Muchas embarazadas se controlan tanto en Venezuela como en Brasil (Fotografía de Tewarhi Scott). |
Después de nueves meses, le rogué a dios una prórroga de al menos tres horas pues a las 7:00 de la mañana se levanta el cierre fronterizo. Lo había decidido desde el instante en que recibí el resultado de mi prueba de embarazo: “Yo doy a luz en Brasil”.
Al personal del hospital de Santa Elena le debo el haberme calmado, tal vez un mes si y otro no, las jaquecas que acompañan mis menstruaciones. Pero son tantas veces he ido por allá que sé que carecen de uno de los dos obstetras asignados, de quirófano, de anestesiólogo y de terapia neonatal; que la comida es pésima y el aseo peor y que las recién paridas deben compartir el “catre” con sus bebés porque no hay cunitas.
.Dos semanas antes, el pueblo de Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana, uno de los principales destinos turísticos del país, se despertó con la mala noticia de que había muerto una mujer en el hospital.
Era indígena pemón, tenía alrededor de 40 años. Dicen que el niño venía sentado, que ella llegó pariendo al hospital y que se desangró porque no dio tiempo de trasladarla. Lo seguro es que en esta frontera no hay banco de sangre y que al morir la mujer dejó huérfanos a más de media docena de hijos, incluyendo a la recién nacida que le sobrevivió.
En el “Rosario Vera Zurita”, cuando las cosas se complican, sólo hay un recurso infalible: encender la ambulancia y recorrer con la sirena encendida y el acelerador a fondo los 250 kilómetros que nos separan de Boa Vista, la capital del estado de Roraima, en el extremo noreste de Brasil.
.A las 7:00 en punto cruzamos la frontera. Minutos después, aplicaba lo mejor de mi “portuñol” para llenar la planilla de ingreso al Hospital “Delio Oliveira Tupinamba”, tan sólo a metros de la línea de hitos que separa a la localidad brasilera de Pacaraima del territorio venezolano.
De inmediato, una enfermera me condujo a la sala de preparto –silenciosa, impecable, acogedora- en donde una segunda enfermera y un par de médicos me examinaron. Durante cinco horas aproximadamente, tomaron mi tensión y mi temperatura, monitorearon la dilatación del cuello de mi útero, me aplicaron glucosa y me preguntaron de forma afectuosa ¿Cómo me sentía?
Mientras yo me estremecía de dolor, a mi marido lo invitaron al comedor. Casi se desmayó ante el ofrecimiento y más aún ante la mesa. En su calidad de acompañante, disfrutó sólito y sin apuros de la típica comida brasilera: arroz, frijol, pollo guisado, farinha, ensalada y una jarra de jugo.
.Llegado el momento, le entregaron a él un kit de ropa estéril y le pidieron que me apoyara en la sala de parto. Pudieron haber pensado que no hacía falta. Cinco enfermeros y dos médicos estaban a cargo. Pero ellos valoraron que era vital el afecto familiar durante el instante crucial.
Fue duro. En realidad soy de quienes aseguran que no existe el parto sin dolor. Pero siempre me sentí segura de la atención de aquellas personas, profesionales y afectuosas, con quienes me comunicaba más con las miradas que a través de nuestros torpes esfuerzos por hablar el idioma ajeno en medio de quejidos y pujos.
Con la bebita abrazada a mi pecho, me condujeron al sitio en donde pasaría la noche. Me topé con una cama vestida con unas limpias y suaves sábanas amarillas en una habitación para dos parturientas; con baño privado, limpio, bañeritas para los niños y agua caliente; me advirtieron que debía darle el pecho de inmediato a mi hijita. Mientras, mi familiar, los médicos y enfermeras compartieron una avena caliente para reponerse.
.Al día siguiente, después desayuno, una enfermera me explicó que tenía que bañar a la niña antes de la cura del ombligo; luego, otra señora pasó a vacunarla. Al entregarme el Registro de Nacimiento, el enfermero, lleno de orgullo, me advirtió que mi hija era una ciudadana brasilera y que en tres días debía pasar por el puesto de salud para realizarle su prueba del piecito. Pasado el almuerzo, la doctora me examino, puso en mis manos las vitaminas que debía tomar durante el mes siguiente y me dio de alta.
NOTA: Si el lector de esta crónica visita nuestro blogg desde fuera de Venezuela, tal vez, se pregunté de qué me sorprendo. Me limito a invitarlo a darle un vistazo a los sitios digitales de los periódicos de mi país.
6 comentarios:
Morelia, además de conocer la frontera y sus sinsabores, siempre pensé en mis diez años de vida en Santa Elena, que ese pequeño pueblo era una réplica en miniatura del país. Y fíjate qué diferencia a escasos kilómetros. Cómo en la frontera norte de Brasil, que para ellos es el último ricón del mundo, se refleja también una muestra de por qué ellos están pasando a otro nivel. Porque aspiran a más. Sin duda están queriendo más. Haciendo más. A mi no me sorprende, pero si me entristece, porque sino fuera por estos enormes detalles, muchos como yo, que amamos la Sabana, no hubiéramos salido de allí. Y muchos que aman el país no pensarían lo mismo también. Me da mucho gusto que la nueva miembro de tu familia, sea una garotiña, entre nuestro sahoco y su cadencia, será sin duda una mezcla explosiva con olor a Cayena!!
Mi querida More
No sabía que tenías este blogg. Qué bueno es leerte, fue como sentirte cerca, como si estuviéramos sentadas en el café del "microempresario" hablando mientras con un cafecito. Lamentablemente la historia es muy triste y lo peor es saber que se repite en cada hospital del territorio nacional. El país simplemente da vergûenza y lástima.
Pd. Te he llamado pero sin suerte desde que nació Anapaula Cayena. Cuando puedas, mándame un correo con algún número que sea más sencillo localizarte, aunque yo seguiré intentando con el que tengo, ja,ja.
Muchos besos para los cuatro, PAT
More, me sentí totalmente identificada, y aunque Carlos Daniel nació en un Hospital de la Victoria, estado Aragua yo no sufrí de la escacez del lugar gracias a que mi prima, que es médico, estuvo en el parto y junto con ella 10 médicos más, que eran sus amigos, me asistieron.
Pero esta es la triste realidad de nuestro país y lo peor es que con el pasar del tiempo se deteriora más.
Te mando un fuerte abrazo y muchos cariños para tus dos angelitos.
Besos,
Belén
Hola Morelia, muy linda tu historia, a pesar de las situaciones que alli se plantean en cuanto a las carencias y necesidades del sector salud aca en vzla. Te envié un correo privado donde te planteo mi situacion y dudas q tengo al respecto, ojala puedas ayudarme... Bendiciones para ti y tu familia!!!
Uno escucha esto en Venezuela y parece es un cuento de hadas. Dios tenga misericordia de los venezolanos, porque se que en este hermoso país donde Dios puso todo su poder y su gloria, riquezas y a muchos seres humanos excelentes que no merecen pasar por esta terrible situación... Dios bendiga tu familia hoy, mañana y siempre
Buenas tardes desconocido, gracias por dejarme tu comentario a esta historia viejita y querida y Amen, Amen por tus bendiciones.
Publicar un comentario