A Yunek se puede llegar por aire,
pero el pasaje de ida o de vuelta cuesta 10 mil bolívares o más. La avioneta, que
sale desde Santa Elena de Uairen, si hay pasajeros, no se mueve por menos de 50
mil.
Yunek es una comunidad indígena
pemón, amurallada por media docena de tepui, en el centro del Parque Nacional
Canaima, en un sitio tan recóndito que ni siquiera la mayoría de los nativos
conoce.
Ricardo Capriles, Gabriel Torres,
y Tewarhi Scott hicieron el recorrido en
bicicleta. Tres días para ir y dos días más para regresar. Se propusieron conocer
la ruta y llevar turistas, pocos, sin excesos, sin basura, con conciencia. Pero
hacerlo en carro resulta prácticamente imposible por los ríos que hay que
cruzar.
Este es el relato de viaje de
Tewarhi Scott, un no indígena nativo de Peraitepui, a 40 kilómetros de Santa
Elena, quien al dejar atrás los territorios a donde llegan las carreteras de
tierra se dio cuenta de que apenas conocía la Sabana que lo vio nacer. “Ante
Yunek, Roraima palidece, palidece”, repite.
La noche anterior distribuyeron
sus equipajes: comida, utensilios de cocina, primeros auxilios, una cámara,
hamacas, sacos de dormir y una o dos mudas de ropa por cada uno de ellos.
Día 1
Corría el último lunes de enero.
Subieron las bicis, los morrales y los paquetes a la parrilla sobre el techo
del rústico que contrataron y comenzaron la travesía.
Para ir a Apoipó se toma la
carretera que conecta la Troncal 10 con las comunidades sobre el eje que lleva
a El Paují e Ikabarú. El asfalto termina en Akurita, a no más 30 kilómetros de
Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana en el sureste profundo de
Venezuela.
Desde Akurita restan poco menos
de hora y media de grietas, peñascos, grava roja, polvo indomable en verano y a
un lado y al otro la selva, eventualmente transgredida por una mina o un saque
de granza, un ejército de árboles siempre al acecho como tratando de emboscar a
aquella vía tan ajena.
No todos los choferes van a
Apoipó, el camino es malo y la pendiente que sube y baja antes de llegar a la
comunidad es aún peor -pronunciada, escabrosa, arcillosa, resbaladiza apenas se
moja- pero William los llevó sin retrasos hasta el puerto sobre el Kukenán.
Apoipó es una comunidad indígena
ubicada muy cerca de la desembocadura del río Surukún sobre el Kukenán. Hasta
hace poco más o poco menos de una década y media, los de Apoió se dedicaban al
conuco, a la caza, a la pesca, pero luego comenzó a crecer la mina, a escasos
kilómetros del pueblo.
La mayoría de sus 980 habitantes son
adventistas, todos deben cumplir con estrictas normas de comportamiento y, por
supuesto, guardar el sábado desde que sale el sol hasta su ocaso.
Ese día de enero, el boquete
sobre la sabana alcanzaba un espacio de al menos cuatro kilómetros. Nada de
capa vegetal, sólo arena y aguas estancadas. Al menos nueve equipos mineros
disparaban sus chorros contra el suelo en donde se esconden el oro y el
diamante.
Un kilómetro y medio más allá de
la mina consiguieron el puerto sobre el Kukenán, cruzaron navegando unos
minutos río arriba y desembarcaron.
Rodaron cerca de 30 kilómetros, a
ratos bajaban y a ratos comenzaban a subir. Les llegó la noche. “Cuñao, cuñao”,
gritaron desde la orilla del río con cuyas aguas lodosas volvieron a toparse.
Los pemón suelen llamarse entre ellos “yesé” es decir cuñado. En la margen
opuesta, brillaban las bombillas de Pampatá Merú y sonaba el run run de las
plantas eléctricas.
A pesar del ruido, los
escucharon, los cruzaron en kuriara y con linternas. Al descender, ya estaban
en Pampatá Merú, una comunidad indígena compuesta por 420 personas, ubicada muy
cerca del sitio en donde el Kukenán se une al Aponwao. Alguien les alquiló su
cocina y allí cocinaron, devoraron la cena más deliciosa del mundo, colgaron
las hamacas y cayeron rendidos.
Día 2
“Ese, el de Pampatá Merú, es el
amanecer más bonito que he visto.”, recuerda Tewarhi. De acuerdo con la
fotografía de aquel instante, la palabra para describirlo tiene que ser
sublime, nada de dramatismos, un arco naranja sobre el horizonte y una franja
agua marina sobre el resto del cielo.
Al día siguiente, se dieron
cuenta de que el fogón estaba armado sobre varias turbinas mineras. Algunos
lugareños trabajan en balsas, empleando el llamado método ecológico, pues sólo
remueven el lecho del río, no tocan la sabana y las corrientes se encargan de
regresar el material a su lugar.
Se deslumbraron ante el amanecer,
desayunaron y nuevamente echaron a andar una pica trazada sobre un terreno que
parecía de material ferroso. Lo llamaron el bosque de hierro.
Se toparon con
tres carros que hace tiempo llegaron a estos predios y con varias motos chinas
pilotadas por hombres pemón. Alguna vez, esos carros debieron cruzar los ríos
sobre chalanas hechas de tambores.
En estos confines, el litro de
gasolina cuesta entre 350 a 500 bolívares, mientras más lejos más sube el
precio del combustible y lo mismo sucede con los cruces de río, con la farinha,
con el casabe, con el pescado, con los cigarrillos, con los refrescos y con
todo lo demás.
A dos kilómetros de la comunidad,
cruzaron el Caroní, producto de la unión reciente del Kukenán, que se desborda
a través de un rápido y el Aponwao, que lo recibe en su lecho ancho y apacible.
La corriente separa a las zonas
no protegidas de las áreas resguardadas por las leyes. Del otro lado del cauce,
los tres comenzaron a pedalear sobre las sabanas del Parque Nacional Canaima,
un espacio declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Cuando el sol se colocó en
vertical sobre sus cabezas, los ciclistas se toparon con el Da Merú, un salto que
parece un velo, un tul tejido por miles de diminutos hilos de agua y abajo una
poza extraordinaria.
Esa tarde, llegaron al paso del
Wonkén, el río cuyas aguas dan también electricidad a la comunidad en donde se
encuentra una de las misiones católicas más antiguas de la Gran Sabana (1957).
Afortunadamente, lograron cruzar
junto a las bicicletas caminando sobre las piedras. En pemón won es el nombre de una especie de alga,
una pelusa vegetal picante y ken es
el vocablo alusivo a la confluencia de dos ríos. Wonken significa confluencia
de los ríos en donde hay pelusas picantes.
Eran como las cinco, las mujeres
del pueblo estaban lavando, les advertían que podían caerse y se reían.
Esa noche durmieron en Wonkén,
les prestaron el local (de media pared) en donde la comunidad hace sus
asambleas y cocinaron en la casa de una de las maestras, se deleitaron con el
menú, colgaron sus hamacas y cayeron hasta el día siguiente.
Día 3
Despertaron con vista al Apaurai,
un tepui conocido como la urna, un
féretro descomunal que a esa hora comenzaba a mostrarse de entre las nubes.
Gabriel agradeció a los niños de
Wonkén con un acto de malabares. Lo observaron boqui abiertos.
A eso de las 6:00 AM. sonó una
campana y buena parte de la comunidad, en total en Wonkén habitan 1200
personas, se dirigió al templo, una especie de churuata de techo octogonal,
hecha de piedra blanca, con ventanas y puertas de madera. Cerraron
herméticamente.
Estas jornadas de oración se
repiten varias veces al día, en cada oportunidad, de varias horas de duración,
rezan, cantan y danzan. Todos están convocados, pero quien entra no puede salir
hasta que la reunión se dé por culminada.
Después de desayuno, a eso de las
nueve, reiniciaron el recorrido rumbo al noroeste, hacia Wonkén viejo. Se
internaron en la sabana por una pendiente de arena blanca. Atrás quedó el
Apaurai.
Wonkén viejo, que ya existía
antes de la llegada de los misioneros, es una comunidad, aparentemente
deshabitada, de al menos 10 casas dispersas. A lo lejos avistaban el
Adankasimá, el Upuima y el Akopán, un enorme cerro en donde los pemón ubican la
leyenda de Amuchimá, el águila comedora de hombres.
Al pasar Wonkén viejo, se toparon
con el río Karuai. Llamaron nuevamente. Cuñao, cuñao. Los cruzaron en dos
kuriaras, embarcaciones hechas de un solo tronco movidas a remo, una pequeña
pilotada por un niño y otra apenas más grande conducida por un hombre adulto.
Entonces, después del Karuai, se
internaron en una Gran Sabana diferente, absolutamente prístina, desolada. Al
menos a Tewarhi no le costaba esfuerzo imaginarse al Amuchimá viniendo por
ellos.
El Adankasimá, el Upuima y el
Akopán se veían cada vez más cerca; en Kamadaken, creyeron que ellos eran los
médicos, que habían anunciado su visita y les decían “medicina, medicina”.
Cruzaron el río nuevamente en kuriara y entonces se encontraron en un valle
poblado de bromelias tubulares, orquídeas y arbustos de hojas grises y al fondo
la cara sur del Akopán y su cima de enormes piedras sobre puestas, aparentemente
inexplorable.
El humo de las cacerías les
sirvió de referencia. Llegaron a Yunek con el atardecer, que en la Sabana se da
como a las cuatro y media de la tarde, el cielo estaba despejado.
Se presentaron a la comunidad. Les
ofrecieron la escuela para que se quedaran. Los niños ven pocas clases por
allá. No tienen muchos materiales.
En Yunnek, entre la comunidad en
sí y los alrededores habitan 120 personas. Sus casas están hechas de bahareque
o tabla con techos de paja o metal. Viven de la agricultura tradicional, la
caza, la pesca y la recolección de gusanos, bachacos, grillos y frutos
silvestres.
Tewarhi cuenta que tienen un
templo sencillo con mensajes alusivos a la condición femenina de dios, a la
mujer como fuente de vida, a la mujer como ser intocable.
Sólo dos motos chinas y un par de
plantas de dos tiempos perturban de vez en cuando el silencio.
En pemón Yunek es un adjetivo que
sirve para describir algo tan picante como el aji.
Antes de los ciclistas, una
pareja de norteamericanos llegó a Yunek por aire para escalar el Akopán. Lo
escalaron dos veces. Por la ruta que escogieron, tardaron de la base a la cima
14 días y alrededor de la mitad del tiempo para descender.
Yunek es cada vez más conocido
entre los aventureros de Europa y Estados Unidos. Desde el tepui que da nombre
a la comunidad cae el salto más alto de Venezuela, aunque casi nadie lo
conozca. Tiene 1012 metros de altura. El Salto Ángel tiene 976 metros.
8 comentarios:
More! Me encantó la historia. Ojalá hubieses publicado aunque sea una foto, las descripciones son hermosas! Ojalá algún día pudiera conocer esa belleza
Mi Adri, Si te encanto pues te dedico la historia como regalo de cumpleaños. Ojalá algún día podamos hacer este recorrido.
Un beso
Definitivamente este espacio (blog) es entrar a otro mundo.. ME ENCANTAAAAAAA DESDE QUE LO ENCONTRÉ ME QUEDE PEGADA... MILL FELICITACIONES..MORELIA MORILLO..
Gracias Alexmary,
Guauuuu, me dejaste feliz con tu comentario,
Morelia simplemente... GRACIAS!
GRACIAS por compartir ese bello trabajo que haces.
CONTINÚA ASÍ, ÉXITOS TE DESEO.
. DIOS TE BENDIGA.
He pasado toda la tarde pegado a tu blog encantado con tanta información, cultura y costumbres de esta hermosa tierra. A la verdad dos años se han quedado cortos con tantas cosas que hay por conocer... espero algún día poder ir a yunek en bicicleta. Jeje. Enamorado de tu blog <3
Me gustaria saber si preparan este paseo para turistas y como podriamos hacer para contactarlos
Gracias Víctor. Por tus palabras llenas de emoción. Mil gracias. Me motivas. Para quienes deseen ir a Yunek, pueden comunicarse con Tewarhi Scott, uno de los protagonistas de mi relato, quien además es mi esposo, al 0426 8915632
Publicar un comentario