La más joven de las mujeres deambula de un lado a otro. Tratando de ir a donde hay más gente |
El lunes 23 de junio, horas después de que
Cristiano Ronaldo, el siete del la selección portuguesa, fuera recibido por
alrededor de 1000 hinchas en la calurosa Manaus, más de media docena de mujeres
y algo más de niños y niñas, todos indígenas warao, llegaron a Santa Elena de Uairén en autobús. Nadie los
esperaba. Les costó al menos media hora encontrar quien los trasladara al
centro. En Santa Elena no hay transporte colectivo, sólo taxis.
Santa Elena, la capital del municipio
Gran Sabana y la última ciudad venezolana de cara al Brasil, se encuentra al
menos a 1400 kilómetros de Caracas y a 870 Kilómetros de Manaus, la sede
Amazónica del Mundial Brasil 2014. Gran Sabana es el territorio del pueblo
pemón.
La localidad, de alrededor de 20 000
habitantes, es lugar de compras para buena parte de los más de tres millones de personas que
habitan entre Boa Vista y Manaus, las dos ciudades brasileras en el extremo
fronterizo con Venezuela. Al cambio, cualquier precio les resulta irrisorio. Y,
desde que arrancó el mundial, cientos de venezolanos y extranjeros cruzan la
Gran Sabana ansiosos por llegar al Arena Amazonia.
Las mujeres warao y sus niños bajaron
en el Terminal Internacional de Santa Elena de Uairén apenas con lo puesto, sin
abrigos, sin cobijas, sin zapatos, sin equipajes. Ellas con vestidos hechos a
la medida, estampados en flores, líneas o cuadros, con las faldas sobre la
rodilla y mangas a un cuarto. Los pequeños con franelas y pantalones cortados a
media pierna.
Seis días después, sólo dos de ellas,
un niño y una niña continúan en el Casco Central: en la calle Bolívar, en la
Roscio, en la Zea, en la Urdaneta. Los demás ya no los acompañan.
La más joven de las mujeres deambula
de un lado a otro. Tratando de ir a donde hay más gente: a la panadería, al
Bulevar Tümá Serö y de ahí a uno de los supermercados chinos. La anciana, en
cambio, permanece tendida en el piso frente a uno de los locales de la calle
Bolívar. Ella no escatima sonrisas, aunque no tiene dientes. Sus ojos aún
titilan, aunque están nublados. Apenas habla español, pero suelta palabras
aisladas hasta hacerse entender.
Ella y los suyos viajaron desde
Mariusa porque el agua les llegó a la cintura y ya no encontraban qué comer.
Vinieron por algo de dinero, por comida, por ropa seca y limpia, mientras
esperan que las aguas que inundan los sitios -en donde siempre han vivido-
bajen.
Los waraos son los
habitantes de Mariusa, la región del estado Delta Amacuro sobre la cual se
extiende el Parque Nacional Delta del Orinoco. Su hogar es una isla entre los
caños Macareo y Mariusa, justo en el punto medio de la desembocadura del
Orinoco. Viven de la pesca, de la recolección, del turismo y de la artesanía
que usan y venden.
En Santa Elena, las mujeres y los
niños warao mendigan con envases que antes contuvieron jugo, arroz chino, crema
de arroz. Sin mediar palabras, pues sólo hablan su lengua autóctona, acercan
sus potes a los lugareños, a los brasileros, a los turistas, a los viajeros
que, por estos días, apenas pisan Santa Elena rumbo a Manaus, al Estadio Arena
Amazonia.
Pero es sábado 28 de junio de
2014, faltan sólo minutos para que comience el juego entre Brasil y Chile e
incluso la transitada calle Bolívar se encuentra desierta. Se acerca el inicio y en el recipiente de la anciana apenas hay un billete de dos y otro de cinco
bolívares.
El día está flojo, una
jornada mala para muchos: los comerciantes están de pie en las puertas de sus
locales y, aunque se empeñan en mantener el precio, los trocadores de las
Cuatro Esquinas agitan sus pacas de bolívares inútilmente. Los brasileros no
viajan cuando hay juego e igualmente los de acá se quedan en casa cuando la
selección brasilera se juega la vida.
Las Cuatro Esquinas es el
cruce de las calles Bolívar y Urdaneta, corazón comercial de esta ciudad
fronteriza, A pocos metros, siete hombres de chaquetas de cuero, pantalones y
botas altas descienden de sus Harley Davidson.
Probablemente, los hombres
de negro pararon para ir a la panadería o para cambiar sus bolívares por
reales. Extrañamente no van hacia Manaus, como todos los motorizados que
atravesaron Santa Elena desde que comenzó el Mundial. Son de Maturín. Van a
Guyana. Pero ninguno parece percatarse de la existencia de la abuela warao. Ya
comenzó el partido y su envase de arroz chino apenas contiene un billete de dos
y otro de cinco. Nada de reales.
En su edición del 11 de
julio, la Folha Web reseñó que la
Policía Federal Brasilera deportó a 28 indígenas warao venezolanos. Al menos 20
de ellos eran niños.
Ante las autoridades, los
migrantes manifestaron que se encontraban en Boa Vista, a 250 kilómetros de
Santa Elena, por motivos comerciales y que, de momento, recibían dinero en los
semáforos del centro de la ciudad para comprar comida y ropa.
Todos fueron llevados en
autobús hasta la población de Pacaraima, fronteriza con Venezuela, y de ahí
encaminados hacia tierras venezolanas.
Situación
inusual
Aunque en algunas ciudades
de Venezuela, ya es común ver a grupos de indígenas mendigando, en Gran Sabana
aún causa extrañeza.
En noviembre pasado, varios
miembros de la comunidad e'ñepá de Mariposa, estado Amazonas, deambularon por
la capital del municipio Gran Sabana.
Eran un grupo de no más de
20 personas, mujeres, hombres y sobre todo niños y niñas; mientras los adultos
se dedicaban a vender artesanía en la calle Bolívar, en los alrededores del
Bulevar Gastronómico Tumá Serö y de la Panadería Gran Sabana Deli, los más
pequeños caminaban por las calles del Casco Central y por la Plaza Bolívar en
busca de limosnas.
Los niños llevaban alcancías
de cochinito en colores rojo, amarillo y naranja y las mujeres se tendían en las
aceras con los recién nacidos en sus regazos.
Entonces, Lisa Henrito, asesora del Consejo de
Caciques Generales, relató que varios comerciantes de la localidad reclamaron
ante el coordinador de esta organización, Jorge Gómez, con respecto la
presencia y hábitos de los visitantes.
“Dijeron que acosan a los
clientes y eso incomoda a las personas porque el pueblo pemón no es así, eso es
ajeno a nuestra cultura. Nosotros no vivimos en condiciones de calle y antier
se declaró Santa Elena como mercociudad (…) Este es un municipio turístico”, dijo Henrito.
Cuando Henrito los abordó, los
visitantes dijeron que viajaron hasta Santa Elena para vender y que,
supuestamente, tenían un capitán (autoridad tradicional) entre ellos.
El Consejo de Caciques se
comunicó con el vice ministerio de Pueblos Indígenas vinculado al pueblo e'ñepá
y con sus organizaciones “para que vengan a buscarlos, de lo contrario nos
tocará montarlos en un autobús y llevarlos”, dijo Henrito en aquel momento.
A su modo de ver, “ellos
crecen pensando que nacieron para hacer lo que están haciendo y, de no cambiar
esa mentalidad, vamos a tener todo un pueblo pidiendo dinero en la calle”.
“No vamos a permitir esto
es nuestro municipio, aunque no estamos en desacuerdo con que vengan a vender
sus cosas los viernes en el mercado como todo el mundo”.
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