargar sus micro perforados pues en bolívares el metro no pasa de Bs. 2000, mientras que en reales el precio se pierde de vista.

Waldir Vieira De Souza, “Amazonas”, quien fuera candidato a concejal por Pacarima, el municipio brasilero fronterizo, garantiza que cuando él coloca propaganda en una vivienda venezolana, el propietario declara -por escrito- que no está recibiendo nada a cambio y que con los choferes se hace por convenio, sin pago de por medio, si bien no se firma declaración alguna.

Esa es su manera de trabajar, pero admite que seguramente hay candidatos que piensan distinto, que están dispuestos a pagar en dinero o en mercancías a cambio de votos, pues efectivamente hay políticos procesados por su supuesta incursión en ese tipo de delitos, porque supuestamente pagaron cientos de reales a quienes se pronunciaran a favor de ellos o de sus fórmulas.

Como nunca antes, Santa Elena se encuentra inundada de propaganda electoral brasilera, de los códigos, nombres de batalla y promesas básicas de los contendores: Xingú, por ejemplo, tiene un pequeño cartel en las cercanías del auto lavado de El Salto, el más concurrido de esta frontera, ofreciéndose para continuar trabajando;  Jean Frank, también aspirante a la reelección para la Legislatura Estadal observa a los comensales de la panadería más popular, la preferida de los brasileros, con los dientes improvisadamente en rojo y el llamado “Todos juntos por Roraima”.

A un lado del tramo de la Troncal 10 que lleva a La Línea, a la altura de Brisas del Uairén, Marcio Junqueira invita a votarlo como diputado federal asegurando “Coragem e Fé” y desde el mismo retiro vial el Sargento Damosiel se presenta como el “Amigo de sempre”.
En el sector oeste de Brisas del Uairén hay un poste de la red eléctrica formal que sostiene un afiche de Luciano Castro, candidato a senador por Roraima por el Partido de la República (PR).

La espléndida sonrisa de Shéridan y su “Amor por Roraima” da la bienvenida a los clientes de una de las bodegas más surtidas en la prolongación de la calle Ikabarú, una de las zonas más frecuentadas por los brasileros. El encargado del local aseguró que un compadre colocó los afiches, sin dinero a cambio; muy cerca Aurelina Medeiros destaca en la fachada de una vivienda y apenas a unos metros la inmensa fotografía de Chico 

Rodrigues tapiza la puerta de cristal de dos hojas de un restaurante. Uno de los empleados contó que efectivamente hay quienes pagan por este tipo de propaganda, pero que, en el caso de ese establecimiento, la dueña es brasilera y conoce al candidato, lo hizo por mantener buenos contactos, relaciones.

En la urbanización Los Apamates, más conocida como Bachaquero, Marilia Pinto, ofrece su “Força de Mulher” para actuar como diputada estadal.

En el Casco Central de Santa Elena, aún hay postes ataviados con la imagen de Manolo Vallés, el alcalde reelecto del municipio Gran Sabana y paredes con las señas de Mabel de Parra, quien llegó tercera en la contienda por la Alcaldía en noviembre pasado e igualmente comienzan a verse las pegatinas de los candidatos brasileros.

En las Cuatro Esquinas, el cruce de las calles Bolívar y Urdaneta, en donde ofrecen sus servicios la mayor cantidad de trocadores (cambistas) hay un afiche adhesivo de la Dra. Moncada que dice “Nela nós acreditamos” es decir “En ella nosotros creemos” y otro de Anchietta, el gobernador saliente y ahora candidato a senador por Roraima como parte de la fórmula de Chico 40. Y en la medida en que se aproxima el cinco de octubre, los carteles y pegatinas son cada vez más.



viernes, 19 de septiembre de 2014

Directo al surtidor II

Docenas de vehículos ocupaban este patio días antes. Foto: Morelia Morillo

Lo que viene es absolutamente verídico. Lo viví. Minuto a minuto. Nadie me lo contó. Y por eso, debo relatarlo en primera persona: corre septiembre de 2014, día 19 y recién llené el tanque de mi vehículo en tres minutos, después de esperar no más de cinco.

Hasta finales de agosto, en Santa Elena de Uairén, la última ciudad venezolana de cara al Brasil, se esperaba entre dos a cinco horas en cualquiera de las dos estaciones de servicio disponibles.

El cambio, radical entre mi post anterior y este, comenzó mostrarse hace poco más de 20 días y confieso fui incrédula. Por eso no lo registré hasta hoy. Ya ha sucedido antes y el milagro se desmaterializa en el tiempo. El más reciente prodigio de este tipo perduró durante menos de un año. 

Al cierre de agosto, la cola disminuyó y los conductores se enfilaron durante no más de hora y media. Al comenzar septiembre,  durante un máximo de 40 minutos. Sobre la quincena, durante un tiempo tope de 20 minutos y ahora durante no más de 300 segundos.

En esta frontera, como el resto de los extremos del país, se libra la lucha anti contrabando de extracción: La Guardia Nacional Bolivariana (GNB) se ocupa de los puntos de control fijo  y el Ejército de las alcabalas itinerantes; hay menos brasileros aprovechando los favores del cambio; hay menos trocadores en las calles y, por tanto, menos demanda de gasolina.

El personal de Misión Ribas supervisa el cumplimiento de las normas vigentes contra los excedentes de gasolina en la calle. Caras nuevas. Gente de experiencia. Los uniformados se limitan a garantizar la seguridad en las gasolineras y además hay quienes garantizan que la Policía Federal Brasilera está controlando el tráfico de combustible ilegal.


Aún sigo sin creerlo.

miércoles, 27 de agosto de 2014

La gasolina más cara

Si bien en la frontera venezolana de cara al Brasil el combustible cuesta lo mismo que en el resto del país, llenar un tanque  en una de las dos estaciones de servicio local pasa por una larga espera de dos, de tres e incluso de más de cuatro horas. Fotografía: Morelia Morillo



Se acerca el final de la primera quincena de agosto y en Santa Elena de Uairén llenar el tanque de gasolina amerita al menos de cuatro horas y quince minutos, de tres horas y media, de dos horas y diez, difícilmente de menos.

Santa Elena es la última ciudad venezolana de cara al Brasil. Al otro lado de los hitos, en las bombas brasileras, un litro ronda los tres reales, Bs. 90 o más al cambio del día entre los trocadores que operan en las calles del sur profundo de Venezuela.

Santa Elena es la capital del municipio Gran Sabana, un espacio precariamente urbano rodeado de explanadas verdes salpicadas de bosques, inmensos y misteriosos tepuyes e infinidad de ríos de distintos colores y tamaños, un paraíso protegido por las leyes del país y del mundo, en donde, cada vez más, abundan los mineros de pala y de motor.

Sobre las diez de la mañana, la fila para ingresar a la Estación de Servicio PDV, ubicada sobre el cruce las avenidas Mariscal Sucre y Perimetral, comienza frente al Hotel Lucrecia, aproximadamente a 200 metros del punto de entrada.

En ese acceso, un efectivo militar exige la tarjeta de control de combustible que emite el Ejército mes a mes. De acuerdo con el terminal de la placa, un vehículo particular puede surtir tres veces por semana y los transportistas todos los días. Las motos son chequeadas de acuerdo con el  serial del motor y deben seguir el mismo sistema que los carros. Todos pueden ir a la bomba el domingo. Sin embargo, en cuatro horas y cuarto, la chica de la moto negra alcanzó el surtidor en al menos ocho oportunidades. Ponía el tanque full, salía rauda y veloz y regresaba directo a la isla de llenado, sin cambiar de casco, ni de lentes, ni su vistoso pantalón morado.

Son las 10:00 Am y, de pronto, la cola se deshace, cientos de conductores corren hacia la calle; un hombre corre con su casco y cuenta que se incendió una moto; incluso el heladero corre sin su carrito cargado barquillas, paletas y botellas de agua mineral.

La chispa se produjo en el momento en que el bombero retiró el pico del tanque de la motocicleta; una gota se precipitó hacia el metal ardiente y, en segundos, ese primer destello se transformó en una llamarada de cerca de tres metros.

“Se movieron rápido, sacaron dos extintores y apagaron el fuego”, contó otro de los vendedores ambulantes que obtienen partido del tiempo de espera.

Controlado el pánico, el militar acelera la firma de las tarjetas; regresan los conductores de los 50 carros formados en cuatro colas sobre el patio interior y los choferes de los 50 o más vehículos que se forman cual caracol en el espacio de tierra aledaño. Son al menos 100 los carros enfilados adentro más aquellos que esperan en la Perimetral, una vía angosta y sumamente transitada que conecta con el tramo de la Troncal 10 que lleva al Brasil. Y a estos se suman los que, por algún motivo, consiguen pasar directo hacia las filas internas o hacia los picos.

La ciudad cuenta con una Estación de Servicio Internacional, apostada a un costado de la línea limítrofe, para atender a los viajeros extranjeros y con dos gasolineras para los usuarios nacionales, ambas administradas por la Misión Ribas con el apoyo de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y del Ejército Nacional Bolivariano (ENB).

A comienzos de septiembre 2013, se divulgó, por primera vez, la data del parque automotor que posee tarjetas de control de combustible en Gran Sabana, la ficha que entrega mes a mes el Escuadrón de Caballería Motorizado (5102 Escamoto) en el Fuerte Roraima. Se contabilizó a 2888 carros, una cantidad que un año más tarde podría ser mayor a juzgar por las colas y las caras nuevas en plantón. Aquí, en una localidad de alrededor de 25 mil habitantes,  muchos se conocen al menos de vista.

Aproximadamente 1544 vehículos pueden surtir gasolina diariamente, por estar asociados a alguna de las cooperativa de transporte y a esos 1544 pueden sumarse, tres veces por semana, la mitad de los 1235 carros de uso particular y de las 412 motos que, en teoría, sólo pueden surtir con un día de por medio.

Siendo así, 2162 carros requerirían gasolina un día cualquiera y la mitad de ellos se estaría formando en cola en cada una de las dos estaciones disponibles por día. Una razón numérica para esta larga espera.

Aquí se les llama “talibanes” a los revendedores de combustible, un bien que fuera de las estaciones de servicio de esta frontera cuesta de  20 a 30 bolívares, dependiendo de la demanda y de la disponibilidad del producto.

Antes, desde 2002 a 2010, el “talibaneo” se ejercía con vergüenza y de bajo perfil; ahora, se trata del oficio no formal más común y lucrativo de estos confines.

Un “talibán” es siempre “un padre de familia”, “un desempleado”, “un habitante de frontera con todo el derecho a vender su gasolina”, “la mayoría” o “casi todo el mundo”. Los hay desempleados, bachilleres sin cupo en la universidad, comerciantes, empresarios, profesionales, venezolanos, extranjeros, gente con toda una vida por acá y gente que llega para “talibanear”, conductores de carros viejos y nuevos, sobre todo de carros viejos, voraces consumidores de gasolina y de vehículos remolcados, motorizados, hombres y mujeres de la segunda y tercera edad, choferes discapacitados y choferes en pleno uso y disfrute de sus facultades.

Los más radicales llegan a las estaciones de servicio al alba. Ya en casa, extraen el combustible, a punta de chupadas y escupitajos y, de inmediato, lo venden por litros o lo acumulan en tambores (de 200 litros o menos) en espera de mejores precios o de alguien dispuesto a pagar al mayor como si lo hiciera al detal.

También hay talibanes que prefieren el sencillo: trabajar con garrafas de agua mineral de cinco litros y colocarlas entre los apurados en más o menos 100 a 150 bolívares.

En teoría, ningún vehículo brasilero puede avanzar sobre territorio venezolano antes de llenar su tanque en la Estación Internacional, la única existente en los 250 kilómetros que separan a Boa Vista, la capital del brasilero estado de Roraima, de la línea divisoria.  Pero cada vez son más los hombres, adolescentes y niños, de pantalones cortos o jeans  y camisetas que al ver un carro brasilero, de placas grises, sobre el asfalto venezolano, balancean su puño con el pulgar hacia abajo. “Japai, japai”, llaman en sustitución del pana, del chamo venezolano. E invitan al extranjero a sus casas.

“Más que todo es por necesidad porque aquí no hay trabajo y cualquier mujer que tenga un carro o una motico y tiene cuatro muchachos termina vendiendo combustible”, argumentó un vocero de Asocividec, una organización de defensa de los derechos humanos que hace vida en Gran Sabana, con respecto a las razones del llamado “talibaneo”, eso cuando autoridades y ciudadanos discutieron acerca de la cantidad de gente que engrosaba las colas y de los tiempos de espera en el día a día.

Ahora, son las dos y cuarto, llegué a las diez, pasaron cuatro horas y quince minutos desde el momento en que ingresé a la cola y el instante en que encendí mi carro y salí del surtidor. La chica de la moto, en cambio, entra, llena y sale en nueve minutos; se ausenta durante 16 a 19 minutos más y regresa rauda y veloz.


lunes, 4 de agosto de 2014

Scott: el señor de los antídotos

En la distante frontera venezolana de cara al Brasil,  al menos una persona es mordida semanalmente por una víbora de cascabel, por una mapanare, por una coral o por una inmensa y feroz cuaima piña; desde hace 30 años, Douglas Scott se ocupa de atender a los emponzoñados, de administrarles las dosis de sueros antiofídicos y de apoyarlos en su recuperación. Fotografía: Morelia Morillo


Douglas Scott, funcionario de Protección Civil Bolívar (PC-Bolívar), dice que está por jubilarse. El anillo de plata, inmenso, que lleva en su mano derecha recuerda que egresó de la Escuela Técnica de la Armada, como enfermero, en 1963. 51 años de servicio y él se acerca a los 70.

Sin embargo, acaba de subir a un Jeep prestado (es de un sobrino), ya hizo a un lado cualquier otro compromiso previamente adquirido y acelera hasta estacionar en el área de Emergencia del “Rosario Vera Zurita”, el último y único hospital en la Venezuela distante de cara al Brasil.

Va de prisa, aunque no es médico, apenas completó el tercero de bachillerato, lleva más de 30 años atendiendo las incidencias ofídicas en Gran Sabana, una  zona en donde , semanalmente, al menos una persona es mordida por una cascabel, una mapanare, una coral o una cuaima piña.

En Gran Sabana, la población avanza sobre los bosques, los morichales y las sabanas, con sus pueblos, sus minas, sus conucos y las serpientes arremeten en defensa de sus espacios.

En 2005, Scott contabilizó (pues también lleva las estadísticas)  un récord de 72 mordidas y una defunción. En 2012, se reportaron 58 mordeduras y dos fallecimientos: un niño y un adulto. Al cierre del mes de junio, durante los primeros seis meses de 2013, se registraron 32 casos y una muerte.

Scott los atiende a todos o casi todos. Sabe qué sueros debe recibir cada paciente, de acuerdo a la especie por la que fue inoculado y las dosis vinculadas al peso y edad de la de la persona. Aunque, sin excepciones, los médicos que llegan a la zona deben participar del Curso de Emergencias Ofídicas que él imparte, eventualmente, ingresa un médico sin experiencia o, simplemente, los pacientes y sus familiares se sienten más tranquilos ante la presencia serena y sonriente del hombre de escasos cabellos canosos, ataviado de gorra, chaleco de batalla y media docena de anillos de plata entre ambas manos.

Ahora, por ejemplo, Scott se apura porque en la hospitalización pediátrica lo espera un niño de cuatro. Fue mordido por una víbora en Wonkén. Lo trasladaron  hasta Santa Elena por aire. Salir de aquellos confines -por tierra- amerita de días de intensas caminatas. Pero allá también conocen a “Douglas”, así.

Hace poco, recibió a una adolescente de Kavanayén, comunidad pemón arekuna. Sufrió una mordida mortífera, pero la chica se salvó. Sus padres no hallaban de qué  manera agradecerle su intervención a Scott. “Me regalaron unos lentes, en un estuche bien bonito, un bastón de excursionismo, el ventilador que compraron para la muchacha y una bolsa de caramelos porque yo siempre ando dándole caramelos a todo el mundo” y también piropos, abrazos, apretones de mano, saludos cordiales y sonrisas.

Ahora, se le dan bien las terapias alternativas. No se limita a las dosis de antídotos, luego apoya a las víctimas en el proceso de recuperación, que es largo y doloroso; les aplica arcilla blanca, caolín de la Sabana, sobre el área afectada. Según él, la desinflamación es mucho más rápida.

Mientras visita a su paciente de cuatro, recibe una llamada desde Ikabarú, capital de la segunda parroquia del municipio, a 114 kilómetros de Santa Elena. “Me acaban de reportar la muerte de dos personas en la mina de la Suruca”. Uno tenía 36, el otro 23. Los dos fueron tapiados por el talud del corte en donde hurgaban en busca de oro y diamantes. La Guardia Nacional Bolivariana (GNB) se ocupará de los cadáveres. Scott de recibirlos y de las diligencias necesarias.

Es así. No sólo atiende a los inoculados por los colmillos filosos de las serpientes del sureste remoto de Venezuela, socorre por igual a los accidentados de las minas, de las carreteras, del Roraima; hoy lo llaman para que controle a un perro rabioso y mañana para que retire un enjambre de abejas extraviado e instalado en el patio de una casa de familia; bien pueden contactarlo para que se ocupe de una persona en medio de una crisis siquiátrica, pues en la zona no hay personal especializado o para que acompañe a una mujer que decidió dar a luz en casa y, por supuesto, sin un centímetro cúbico de anestesia.

En carne propia
Alguna vez, fue mordido por una terciopelo en su dedo pulgar. El veneno lo condenó a siete días de hospitalización en el Hospital “Ruiz y Páez” de Ciudad Bolívar y, de por vida, a un dedo extraño aunque funcional. Su nombre en las estadísticas. Cada año, entre 40 a 72 personas son mordidas en  Gran Sabana.

Muere uno con año de intermedio. En 2010, murió Luis Scott, su hermano dos años menor. Su gente, su sangre, sus afectos en las estadísticas.

Luis era carpintero, constructor, apicultor, artesano y un apasionado de las serpientes. Les salvaba la vida, aunque tuviera que pagar por ellas y, ya en cautiverio, les extraía el veneno.  Donaba las ponzoñas a las instituciones que elaboran los sueros antiofídicos.

En tres tiempos
La carrera de Douglas comenzó hace exactamente 52 años con un curso de Primeros Auxilios en el entonces Departamento Vargas. Un año después, en 1963, se enlistó en la Escuela Técnica de la Armada de Venezuela, en Catia La Mar y cursó Enfermería. Al finalizar esa primera fase de estudios, recibió el botón “Orden de Enfermería Clase B Armada” por haber conseguido el primer puesto y, casi de inmediato, abordó el patrullero de costa P-03 Alcatraz en donde durante dos años trabajó sin médico.

Del barco pasó al Hospital Militar Alberto Arvelo de Caracas. Ahí estuvo entre 1964 y 1974. “Ganaba 540 bolívares, recuerda, más 100 bolívares por guardias especiales”. Pasó 6 años en el Servicio de Siquiatría, un buen tiempo en Cardiología y el resto en los demás servicios.

Con María, su compañera de casi tres décadas y seis de sus 11 hijos se mudó a El Paují, una comunidad mixta –de indígenas y criollos, ecologistas y mineros- ubicada entre Santa Elena e Ikabarú.

Al llegar a El Paují, fundó el Puesto de Primeros Auxilios (1985), poco después el Grupo de Rescate (1988). Eran cargos ad honorem. El acuerdo era que cada familia debía dar un aporte mensual para quien se ocupaba de vacunarlos, de curarlos. Pero, como no siempre se le juntaba el dinero necesario, él iba a la mina. “Salía a buscar mi orito en los rabines, pero sin daño ecológico. Lo que hacía era ir con una pinza y una careta y buscar en las ollitas. Me daba para comer. El gramo estaba en ochenta bolívares”.

“Traje al mundo una gran cantidad de niños, doscientos o trescientos, atendí partos en agua, con agüita templadita para ayudar a la parturienta a relajarse y nunca se me murió  nadie”.

Pero, así como le tocó acompañar a esas madres durante el alumbramiento, también tuvo que levantar cuerpos sin vida. Jamás olvidará la caída de la avioneta en la viajaban la médico Xiomara Rivas y cuatro personas más. Sólo una muchacha sobrevivió, “a la que se le quemaron las piernas”

Luego fue asimilado como enfermero por la Alcaldía, fue presidente de la Asociación de Vecinos,  primer jefe Civil de El Paují y concejal parroquial.

A Santa Elena, la capital del municipio, llegó en busca de una mejor educación para sus hijos. 


Desde 2004 trabaja formalmente para PC Bolívar y durante tres años presidió el Instituto Municipal de Salud Pública, un cargo que en teoría lo postraría detrás de un escritorio, rodeado de reconocimientos colgados en las paredes, pero él jamás dejó de salir a la calle, de apagar fuegos. 
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