Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Muerte dulce en Ikabarú

Ikabarú es  un pueblo en donde viven 2500 personas, al menos 80% de ellos mineros o vinculados al negocio del oro y el diamante, a 302 metros sobre el nivel del mar y a no más de 10 kilómetros de la línea limítrofe. Fotografía: Morelia Morillo


Ese sábado, el primero del mes de noviembre de 2014, “el Caporro” salió de Zapata hacia el pueblo de Ikabarú y, según José Barreto, concejal, en el sitio de Nelcy “brindó a la gente”.

Ikabarú es la segunda parroquia del municipio Gran Sabana, el territorio ancestral del pueblo indígena pemón, en la remota frontera sureste de Venezuela hacia el Brasil.

Ikabarú es también un pueblo de cuatro calles de granza roja, en donde viven 2500 personas, al menos 80% de ellos mineros o vinculados al negocio del oro y el diamante, a 302 metros sobre el nivel del mar y a no más de 10 kilómetros de la línea limítrofe.

Las casas de bahareque, de bloque, de madera, bajas y con techos de metal, están las unas muy cerca de las otras y hay muchas bodegas híper surtidas y con precios extraordinarios.

Ikabarú tomó el nombre del río. En pemón Ika’barú significa río de aguas hediondas. Se dice que, alguna vez, ahí se escenificó un enfrentamiento y que, al final, los cadáveres de docenas de indígenas flotaron sobre la corriente mansa, que se pudrieron, que el hedor era insoportable, que la pestilencia viajaba en el aire infestando kilómetros. El Ikabarú va a dar al Caroní, cuyas aguas producen en estos tiempos al menos 70% de la electricidad que consume el país.

Sobre los 40 del siglo XX, la población resurgió como un lugar minero. Zaida Almeida, la vicepresidenta del Concejo Municipal de Gran Sabana, habitante y docente de Ikabarú, estima que al menos 80% de los residentes de Ikabarú, viven de sacar oro y, a veces, diamantes. Zapata es uno de los caseríos en cuyas cercanías se extraen minerales preciosos. De ahí, según los allegados, salió “el Caporro” afortunado y dispuesto a celebrar.

Con sus 44, bajo y robusto, heredó la contextura y el sobre nombre de su padre, llegó a donde Nelcy brindó, jugó billar y se acercó a una mujer joven y bonita.

Era media noche cuando ambos se retiraron a la habitación que ella alquilaba en las mismas instalaciones del local, descrito por los vecinos como un lugar bien construido, limpio y con sus permisos al día. Seguramente, se fueron  sin despedirse, pero en el sitio continuó la fiesta.

A eso de la una, cuando apagaron la planta del pueblo, la música se silenció durante un segundo y cayó la noche repentinamente, pero, casi de inmediato, se encendió un pequeño generador y la luz, muy probablemente amarillenta y pálida y las chatarritas cobraron vida.

Zaida Almeida, quien durante décadas fue docente en Ikabarú, contó que el cupo de combustible de la planta fue eliminado. Se sabe que las autoridades apuestan a este tipo de restricciones para controlar la minería ilegal. Pero, ante la contingencia, quien puede y quiere da pequeñas cantidades de gasoil con tal de tener electricidad durante algunas horas por día.

Y, además, muchos se han hecho con pequeños generadores. En donde Nelcy tienen uno y lo encienden cuando falla el fluido del pueblo, para continuar trabajando y aprovechar las buenas rachas y el entusiasmo de la clientela que no siempre son buenos.

A seis y media de la mañana, “el Caporro” se levantó de la cama y, dejando a su acompañante dormida, salió de la habitación, compró dos cajas de cigarros en el local, en donde probablemente amanecían de juerga y regresó sin tardanzas. Encendió un cigarrillo, fumó, lo apagó, encendió otro, repitió la rutina y se volvió a dormir.

A medio día, cuando los vecinos avisaron al puesto de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), que había dos muertos en donde Nelcy, los efectivos recordaron que no tenían potestad para levantar cadáveres y se comunicaron con la división del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (CICPC) en Tumeremo, a nueve horas de Ikabarú.

Los forenses llegaron al amanecer del martes. Los cuerpos ya estaban descompuestos.

Quienes acompañaron a los efectivos en el procedimiento, cuentan que la hediondez era inaguantable, que por eso los inyectaron con formol, los cubrieron con cal, los envolvieron en plásticos y los trasladaron a Santa Elena, la capital municipal, ubicada a 114 kilómetros de grietas, huecos y puentes de emergencia vencidos por el paso del tiempo.

En Santa Elena, sin más escalas que las obligatorias, las autoridades y algunos allegados los llevaron al cementerio de Manak Krü y los sepultaron.

A sus 25, la chica, natural de Trujillo y madre de tres hijos,  decidió venir a las minas en la frontera venezolana hacia el Brasil a probar suerte. Tenía dos o tres días en Ikabarú cuando conoció “al Caporro”. “La única que sabía en dónde estaba y lo que estaba haciendo era su hermana”, dijo Almeida quien aclaró que, en esos predios, “no todo es prostitución”, también hay cocineras y quienes se dedican a otros oficios.

La concejala recibió a una tía de la muchacha, le explicó lo sucedido, la consoló y le dio algo de dinero, producto de su sueldo, para que regresara a La Guaira, a más de 1300 kilómetros de Santa Elena.

Quizás si la planta hubiese estado en buen funcionamiento no ocurre eso”, lamentó Almeida.

Después de mucho llamarlos, quienes entraron a la pequeña habitación, se dieron cuenta de que la pareja no descansaba, se percataron de que ambos estaban muertos.

Mientras dormían, inhalaron cantidades mortales del monóxido de carbono que desprendía el pequeño motor, probablemente carburando con dificultad en un espacio escasamente ventilado. Con certeza, poco a poco se sumieron en un sopor, en un sueño cada vez más profundo y sin retorno, sin ni siquiera sensación de asfixia, la llamada muerte dulce.


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