Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

viernes, 28 de mayo de 2010

De productor de TV a mochilero

Muchos viajeros se ganan la vida haciendo este tipo de espectáculos (Fotografía de Morelia Morillo).
Conocí a Johnatan en 2007.

Vía teléfono, me dijo que quería conocer las experiencias vinculadas al Programa Mayú, la punta de lanza de la estrategia de responsabilidad social impulsada por la hidroeléctrica en beneficio de los indígenas pemón, los habitantes ancestrales de estas tierras.

Siembra de hortalizas en módulos techados con plástico, cría de peces en lagunas, registro de la historia y de los cuentos pemón y publicación de un medio bilingüe español-pemón. Todo le pareció “super interesante”.

Llegó a la dependencia de Electrificación del Caroní (EDELCA), para la cual yo trabajaba, a la cabeza de un equipo de Vive TV, uno de los canales de televisión que integra el Sistema Nacional de Medios Públicos de Venezuela.

Llegó apurado, con el cabello recogido en un moñito que apenas le brotaba sobre el cuello, totalmente vestido de blanco y con un carné que lo acreditaba como productor audiovisual. Me dio la impresión de que se había propuesto conocer toda la Gran Sabana (32.990km²) en menos de una semana.

Quizás por eso no se despegaba de la pauta que habíamos acordado con anticipación. Se aferraba a ese papel, pero, irónicamente, se empeñaba en demostrarme que haría periodismo con o sin la anuencia de sus aliados oficiales. Así que, agotada el plan, Johnatan se desapareció.

A los pocos días, me dio una primera sorpresa: me lo topé trotando por la troncal 10, la carretera que une al municipio Gran Sabana con el resto del país. Iba sin camisa, con el cabello suelto y revuelto por el viento.

Días más tarde, volvió a sorprenderme: me dijo que se había enamorado de una muchacha indígena y que estaba por llevársela a Caracas.

Nunca vi su documental y en tres años no supe más de él. Pero hace unos días me lo conseguí, de nuevo en Santa Elena de Uairén, la capital del Municipio Gran Sabana a 15 minutos de Brasil. Esta vez con unas trencitas que me apuntaban desde su barbilla.

“Ese viaje me cambió la vida”, me dijo. “En Vive, llegué a ser el segundo de Prensa. Pero ahí había una gente de la derecha que me tumbaba las transmisiones del Presidente (Chávez)”.

¿Y entonces?
“Renuncié y me vine de mochilero. Estoy vendiendo juguetes para malabaristas. Voy bajando hacia Bolivia. Quiero reunir mil dólares para comprarme un terreno allá”, en la tierra de Evo.

Mientras esperaba el arribo de su novia a la capital de la Gran Sabana, Johnatan se dedicó a vender yesqueros gigantes por todo el pueblo. “Nunca había ganado tanta plata en mi vida”, le comentó a un amigo.
La novia, una violinista colombiana tan de mochila a la espalda como él, llegó y se marcharon rumbo al sur. “Me tengo que ir, ya me estoy quedando pegao' aquí”.

domingo, 23 de mayo de 2010

Una vez más: tres horas y media de cola

Siempre temí que este blog terminara convirtiéndose en un espacio de denuncias o en una trinchera “anti talibán”.

Acá, en la frontera entre Venezuela y Brasil, se les conoce como “talibanes” a los contrabandistas de gasolina. Los talibanes de acá también ejecutan acciones extremas, como dejar su carro en la cola desde la noche anterior e irse a dormir en casa. Total quien les va a robar algo, se trata de chatarras compradas como cisternas.

Pero tengo que volver sobre el tema.

Quienes el lunes pasado (17/05) acudieron a la estación de servicio Texaco para llenar sus tanques de combustible debieron hacer tres horas y media de cola.

¿La razón? Desde el viernes de la semana antepasada se dañó uno de los cuatro surtidores abiertos al público general. Con “un pico menos” la fila se mantuvo sobre los quinientos metros y los efectivos del Ejército, que intentan controlar el desmadre desde hace casi cinco años, una vez más, no lo lograron.

La situación no es sencilla:
a. En el municipio Gran Sabana, la mayoría vive de la minería ilegal y muchos de los mineros han tenido que huir ante la irrupción del Plan Caura, una iniciativa gubernamental que ha venido a resucitar el Plan de Reconversión minera, el programa oficial destinado a ponerle fin al negocio que amenaza a la amazonia y la cuenca alta del río Caroní, las aguas que generan buena parte de la electricidad del país.

b. Quienes no saben de ese oficio o no se arriesgan a embarcarse en la minería se ganan la vida vendiendo gasolina a los brasileros. Actualmente, el litro se cotiza en 4 mil bolívares el equivalente a un real, pues en Boa Vista, la ciudad brasilera más cercana, cuesta 2,90 reales.

c. Quienes nos negamos a probar de la ilegalidad migramos al “taxeo”, es decir al taxi, pues aquí no existe transporte colectivo ni fuentes de trabajo.

¿Y el turismo? La Gran Sabana es sin duda una de las zonas más bellas del planeta, pero el turismo sigue siendo un negocio de algunos pocos, costoso, amenazado por las consecuencias de los negocios ilegales que prosperan en paralelo y muy poco promocionado.

miércoles, 14 de abril de 2010

Ramón López: la voz que marca la pauta

“Buenos días a todos los habitantes de Santa Elena de Uairén: comunidades indígenas, mineros, taxistas, turistas que nos visitan. Muy buenos días tengan todos los que a esta hora se encuentran en las colas de las dos estaciones de servicio y los efectivos militares. Buenos días tengan todos los pobladores del municipio Gran Sabana, del estado Bolívar, en la República Bolivariana de Venezuela y del municipio Paracaraima, del estado Roraima, en la República Federativa del Brasil, puerta de entrada hacia el Mercosur”, así saluda Ramón López a las 7:00 en punto de la mañana, a través de Activa 100.3 FM, y su voz saca de la cama al menos a 15 mil personas.

Hasta hace cinco años, Ramón tejía sillas de mimbre. Aunque siempre quiso ser periodista. Por eso, cuando la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV) llegó al municipio Gran Sabana, el último en el sureste venezolano, Ramón se inscribió en Comunicación Social. Era el mayor de la clase.

No culminó un semestre. Cambio sus días de tejedor y sus noches de estudiante por un camión cava repleto de pescado. Cargaba los jueves en Ciudad Guayana y vendía los viernes en el mercado local. “No he podido ir a clases. Quiero estudiar. Pero esto me da más que lo de las sillas. Tú sabes, yo tengo familia”. Y con tan buena voz el pescado salía cual pan caliente.

Ramón siempre repite “Al César lo del César”. Como Productor Nacional Independiente, negoció dos horas en Activa 100.3, se lanzó a las calles a buscar anunciantes y de inmediato se transformó en el líder de la radio local, en el mediador de los conflictos cotidianos, en la voz que marca la pauta.

Ramón saluda a su audiencia y sin puntos ni comas menciona a sus patrocinadores: un kiosco de empanadas, una embotelladora de agua mineral, una microempresa que vende ropa, zapatos y piezas de concreto, una cooperativa dedicada a la venta de víveres, otra tienda de ropa y zapatos, una venta de repuestos, una posada, una pollera, otra venta de repuestos, una carnicería, una charcutería, un tercer negocio de ropa, un comercio de comida rápida, otra charcutería, un centro de conexión a Internet y un comercial en donde, según él, “ se consigue de todo”.

“Esto es Acción Comunitaria, ventana abierta para todas las comunidades del municipio Gran Sabana ¿Tenemos ya la primera llamada? Su nombre y de dónde llama compañero”, increpa a su interlocutor.

“Volvió el talibaneo (el contrabando de combustible) a la estación de servicio Texaco”, se queja un oyente; “Esto se va acabar cuando metan preso a uno de estos sargentos o a un teniente porque hasta ahora sólo persiguen al que vende su tanquecito de gasolina pa´ lleva un mercao pa´la casa”, le dice otro. “Señor Ramón, en La Constituyente llevamos días sin agua”; “Estoy llamando para informar de un bote de agua en la urbanización La Planta”; “El aseo urbano lleva más de una semana sin pasar por Guayabal”, denuncia otra mujer; “¿Cuando van a tapar el hueco de la calle Carrao en la urbanización Akurimá?”; “En este momento están invadiendo el bosque ubicado en la vía Sampay, en la urbanización conocida como Yakoo”; “Buenos días, los trabajadores del Rosario Vera Zurita los invitamos a participar de un potazo solidario a favor del hospital”.

Con frecuencia, Acción Comunitaria se convierte en espacio para el debate; “¿Hasta cuándo va a seguir la Alcaldía botando basura y quemando cauchos en las sabanas de la comunidad de Kaneyeuta?”, acusa e interroga un oyente y de inmediato recibe la respuesta del director de Servicios Públicos de la Alcaldía quien, como el alcalde y el resto del tren ejecutivo, son fieles oyentes de Ramón. “Yo lo invito a que me acompañe para que me diga ¿En dónde es que estamos quemando basura y cauchos? Al señor que llamó le pido que no caigamos en politiquería sucia. Las máquinas sepultan los desechos permanentemente”.

“Se le respeta su derecho a opinar”, expresa Ramón ante cada pitazo.

Entre tantas y tan malas noticias, cae la llamada de un radioescucha para felicitar a una tía, a un amigo, a su hija.

La semana pasada llamó la hermana del alcalde, Manuel De Jesús, para felicitarlo y complacerlo con el tema musical “Dos mujeres en mi vida”, de Teo Galíndez; congratuló también a Ramón que – vaya casualidad- también cumple años el 9 de abril. El conductor le ordenó al operador que soltara la canción, pero antes dejó escapar un carraspeo lleno de ironía.

Ese día llegó a sus 107 años Lucas Fernández-Peña, el “chamaco”, el hijo y tocayo del hombre a quien se le atribuye la fundación de Santa Elena de Uairén. Los tres son aries: aventureros, energéticos, pioneros, valientes. Se dice que cuando deciden ir tras un objetivo no esperan por nadie.

El día de su cumpleaños Ramón dejó sonar completita “Linda Barinas”, de Simón Díaz. Sin dudas es su canción preferida. Ya son las 8:50 minutos de la mañana. “Ha llegado el momento de despedirnos. Esto fue Acción Comunitaria, quien les habló Ramón López”. Y el pueblo entero, a ambos lados de la frontera, ya tiene de qué hablar.

viernes, 12 de marzo de 2010

“Yo di a luz en Pacaraima”

Muchas embarazadas se controlan tanto en Venezuela como en Brasil (Fotografía de Tewarhi Scott).
Mis contracciones arreciaron cerca de las 4:00 de la mañana. Entonces, lejos de salir corriendo al “Rosario Vera Zurita”, el único hospital venezolano en la frontera con Brasil, le pedí a mi marido que me hiciera un té de malva y que me ayudara a subir las piernas.

Después de nueves meses, le rogué a dios una prórroga de al menos tres horas pues a las 7:00 de la mañana se levanta el cierre fronterizo. Lo había decidido desde el instante en que recibí el resultado de mi prueba de embarazo: “Yo doy a luz en Brasil”.

Al personal del hospital de Santa Elena le debo el haberme calmado, tal vez un mes si y otro no, las jaquecas que acompañan mis menstruaciones. Pero son tantas veces he ido por allá que sé que carecen de uno de los dos obstetras asignados, de quirófano, de anestesiólogo y de terapia neonatal; que la comida es pésima y el aseo peor y que las recién paridas deben compartir el “catre” con sus bebés porque no hay cunitas.

.Dos semanas antes, el pueblo de Santa Elena, la capital del municipio Gran Sabana, uno de los principales destinos turísticos del país, se despertó con la mala noticia de que había muerto una mujer en el hospital.

Era indígena pemón, tenía alrededor de 40 años. Dicen que el niño venía sentado, que ella llegó pariendo al hospital y que se desangró porque no dio tiempo de trasladarla. Lo seguro es que en esta frontera no hay banco de sangre y que al morir la mujer dejó huérfanos a más de media docena de hijos, incluyendo a la recién nacida que le sobrevivió.

En el “Rosario Vera Zurita”, cuando las cosas se complican, sólo hay un recurso infalible: encender la ambulancia y recorrer con la sirena encendida y el acelerador a fondo los 250 kilómetros que nos separan de Boa Vista, la capital del estado de Roraima, en el extremo noreste de Brasil.

.A las 7:00 en punto cruzamos la frontera. Minutos después, aplicaba lo mejor de mi “portuñol” para llenar la planilla de ingreso al Hospital “Delio Oliveira Tupinamba”, tan sólo a metros de la línea de hitos que separa a la localidad brasilera de Pacaraima del territorio venezolano.

De inmediato, una enfermera me condujo a la sala de preparto –silenciosa, impecable, acogedora- en donde una segunda enfermera y un par de médicos me examinaron. Durante cinco horas aproximadamente, tomaron mi tensión y mi temperatura, monitorearon la dilatación del cuello de mi útero, me aplicaron glucosa y me preguntaron de forma afectuosa ¿Cómo me sentía?

Mientras yo me estremecía de dolor, a mi marido lo invitaron al comedor. Casi se desmayó ante el ofrecimiento y más aún ante la mesa. En su calidad de acompañante, disfrutó sólito y sin apuros de la típica comida brasilera: arroz, frijol, pollo guisado, farinha, ensalada y una jarra de jugo.

.Llegado el momento, le entregaron a él un kit de ropa estéril y le pidieron que me apoyara en la sala de parto. Pudieron haber pensado que no hacía falta. Cinco enfermeros y dos médicos estaban a cargo. Pero ellos valoraron que era vital el afecto familiar durante el instante crucial.

Fue duro. En realidad soy de quienes aseguran que no existe el parto sin dolor. Pero siempre me sentí segura de la atención de aquellas personas, profesionales y afectuosas, con quienes me comunicaba más con las miradas que a través de nuestros torpes esfuerzos por hablar el idioma ajeno en medio de quejidos y pujos.

Con la bebita abrazada a mi pecho, me condujeron al sitio en donde pasaría la noche. Me topé con una cama vestida con unas limpias y suaves sábanas amarillas en una habitación para dos parturientas; con baño privado, limpio, bañeritas para los niños y agua caliente; me advirtieron que debía darle el pecho de inmediato a mi hijita. Mientras, mi familiar, los médicos y enfermeras compartieron una avena caliente para reponerse.

.Al día siguiente, después desayuno, una enfermera me explicó que tenía que bañar a la niña antes de la cura del ombligo; luego, otra señora pasó a vacunarla. Al entregarme el Registro de Nacimiento, el enfermero, lleno de orgullo, me advirtió que mi hija era una ciudadana brasilera y que en tres días debía pasar por el puesto de salud para realizarle su prueba del piecito. Pasado el almuerzo, la doctora me examino, puso en mis manos las vitaminas que debía tomar durante el mes siguiente y me dio de alta.

NOTA: Si el lector de esta crónica visita nuestro blogg desde fuera de Venezuela, tal vez, se pregunté de qué me sorprendo. Me limito a invitarlo a darle un vistazo a los sitios digitales de los periódicos de mi país.

martes, 23 de febrero de 2010

Más lejos que nunca

Santa Elena de Uairén, la capital del Municipio Gran Sabana en el sureste venezolano, se encuentra aproximadamente a 800 kilómetros de Ciudad Guayana, el centro poblado más importante del sureste venezolano y a 250 kilómetros de Boa Vista, la capital del brasilero estado de Roraima.

A Boa Vista trasladan a las mujeres que requieren de una cesárea y a los pacientes que ameritan de una terapia intensiva como última opción de vida. A Puerto Ordaz (la fracción A, B de Ciudad Guayana) viajamos para sacar el pasaporte, por ejemplo.

Tal vez sea la distancia que nos separa de la vida urbana la razón por la cual empleamos la expresión “afuera”, para referirnos al resto del país: “Voy a viajar para afuera”; “Afuera me sale más barato”; “Yo voy al médico afuera”; “Afuera la situación está difícil”.

“Afuera te matan hasta por un par de zapatos” es una expresión común e implica que acá nos mantenemos al margen de muchas cosas de la vida contemporánea venezolana, incluso de la inseguridad.

Sin embargo, desde hace un año, quienes vivimos en la Sabana compartimos la impresión de que estamos más lejos que nunca de la ciudad e incluso de que estamos encerrados, sitiados.

Desafortunadamente, ya perdimos la cuenta de los autobuses que han sido embestidos por el hampa en el tramo de la Troncal 10 que une al kilómetro 88 con Ciudad Guayana.

El modus operandi varía: a veces, los bandoleros salen de la maleza tan pronto como el transporte colectivo se accidenta; otras tantas, la circulación se ve interrumpida por la presencia de un camón en el centro de la vía.

Cubiertos con pasamontañas y envalentonados con armas largas y cortas, los delincuentes suben al autobús, obligan al chofer a internarse en una zona desolada; armas en mano, despojan a los pasajeros de sus ropas, sus celulares, carteras, cámaras, computadoras, prendas y de sus equipajes. De los mineros obtienen oro y diamantes recién arrancados de entre las entrañas de Guayana.

Finalmente, montan el botín en un camión o camioneta pick up y se pierden en la noche.

jueves, 3 de diciembre de 2009

La nueva resistencia indígena

"No a la invasión de bosques", una consigna que se repite de carro a carro (Fotografía de Morelia Morillo).

Faltando dos semanas para la conmemoración del Día de la Resistencia Indígena, que se celebra cada 12 de octubre, un grupo de 20 familias (entre gente de la zona y recién bajados del autobús) invadió un terreno en la urbanización Colinas de Piedra Kanaima en Santa Elena de Uairén, la capital del municipio Gran Sabana del estado Bolívar.

El terreno se encuentra registrado como propiedad de la familia Briceño, uno de los tres clanes fundadores de este pueblo fronterizo.

Colinas de Piedra Kanaima o Yakoo es una zona de bajas montañas, cursos de agua y pequeños bosques en donde, desde hace alrededor de 15 años, se asientan los principales campamentos turísticos locales. Yakoo fue el primero de estos hostales.

Por eso, la comunidad se ha dado a conocer como zona turística, aunque muchos de sus vecinos son profesionales o comerciantes que trabajan en función de un anhelo: vivir en paz y en contacto con la naturaleza y en esa medida se han construido hermosas casas campestres, sin muros y apenas protegidas por frutales y jardines.

Como sus predecesores de la Andrés Bello, quienes en 2007 invadieron un terreno boscoso frente a Yakoo, los nuevos vecinos llegaron con machetes, motosierras y desmalezadoras. Abiertos los espacios, montaron sus paredes y techos de láminas de zinc y tomaron posesión. Argumentan que tienen derecho a un pedazo de tierra.

El Consejo Comunal de Colinas de Piedra Kanaima denunció el hecho ante el Ministerio del Ambiente, la Fiscalía, la Guardia Nacional (GN), el Teatro de Operaciones Número Cinco, la Alcaldía, la Cámara Municipal y el Consejo Legislativo.

Pasó algo más de una semana y, ante la inutilidad de las denuncias, varias comunidades indígenas del Pueblo Pemón desalojaron a los invasores por la fuerza, quemaron los ranchos y a palazos y pedradas sacaron a los nuevos moradores.
Los líderes del grupo que se encargó del desalojo argumentan que están cansados de las invasiones en sus tierras, de la inseguridad creciente y de la forma inconsulta en que proceden las autoridades no indígenas.

Los Pemón son un pueblo indígena que se asienta en el sureste de Brasil, este de Guyana y noreste del Brasil. Sus pobladores venezolanos, más de 30 mil hombres, mujeres, niños y niñas, esperan por la titularidad de sus territorios ancestrales, de acuerdo con lo establecido en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas.

jueves, 4 de junio de 2009

La cuenta sedienta de la maestra Lourdes

Cansada de caminar hasta las oficinas de Hidro Bolívar, la empresa encargada del suministro del agua en el estado Bolívar, la maestra Lourdes, pionera en las aulas de esta frontera, se ha dado a la tarea de engrosarse su factura telefónica llamando al programa radial de Ramón López.
Hace un par de días, la maestra ya contabilizaba 43 días sin agua en su residencia de Colinas de la Laguna, una bucólica urbanización de apenas una calle ubicada frente a los restos del espectacular humedal de espaldas al cual creció Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana.
A ochentas años de la fundación del pueblo, la laguna apenas sobrevive contaminada por las aguas servidas y por los rellenos de granzón, que le han permitido a la civilización ir ganando terrenos. Sobre uno de estos espacios funcionó, durante al menos dos años, el Mercado de los Viernes y al cierre de la jornada buena parte de los desechos iban a parar al cenagal. Suerte similar viene corriendo por el río Uairén, caudal del cual toma su apellido la localidad.
Día a día, después de compartir con la audiencia la cuenta de sus días de sed y de suplicar “agua, agua, agua”, la maestra agradece a sus vecinos –los dueños de un pozo de aguas subterráneas- su invalorable colaboración, pues gracias a ellos puede bañarse, cocinar, lavar su ropa y asear su vivienda.
Ramón, un tejedor de sillas de mimbre con registro de Productor Nacional Independiente, no pierde la oportunidad para lanzar uno de sus gritos de guerra: “Agua Paco, agua que me quemo”, implora a viva voz dirigiéndose al encargado de Hidro Bolívar a nivel local.
Pero Paco y la cooperativa encargada del mantenimiento del sistema hídrico ya están cansados de explicar que el problema es el crecimiento de Santa Elena, que en menos de una década cuadruplicó su población, versus la capacidad de las represas, tanque y tuberías. Y apenas superan los decibeles del murmullo para admitir que a los tubos de siempre se han ido sumando las tomas de los moradores de las invasiones: de El Salto, Los Pinos, la Constituyente, Zamora, Andrés Bello y más.
Paradójicamente, la Gran Sabana constituye un área de “Muy Alta” y “Alta Prioridad” para Edelca. La empresa encargada de generar más del 70% de la electricidad nacional concede estos valores a la necesidad de conservación de la cuenca alta del Caroní con miras a la generación de hidroelectricidad. Y, una paradoja más, en el mundo se conoce al Roraima, el tepui más famoso, como la “Madre de Todas las Aguas”.
A pesar de los estudios ambientales y de los slogans dirigidos al turismo, la maestra Lourdes y sus vecinos (cercanos y lejanos) posiblemente contabilizarán mañana un día más sin el líquido vital y disculpen esta expresión tan común, tan común que a veces hasta pierde su muy vital significado y se nos olvida que sin agua no hay vida.

lunes, 25 de mayo de 2009

Pasquines madrugadores

Morelia Morillo Ramos*
En Santa Elena de Uairén, población venezolana sobre el límite con Brasil, el periódico llega tarde y a duras penas. Existe un kiosco y un par de pregoneros. De mano en mano, de oficina en oficina y de comercio en comercio, las noticias impresas llegan siempre a partir del medio día. Los diarios nacionales no bajan de Bs. 5 mientras que los regionales rondan los Bs.4.
Informarse no resulta fácil: las cuatro emisoras de radio -dos en manos de concesionarios, una de corte comunitario y otra religiosa- centran su oferta en la intervención de los oyentes, vía mensajes de texto o llamadas en vivo y en consecuencia en las complacencias musicales; ver televisión es un privilegio, sujeto al pago de los servicios por suscripción. Y en todo caso, entre la pauta informativa de los canales nacionales y la frontera median Km.1500. de asfalto.
Las denuncias, entonces, quedan para los pasquines y para la madrugada como su cómplice, silenciosa y oscura.
En la memoria colectiva permanecen indelebles las revelaciones que hiciera El Puyón, serie de fotocopias en las que se descubrían las andanzas extra oficiales de la gente de acá. Mero chismorreo aquello.
En los últimos años, sendos tirajes han sorprendido a los madrugadores con irónicos mensajes seudo publicitarios sobre dos de los principales problemas de la zona: el tráfico de drogas y el contrabando de gasolina venezolana, un producto muy buscado por los brasileros capaces de pagar hasta Bs.4 por litro.
El primer tiraje bañó las calles del pueblo y sus alrededores para ubicar, con dirección exacta, la venta de una amplia gama de estupefacientes en la Urbanización Brisas del Uairén, conocida como La Planta.
Con el sarcasmo como recurso, se ofrecía una especie de “narco delivery”, en el que se aceptarían todas las formas de pago _bolívares, dólares, euros, reales, tarjetas de crédito y débito_ con el amparo de los cuerpos de seguridad ¿Cierto o no? Días después hubo redadas y detenciones.
Posteriormente, se satirizó el papel del SENIAT y del Teatro de Operaciones Número 5 (TO5) como supuestos ofertantes del plan “Yo amo el contrabando” _decía en alusión al Contrabando Cero, impulsado desde el ente recaudador_ “consigue el combustible que quieras al increíble precio de Bs.1 el litro, sin intermediarios, sin sellar ninguna tarjetita, sin importar el número de tu placa y lo más importante sin…” tener que adular.
En Santa Elena el lleno de gasolina es un bien de incalculable valor, que pasa por un esfuerzo maratónico: por el trámite mensual de la tarjeta otorgada por el TO5 para controlar que cada vehículo se surta sólo una vez un día sí y un día no; por esperar el día asignado por el Ejército de acuerdo con el terminal de la placa; por la cola kilométrica y, generalmente, por las súplicas y lisonjas.
“Promoción válida hasta que nos llenemos los bolsillos”, cerraba el texto ¿Verdad o mentira? Las colas del combustible disminuyeron durante algunos días. Pero luego los pasquines callaron y las colas volvieron.
morelia_morillo@yahoo.com
*Periodista, residenciada en la capital del Municipio Gran Sabana.

Colas como en el paro

A un costado de la Troncal 10, se hace la cola por la gasolina (Fotografía de Tewarhi Scott).
Morelia Morillo Ramos*
A Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana del estado Bolívar, la tortura de las inmensas colas para surtir gasolina llegó mucho antes del paro petrolero de 2002 y sigue siendo rutina siete años después.
¿La razón? En términos puntuales: las abísmales diferencias entre los precios del combustible en Venezuela y Brasil, entre bolívares y reales. Radical: mientras que en Brasil el litro ronda los 3 reales, en Venezuela apenas merodea los 10 céntimos. Y, actualmente, el cambio se ubica en Bs.2, 7 por real.
En términos menos cuantificables: la flexible moral de mis vecinos, incluyendo a un sargento del Ejército, un efectivo de la Guardia Nacional (GN), un ex piloto y una familia a quienes a través del muro que separa nuestras casas identifico como colombianos, no sólo por el acento de sus gritos sino por el volumen de sus tarareos vallenatos.
“! Tremendo negocio!”, exclamaría un “talibán” cualquiera, es decir uno de los tantos que en Santa Elena se dedican a chupar, almacenar y revender el inflamable con el argumento _¿Irrefutable?_ de que “aquí no hay trabajo y de algo hay que vivir”. “Esa es la gotica de petróleo que me toca”, le escuché decir a una madre de varios niños en la cola del Mercal el sábado pasado; “Esta es mi bequita”, certifica cada vez que me quejo mi amigo el ex piloto.
Contextualicemos la historia: cuando hablamos de “talibanes” no nos referimos a seres aislados, tildados de delincuentes, personas de mala conducta rechazados por sus colindantes y familiares. Para nada.
En cada cuadra, en cada familia de dimensiones promedio hay al menos dos “talibanes” y quien cuestiona el negocio puede ser catalogado de “estúpido”, por utilizar un término aceptable socialmente. Ni los riesgos que implica esa actividad, ni las eventuales manifestaciones de la ley, muchos menos los inconvenientes enormes que sufren los demás los persuaden de abandonar el oficio.
Los traficantes son capaces de multiplicar por 40 el precio del producto, pues aún así pueden revenderlo barato en Boa Vista, capital del brasileño estado de Roraima o sus cercanías. “¿Tem gasolina?”, lanzan su anzuelo en cualquier esquina, para pasar luego a pujar por el mejor monto posible.
Y como el dinero o su ausencia son difícilmente disimulables, hay venezolanos que, a fuerza de bocanadas, se han hecho propietarios de flotillas de vehículos, pequeños cisternas con tanques de hasta 200 litros y quienes construyen casas y locales comerciales impulsados por el chorro de gasolina, y de dinero, mientras que en sus alientos afloran los aromas del carburante.
De momento, la administración del conflicto está en manos del Teatro de Operaciones número 5 (TO5), si bien antes pasó por las manos de la Guardia Nacional (GN) y de funcionarios de la Alcaldía.
Los efectivos y su sargento llegan al par de estaciones de servicio de esta localidad aproximadamente a las siete de la mañana, mientras que los primeros de la cola generalmente lo hacen antes de que despunte el alba con termos de café y viandas repletas de arepas y empanadas.
Pasadas las ocho, la fila supera el kilómetro, para un promedio de tres horas de espera hasta llegar frente al surtidor, tomando en cuenta los coleados y sus excusas. Los ancianos y los choferes de los carros de transporte turístico gozan de preferencia, pero ya su línea es tan larga como la convencional.
Con razón, hacer la cola y poner el tanque full se cotiza en Bs.30 entre los desocupados, que lo ven como un resuelve.
Los uniformados echan a andar las bombas alrededor de las siete y media; posar el pico sobre la boca del tanque pasa por permitirle al uniformado el cartón, de caducidad mensual, mediante el cual la autoridad controla que cada conductor llene el tanque de su vehículo tan sólo una vez al día, día por medio. No obstante, la longitud de las filas y la facilidad con que a algunos conductores se les permite colearse habla de burlas y corruptelas.
Obtener el cartón, cada fin o comienzo de mes amerita una a tres horas más de diligencias y de colas.
morelia_morillo@yahoo.com
*Periodista, residenciada en la capital de la Gran Sabana.

A Brasil sin pasaporte

Sakaumuta escenario del fútbol entre los dos países (Fotografía de Tewarhi Scott).
En carro, recorrer los 10 kilómetros que separan a la comunidad indígena de Sakaumuta de la carretera Santa Elena-Ikabaru, en el Estado Bolívar, no amerita más de 12 minutos, puentes de madera y baches mediante. En bicicleta, salvar los mismos obstáculos no lleva más de 50 minutos. Para aquellos con un entrenamiento promedio. Los habitantes de la cercana Waramasen estiman que el trayecto se hace en una hora a pie. Ellos suelen andar a paso redoblado, aunque sin esfuerzo aparente.
Pero Sakaumata se encuentra en territorio brasilero, con acceso por un costado del hito L1 25, siempre desde Venezuela, pues del resto del Brasil está protegida por una fortaleza de un verde frondoso e impenetrable. No hay alcabalas ni autoridades, las divisiones político-territoriales son posteriores a los asentamientos indígenas en la zona.
Bien decía la profesora Marisabel Girón, mestiza de madre Pemón residenciada en Manak-Krü: “Para nosotros no hay fronteras, ni aduanas, ni alcabalas ¿Quién nos va a pedir pasaporte para ir a visitar a una tía o a una abuela?” Advertencia, por acá la palabra mestizo es de uso corriente, por lo que no involucra ni una mínima dosis de racismo.
“Somos venezolanos, pero podemos vivir por igual en Brasil que en Venezuela. Lo indios no tenemos fronteras”, corroboró luego Agostino Martínez, fundador de Sakaumuta. “Esta comunidad es nuevecita, está cumpliendo cinco años”, contabilizaba a mediados de 2007.
_ ¿Cinco?
_ Empezamos a trabajar el conuco en 2002 y en 2003 nos vinimos definitivamente.
_ ¿Qué significa Sakaumata?
_Es una mata que da una fruta pequeña que comen los pajaritos, por aquí se ve mucho.
Martínez, su esposa e hijos, el suegro, los cuñados y su descendencia llegaron a este flanco de la selva amazónica desde Maurak, una de las comunidades indígenas pemón más pobladas. Se encuentra en las cercanías de Santa Elena de Uairén, capital de municipio Gran Sabana del estado Bolívar ¿El objetivo? Dar con tierras fértiles, todo un reto para quienes habitan en las sabanas del sureste venezolano.
Como el caminar de los pemón, los días en Sakaumuta transcurren sin prisa. Los hombres trabajan el conuco, mientras que las mujeres se ocupan del fogón. Exceptuando los viernes, día de mercado en Santa Elena, el resto de las jornadas se cierran con futbol.
Se habla español, eso sí con la escasa vocalización pemón, una lengua de sonidos guturales perceptibles apenas a través del espacio interdental. No obstante, como en el resto de esta zona fronteriza se han adoptado los gustos y habilidades del país contiguo, desde la afición a los goles hasta el gusto por los ritmos musicales cariocas.
Los domingos, el improvisado campo sirve para escenificar partidos internacionales. A mediados de noviembre, por ejemplo, hubo uno entre Brasil y Venezuela, representados por los equipos de Sakaumutá y Maurak.
Brasil dio cuenta de su vecino con media docena de goles a favor y apenas uno en contra. Un resultado similar se repitió en El Paují, comunidad venezolana mixta (criollo-indígena) ubicada sobre el mismo eje carretero.
Ese día de noviembre, los padres de un cumpleañero sirvieron tuma, el hervido típico de los Pemón hecho de “presa” (carne de cacería, de res, de pollo o pescado) y ají y celebraron al compás de fogão, suerte de pop con el sello de la masiva industria brasilera.
morelia_morillo@yahoo.com
*Periodista, residenciada en la capital de la Gran Sabana.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...