Es sábado, décimo día del año y finalmente
pisamos el Chirikayén, después de al menos siete horas de caminata y un sinfín
de días imaginando cómo será, de cerca, aquella mole con apariencia humana.
Al Chirikayén, un tepui, un cerro de
cima plana ubicado en el extremo sur de la Gran Sabana, en las afueras del
Parque Nacional Canaima, se le conoce como “el indio acostado” por su perfil de
gigante imperturbable, dormido sobre las
extensiones infinitas del sureste profundo de Venezuela.
Abandonamos Santa Elena de Uairén, el
principal centro poblado de la frontera venezolana hacia el Brasil, sobre las
ocho del viernes nueve. Seguimos los pasos de Benjamín Soto Mast, un músico que
se ha hecho guía de tanto andar y desandar sus propios pasos hacia los linderos
del patio de su casa.
Cruzamos el río del cual toma el agua
uno de cada tres de los habitantes de la localidad, a la altura de La Represa,
en la comunidad indígena de Wará, y después comenzamos a subir, bajar y volver
a subir.
Alternamos pendientes desnudas y espacios de
bosques hasta alcanzar una sabana cubierta de espigas desde donde vemos un
techo de zinc y cuatro hamacas a orillas de la selva. Suponemos que se trata de
un campamento minero sobre el riachuelo que corre entre los árboles. Pero no
vemos a nadie y en la distancia e inmensidad tampoco escuchamos nada.
En lo que va de año no ha llovido,
pero ahora comienza a lloviznar y las nubes se concentran en torno al sitio a
donde nos dirigimos. Lluvia con sol -y viento- ha llegado la hora de
desenfundar los impermeables y seguir andando hasta las cuencas empantanadas.
Intentamos cruzar sin mojarnos los pies, pero, eventualmente, nos hundimos
hasta las rodillas. Entonces, toca andar con los pies aún más pesados.
Tras el último esfuerzo del día,
llegamos a la base y descubrimos dos cosas: una casa de bahareque con sus
puertas azules y ventanas herméticamente cerradas, en donde antes sólo había
maleza. Muy cerca, siguen la cascada y un pozo verdoso y cristalino en cuyas
aguas ahogamos el cansancio.
Pocas veces se puede ver el arco iris
de principio a fin, pero en esta llanura lo captamos de un vistazo y en la noche
dormimos con vista al tepui, que desde ese ángulo parece un cerro cualquiera y
amanecimos con el cielo despejado y café caliente. Después de otro baño, de
desayunar y desmontar campamento emprendimos nuevamente la caminata hacia el
tepui atravesando una naciente y una sabana llena de hierba cortadera, una pica
por donde hace tiempo no ha pasado nadie.
Con el sol como una lanza ardiente
sobre nuestras cabezas, trepamos el flanco suroeste del tepui, aquel que de
lejos parecía una rampa sin extremada pendiente. En 55 minutos a una hora y 20,
alcanzamos nuestro objetivo. En la distancia, a 1650 metros sobre el nivel del
mar, avistamos las montanas de Piedra Canaima, al sur de Santa Elena, pero nada
de la presencia humana. Desde la cima, solo se miran selvas y explanadas.
Llegan los rezagados, tomamos agua,
comemos frutos secos y echamos a andar. Al principio, el panorama es casi árido:
muchas piedras, lajas y granza. Mas, en cuestión de media hora, el tepui se
cubre de plantas acuíferas amarillentas, flores insectívoras, bromeliáceas, orquídeas
mínimas blancas y magentas y agua que se derrama en todas las direcciones.
Caminamos desde lo que serían los pies
a la cabeza. De pronto, el guía exige silencio.
Él dice que asustaremos a los animales
del lugar, que se esconderán, que no podremos verlos. Y sólo así nos esforzamos
por caminar sin soltar carcajadas ni expresiones de asombro.
De pronto, el líder de la avanzada
anuncia que hay algo entre las plantas al borde derecho del camino que nos
empeñamos en recorrer sin pérdida. Nos pide que nos acerquemos de prisa, pero
sin ruido. Entonces, avistamos un oso melero. Lo diferenciamos de inmediato, su
pelaje es claro y se agita ante el viento. Se escabulle, pero no para
esconderse de un todo sino para dejarse ver, en todo su esplendor, sobre un
promontorio de piedras al cual se trepa con calma.
Después, comenzamos a andar la montaña
del oro. A mediados del siglo XX, en Chirikayén reventó una “bulla”, dicen que
a ras del suelo afloraban los cochanos, las conchas del metal amarillo de alta
pureza. Todo el que supo y pudo subió a buscar.
Sobre la cúspide nos topamos con una estructura metálica oxidada, de dos pisos, conocida como la Casa de Cristal. Nos comentan que en medio de la fiebre del oro, el gobierno la habría construido para fiscalizar la explotación y que, por eso, la edificación fue hecha de perfiles metálicos y vidrios que hoy son añicos. Suena coherente. Sin embargo, Atilano Azuaje, uno de los más respetados conocedores de estos confines, nos aseguró luego que se trató de una caseta de detección de incendios creada por Edelca sobre los años 80.
A mediados de 2014 se supo de una nueva furia minera en el sector, pero, al parecer, la comunidad indígena ordenó la fiesta hasta que cesó.
Sobre la cúspide nos topamos con una estructura metálica oxidada, de dos pisos, conocida como la Casa de Cristal. Nos comentan que en medio de la fiebre del oro, el gobierno la habría construido para fiscalizar la explotación y que, por eso, la edificación fue hecha de perfiles metálicos y vidrios que hoy son añicos. Suena coherente. Sin embargo, Atilano Azuaje, uno de los más respetados conocedores de estos confines, nos aseguró luego que se trató de una caseta de detección de incendios creada por Edelca sobre los años 80.
A mediados de 2014 se supo de una nueva furia minera en el sector, pero, al parecer, la comunidad indígena ordenó la fiesta hasta que cesó.
A metros de la Casa de Cristal,
desolada y oxidada, pernoctamos la segunda noche, bamboleados por el viento,
bajo un cielo limpio inundado por todas las estrellas. Luego, a lo largo de la
noche, el cielo se nubló. Amanecimos sin vista, envueltos en una enorme nube
que se deshizo cerca de las nueve de la mañana del domingo 11. Fue entonces
cuando descubrimos el sector oriental del Parque Nacional Canaima en todo su
esplendor, con sus tepui y sus sabanas infinitas y en dirección contraria Campo
Grande, Paraitepui y los valles y montanas que llevan a El Paují e Ikabarú.
No hay límites para quienes miran desde
el gigante dormido.
En pemón, el idioma de los habitantes
ancestrales de estas tierras, Chirikayén es un vocablo que alude al lugar en
donde abunda una especie de pajarito, un lorito pequeño llamado chirika. Pero esta mañana en Chirikayén
sólo hay águilas de porte y vuelo imponente. Suben se posan sobre las piedras y
se lanzan en picada, a planear sobre la inmensidad.
Ya procurando la ruta del descenso,
descubrimos que sobre el tepui habitan algunos cactus, tan espinosos y
amenazantes como aquellos de los desiertos de Lara y Falcón, en el centro
occidente de Venezuela. Cohabitan estos espacios junto con las plantas que sólo
pueden verse en estas alturas milenarias. Hay quienes dicen que el Chirikayén
fue mucho más grande y que alguna vez se hundió permitiendo el ascenso de arbustos
y otros extraños venidos de los lugares bajos.
Poco antes de comenzar a bajar la
pared, el guía advierte que estamos en lo que él llama el valle de las
serpientes porque en estos ambientes suele toparse con algunas de ellas y, casi
de inmediato, comprobamos que su advertencia tiene mucho sentido. Demasiado
cerca, encontramos una víbora de cascabel que, aún en guardia, se esconde bajo
una roca como esperando a ver quien avanza primero. Preferimos cederle el
camino, mientras ella continúa vigilando.
La bajada, por el muro oeste del
tepui, hacia la comunidad de Chirikayén es definitivamente lo más exigente del
viaje. Hay que afinar el pulso, la vista y andar lento y a paso firme. Mas una
vez superadas las rocas sueltas, el reto es mantener el buen ritmo por los
largos recorridos de bosque, alternados con las sabanas, nacientes de agua,
ríos de selva y cauces caudalosos de jaspe verde y rojo como el Wará Wará Merú en donde, según la leyenda, se escondía un cocodrilo inmenso.
Al salir del primer tramo de árboles
de gran altura, descubrimos, ya a nuestras espaldas, el rostro del gigante rocoso, la estructura de la
Casa de Cristal, corroída tras décadas a la intemperie y una especie de mano gigantesca marcada sobre la pared del tepui, sobre lo que serían los dedos, y no exagero, casi pude ver las huellas dactilares.
Al llegar a la comunidad de Chirikayén,
a 45 kilómetros de Santa Elena, nos espera la comitiva de seguridad. Su
presencia nos sorprende, pues Gran Sabana sigue siendo un lugar tranquilo y
seguro. Nos cuentan que, dos días antes, un Kanaima atacó a un joven causándole
lesiones graves hasta dejarlo a poco de la muerte.
Para los pemón, un Kanaima es un
enemigo oculto, casi siempre dotado de poderes mágicos, al que se le atribuyen
todos los decesos inexplicables. En apariencia, un ser humano como cualquiera, pero
con un extraordinario manejo de las plantas y de la sicología quien, sin
embargo, sólo ataca a sus paisanos, jamás a los no indígenas.
Nos identificamos. Nos disculpamos por
no haber avisado de nuestra visita. Les agradecemos por cuidar celosamente del
río, de las sabanas, de las selvas y del tepui y nos despedimos con el firme
propósito de volver, pero eso sí entrando por la comunidad y advirtiendo acerca
de nuestro objetivo. Atrás dejamos al
gigante de piedra durmiendo inmutable sobre las cabeceras del Kanayeutá.
8 comentarios:
Belo lugar!
Hola, he sido tu seguidor en el blog. amo la sabana. y es lo que mas extraño de mi pais (ya no estoy viviendo en vlza) .
Esta ruta la hice pero al revés que tu, desde el pueblo de chirikayen hasta santa elena.. me parece que así es bastante exitante la experiencia.
Un maravilloso relato de tu aventura gracias por compartirla y la gran sabana aun guarda lugares para tu conocer y contarnos en tus proximos relatos un gran saludo y sigue disfrutando de algo tan maravilloso del rincon mas bonito de aqui
Gracias a Paulo, Julio y Luis por visitar Las crónicas y por compartir el gusto infinito por la Sabana...
Que bonito relato de este viaje.
Me gustó tu blog, que tiene como nombre en español casi el mismo que uso en portugués para el mio (Crônicas da Fronteira).
Abrazos de Boa Vista y larga vida a tus escritos.
Oi Edgar. O brigada por suas palavras e por sua letura. Abracos
Buenas noches, necesito de su ayuda, actualmente estoy en el estado de Recife Brasil, necesito viajar a Venezuela y quiero hacerlo por tierra medianamente ya que tengo pasaje hasta Boa Vista Roraima en avión, necesito que me orienten como llegar a Santa Elena de Uairen, como esta todo respecto a la inseguridad y en todo lo que me puedan ayudar. mil graciass
Buenas tardes,
Para viajar desde Boa Vista Santa Elena debes tomar un carro por puesto o Lotacao. El pasaje cuata alrededor de 40 reales. Aqui en Gran Sabana la situacion es bastante segura, pero me imagino que sabes que en resto de Venezuela la cosa se pone de cuidado.
Seguimos en contacto,
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