Es viernes y Santa Elena de Uairen, la capital del último municipio venezolano en la frontera con Brasil, está a reventar.
Usualmente, el pueblo es tranquilo; por momentos, se paraliza, pero hoy el tránsito en sus aceras y calzadas apenas fluye a cornetazos y empujones.
El movimiento empieza desde el jueves, al final de la tarde, con la llegada de los primeros camiones cargados de frutas, verduras, del queso, del pescado y de algunos víveres, de esos que, como por arte de magia, desaparecen de los estantes venezolanos para aparecer en los brasileños.
Los camiones vienen desde Mérida, Barquisimeto, Cumaná, San Félix. Hacen 30, 24, 16, 10 horas hasta su puesto en el patio del Mercado de Kewey I.
Kewey es la barriada más populosa de Santa Elena, surgió a partir de la primera gran invasión a mediados de los noventa. Por años, se le llamó “La Invasión”. Luego Kewei, un vocablo que en pemón nombra a las semillas sonajeras y al río al que iban las aguas de las sabanas y morichales ocupados.
El mercado nació en 1992, por iniciativa de los productores indígenas. Durante más de una década, se alternó entre el Parque Ferial, la calle Roscio, la Laguna y Manak Krü. Hace un par de años, el alcalde inauguró el Mercado Municipal. Meses después, los indígenas aceptaron ocupar un pasillo techado a un costado del galpón principal, en donde se vende la mercancía seca; el estacionamiento los separa de los comerciantes no indígenas.
Los pemón llegan al alba. Vienen de Waramasén, de Maurak, de Sampai, de Santa Lucía, de Betania, de Sakaumutá; Viajan en los camiones de las comunidades o en vehículos alquilados y atestados de mercadería y gente.
Suelen venir con su familia: con la mujer, con los niños, con los abuelos. El mercado se convierte en un encuentro de paisanos, de primos, de hermanos. Mientras venden comparten el kachirí, la bebida hecha con yuca fermentada y algo de casabe grueso con kumachí (picante).
El día anterior cosechan sus conucos y, luego, se vienen “al pueblo” cargados de plátanos, de madera, de cambures, de yuca, de ocumo, de auro' sá, de caraotas negras muy frescas, del ají que quema y de las lechosas y las piñas que endulzan.
El auro' sá es una especie de espinaca silvestre que agregan al tumá, el tradicional consomé del pueblo pemón.
Hoy, una mujer indígena vende un balde de saltamontes; con un plato hondo mide y sirve; cada porción cuesta 20 bolívares. Muy cerca, un hombre con acento “guaro”, de Lara, de Yaracuy, ofrece pequeños cuatros y pares de maracas. Allá son tradición, acá una extravagancia. Él viene de Portuguesa.
Traen también piezas de danto, de báquiro y de pescado, todas ahumadas o asadas e inmensas y gruesas tortas de casabe. Venden y, de inmediato, compran una franela, una falda, un par de sandalias, un pantalón, un juguetito, un CD y, con el pasar de las horas, latas y gajos de cerveza.
Cada vez más, vienen también criollos e indígenas del otro lado de la frontera: de BV8, de BV9, de las poblaciones brasileñas ubicadas apenas a metros de esos hitos. Ellos nos surten de lechugas, de espinacas, de cebollín, de perejil, de rábanos, de cilantro. Son pequeños agricultores que tienen por norma cultivar con ayuda de abonos y pesticidas orgánicos.
La rutina de los compradores es similar a la de sus proveedores: los bodegueros y dueños de restaurantes inauguran la jornada; antes de las cinco, se consiguen los víveres escasos como el café, la Mavesa, el aceite, la harina de trigo; les siguen los amantes de la vida sana en procura de queso fresco y productos libres de químicos; a partir de las siete, el mercado es intransitable.
Santa Elena es una especie de isla rodeada de ríos, sabanas, selvas y morichales y sitiada entre las fronteras de Brasil y Venezuela, quien no aprovecha la feria de los viernes debe ajustarse a los precios locales, concebidos a partir de la incestuosa relación Real-Bolívar.
Es viernes y, como de costumbre, hoy llegan los brasileños. Vienen a comprar gasolina barata, víveres por docenas a los chinos, electrodomésticos por cajas a los árabes y ropa interior colombiana a sus compatriotas. Hasta poco antes de que caiga el sol y se aproxime el cierre de la frontera, Santa Elena estará a reventar. Luego, se iniciará el éxodo.
2 comentarios:
Puedo oler el mercado, ver el colorido de los puestos, atropellarme con la multitud y hasta regatear... todo a través de tu crónica...mágica y inda como tu mi querida y siempre recorada More!!! Besotes desde Madrid, mi jungla desde hace 9 largos años!
Gracias Zuli, ni te imaginas lo mucho que valoro tu lectura y, por supuesto tu comentario. Me encantaría que compartieras esta historia con tus amigos en FB, TW u otras redes, como forma de contarles algo más de este país. Un beso,
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