“Estamos de regreso a
nuestra antigua casa (nuestro velero) de 80 años en Uruguay y
extraordinariamente sigue flotando”, escribió Katherine en su blog el 19 de
diciembre pasado.
El 27 de julio de
2012, mientras en Londres comenzaban los Juegos Olímpicos, David y Katherine
Lowrie, ingleses, casados, se calzaron sus zapatillas, dejaron su hogar, un
viejo velero en el que habían navegado durante cuatro años y echaron a correr.
¿El reto? Completar
los 8 000 kilómetros que, según estimaron inicialmente, separan La Patagonia,
en Argentina, del Mar Caribe, de Carúpano, en Venezuela.
Ahora, ya saben que,
al momento de mirar el mar de Sucre, frío y verdoso, habrán recorrido 10 400
kilómetros, 2 400 000 metros más de lo pensado.
El micro video de
aquella partida en medio de una tormenta de nieve en Cabo Froward, el punto más
austral del continente, muestra a Kathe y a David con algo más de peso,
sonrientes, rozagantes, a paso suave, saludando, intentando correr (o al menos deslizar
sin caer) sobre el hielo patagónico.
En cambio, para el
tercer martes de septiembre de 2013,
lucían agotados, aunque satisfechos, llevaban ropa desteñida, zapatos
muy planos y rotos y la esperanza de que ese día recibirían dos pares de
zapatillas nuevas enviadas por uno de sus patrocinadores hasta Santa Elena de
Uairén, la última ciudad venezolana hacia el sureste profundo del país, la
capital del municipio Gran Sabana.
En la ruta, se levantaban
temprano, desayunaban, recogían campamento y salían “para meter kilómetros”
antes de que el sol calentara demasiado; rodaban hasta completar, según el contador que
ella llevaba en su muñeca derecha, un promedio de 32 kilómetros al día. A
veces, llegan a 38. Excepcionalmente, a 56.
Antes, eran corredores
aficionados, se entrenaban más bien poco, comenzaron a hacerlo con constancia
en Uruguay, en caminos muy planos; ya en tránsito, se toparon con enormes
pendientes.
Cada ocho mil metros,
se turnaban la carrucha en donde trasladaban sus mosquiteros, sus sobre techos,
un par de hamacas, aislantes, bolsas de dormir, algo de ropa y comida.
Entretanto, tomaban
agua o algo caliente. Ya repuestos, se ajustaban el carruaje hecho con un
cuadro y dos ruedas de bicicleta y seguían. Hasta completar los siguientes ocho.
Llevaban protector
solar, lentes, unos aparejos hechos de tela sobre las manos y la cabeza y
marchaban en contra de la circulación vehicular. Hasta superar la línea
ecuatorial corrieron con el sol sobre sus narices, luego se alegraban de que este
siguiera tras sus pies. La pastilla que tomaron para protegerse del paludismo o
malaria humana los hizo más sensibles al sol.
Poco antes de que cayera
la noche, ubicaban un sitio en donde armar campamento: dos aislantes sostenidos
mediante tensores y una pequeña habitación hecha de mosquitero verde y hacían
cena.
De acuerdo con las
tablas, durante el mega trayecto debían consumir al menos 4 000 calorías por
día y lo hacían, a la carta, en cada uno de los lugares que visitaron. En
Brasil, mucha carne y Feijão (frijol).
Ganaron peso y energía. En todo momento, aguacates y cambur para mantener el
potasio a tono.
Cada noche, después de
cenar, se sentaban a documentar lo vivido, a contarle a sus seguidores y amigos
acerca de las bellezas, de las maravillas, de los muchos paraísos extremos de
Suramérica, de la diversidad y riqueza que aún sobrevive en lo más recóndito.
Del tucusito, del oso palmero, de la alpaca.
Después, colgaban esos
relatos y esas imágenes en su sitio web www. 5000mileproject.org y luego, casi a
cielo abierto, se echaban a dormir; a veces, en un jardín; a veces, en la
sabana despejada; a veces, en un claro de selva; a veces, en un predio
agrícola.
Dormían casi a la
intemperie: les gustaba escuchar a los animales, al viento, a la lluvia.
En su memoria,
persistirá La Patagonia, su inmensidad intacta, “los seres humanos no la han
destruido todavía”, y el Sur de Chile,
lleno de vida; de Bolivia les impresionó la sonrisa fácil de su gente, la
calidez, la capacidad para compartir sin medidas desde la pobreza.
De Brasil, los impactó
el orgullo patrio de la gente común, cualquiera les hablaba de la grandeza del
país, de la importancia de su idioma, de los muchos recursos naturales, de su
vasto territorio. También la desolación de la BR 319 que recorrieron desde
Porto Velho a Manaus. Veían un par de carros al día. Corrían sobre un callejón
a través de la selva.
De Venezuela, se
llevaron la imagen de la Troncal 10, a través de la Gran Sabana, custodiada por
un ejército de luciérnagas, la amabilidad de la gente, su generosidad.
Con el apoyo de las
fundaciones que auspiciaron su muy particular cruzada esperan comprar un par de
sitios en La Patagonia y en Bolivia para, simplemente, dejarlos así, como
reservas.
Llegaron a Venezuela
un viernes, poco antes de caer la noche, a través de la Aduana Ecológica de
Santa Elena de Uairén, ansiosos por recorrer la Gran Sabana; de muchos viajeros
habían escuchado que se trataba de un lugar maravilloso y querían verla, recorrerla,
pero sentían temor a la inseguridad: a la violencia reflejada en los medios o
en los cuentos de otros transeúntes.
Por los hechos de
violencia de los que habían escuchado, leído, durante sus primeras horas en
Venezuela, les inquietaba saber si podrían correr, recorrer los últimos 2 400
kilómetros de su ruta, andar hasta alcanzar el Caribe, Carúpano, el final de su
largo periplo.
En algunos lugares de
Argentina fueron rechazados por ser británicos, los choferes disminuían la
velocidad para mostrarles antiguas heridas de bala, de armas blancas; al llegar
a las zonas selváticas, les advertían que podían ser mordidos por mortíferas serpientes
y que en Venezuela los violarían. La precaución se transformó en pánico. “Hasta consideramos atravesar Venezuela en
ómnibus (autobús) y recuperar los kilómetros después. Al fin de cuentas nuestro
objetivo es correr para llamar la atención sobre el estado de la naturaleza, no
ofrecernos como víctimas”, admitió Kathe en su bitácora.
Sin embargo, Venezuela
y su gente los sorprendieron: en Santa Elena, ocuparon como propio el jardín de
una familia que los adoptó como tíos; sobre la Troncal 10, fueron sorprendidos
por el frenazo de un rústico y, en lugar de atracarlos, sus ocupantes les
entregaron un par de sándwiches de huevo; sin peticiones ni explicaciones
previas, recibieron dinero para la cena, piña picada y jugosa para calmar la
sed; en la ruta hacia El Dorado, durmieron en casa de una familia arawak; en
Guasipati, fueron recibidos como héroes por un grupo de ambientalistas que les
dio casa, comida y un itinerario plagado de amigos hasta coronar la meta:
perfectos desconocidos que los esperaban para garantizarles un techo, un plato
caliente, cariño, compañía y la oportunidad de compartir su experiencia con las
escuelas.
Al regresar a su país,
divulgaron su gesta, llamaron la atención con respecto a la preservación del
ambiente y, como si fuera poco, corrieron 10 kilómetros para festejar junto a
sus seguidores londinenses.
A futuro, quieren
tener un terreno con gallinas y vacas, pero saben que “es difícil” conseguir
espacios disponibles; quieren estar cerca de los sobrinos, ser padres.
“Somos biólogos y nos
encanta la naturaleza y queremos mostrar que con pasos pequeños es posible
hacer grandes distancias”, dijo David en Gran Sabana.
Llegaron a Carúpano el
20 de octubre de 2013. La foto, tan anhelada, los muestra dándose un beso.
8 comentarios:
llore!
Hola mi Pelu querida espero estén bien, los extraño un montón. Que buena tu historia y que pena con los viajeros que lo primero que reciben al llegar a este hermoso país es la advertencia sobre lo inseguro que es vivir y hacer turismo aquí. Desde hoy eres la encargada de contarles a estos viajeros y a los otros que seguramente pasarán por allí que aún queda gente buena y decente en Venezuela TQM
PD Me gustan las fotos.
Gretik,
Gracias por leer. Qué bien que lloraste...
Mi goldo,
Si tú me extrañas, qué queda para mí? Yo te extraño como el primer día en que dejaste de ser mi sombra como reportera. Gracias por leer y encomendarme tan grande misión. Te abrazo...
Gracias Morelia por tu cronica sobre David y Katerine, aca en Guasipati los esperamos, los recibimos y atendimos ayer 30 de Septiembre. Pronto nos conoceremos. Un abrazo.
Eduardo Nuñez
Grupo "EcoRadio YV"
Gracias Ecoradio por recibir a David y Kathe. Ellos y su causa así lo merecen...
Por acá los esperamos,
en su paso por san luis argentina..DAVID Y KATERINE tuvimos la oportunidad de ofrecerles agua fresca en enero de 2013...fuerzas amigos para que lleguen hacia la meta
Oscar,
Gracias por continuar por medio de las cronicas el recorrido de Kathe y Dadid
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